«Petit Bengala» (Teatro)

El último round

Autoría: Alfredo Megna. Con Néstor Navarría y Francisco González Gil. Vestuario y escenografía: Jorgelina Herrero Pons. Música: Hernán Fernández. Diseño De Iluminación: Eduardo Safigueroa. Diseño gráfico: Tomy Megna. Asistencia de dirección: Ornella Gaggiotti. Producción: Crisol Teatro. Dirección general: Martin Ortiz. Duración: 60 minutos.

Teatro El Crisol. Malabia 611. Sábado, 22.30 h

Nadie duda que el boxeo es una disciplina por demás ardua, tanto en su práctica como en la previa, en tanto entrenamiento y sacrificios varios. Muchos dicen que es una “forma de vida” de la cual uno no puede “retirarse”. Se podrá dejar su práctica activa pero nunca el “ser boxeador”. Un fiel reflejo de la vida misma.

A “Bengala” Gómez le pasa eso. Más aún después de su último combate y ahora, cuando se lo ve, pegándole a una bolsa, en un espacio de pequeñas dimensiones. Fotos de Muhammad Ali, Carlos Monzón, “Ringo” Bonavena, Nicolino Locche y del propio Bengala en su momento de esplendor, miran una actualidad que dista de ser de las mejores. Las secuelas de una profesión más que complicadas son visibles. Ni hablar cuando el pasado se hace presente con el arribo de “El Mortero”, su último rival en el marco de la curva descendiente de su carrera y éste, una joven promesa.

Ahora, los papeles se han invertido. El “Mortero” necesita volver a posicionar su carrera y apela a su retirado ex rival para que lo oriente, a partir de su experiencia. El intercambio entre ambos es atravesado por la desconfianza propia del encuentro previo entre ambos. Cada día es un round más soportado y no siempre, ganado. Ni hablar si hay peleas en el horizonte en las que las equivalencias terminan siendo letra muerta del contrato llamado “vida”. Suena la campana y como decía Ringo, “te sacan hasta el banquito” para ir a pelear.  

Alfredo Megna concibe la continuación de “Bengala”, su laureado unipersonal, con conocimiento del tema pero sin romantizar las caídas de los pugilistas tras el retiro y la dificultad de lidiar con el cambio de vida. Néstor Navarría vuelve a calzarse, con precisión, los guantes del querido boxeador para afrontar un nuevo desafío. El dolor de ya no ser y las dudas en ese “paso de antorcha” –ponele- que implica más que un legado o enseñanza de saberes a alguien “cercano”. Una proximidad basada en una pelea que dejó heridas externas e internas, siendo estas últimas, las de más difícil cura y/o cicatrización. Francisco González Gil es un “Mortero” que quiere volver a explotar antes que se le moje la pólvora. Una vida difícil detrás que busca su revancha en el cuadrilátero.

La concepción del espacio es austera pero elocuente. Pasa de ser un gimnasio a un ring, en segundos, con el tándem iluminación-escenografía en pleno trabajo sincronizado. La dirección de Martín Ortiz brinda el ritmo necesario al desarrollo de los acontecimientos. Es dinámico el devenir de los hechos por más que pase de todo en esos diálogos que desnudan los deseos de los hombres. El querer ser y poder sobrevivir, con suerte, hasta que suene el «clanc» previo al minuto de descanso. Evitar el knock out de cualquier forma, sin siquiera cuenta de protección mediante.

Alguno/a recordará el “Y he perdido/He ganado/Y he sabido/Defenderme bien” de los Pericos mientras pasan los minutos, presentando atención a cada detalle. El conocimiento pleno de las peleas internas de cada uno, sabiendo siempre quien es el rival con el que nos enfrentamos….y el resultado del encuentro.

Suena el campanazo final y los actores levantan los brazos. “Petit Bengala” gana ampliamente con el público aplaudiendo tras el apagón. Pero ojo, en cualquier momento, comienza otro round y hay que estar preparado, con la guardia alta. Siempre, dispuestos a meter el contragolpe y pasar al ataque. Aquí no se rinde nadie.

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