“Se despide el campeón” (Teatro)

Tirar la toalla

Autoría: Fernando Zabala; Intérprete: Cristian Thorsen; Escenografía y Vestuario: Nicolás Nanni; Iluminación: Claudio Del Bianco; Asesoramiento En Boxeo: Sergio Maravilla Martinez; Foto Estudio: Jaqueline Puyó; Foto Escena y Diseño: Patricio Vegezzi; Asistencia General: Tadeo Goldstein; Producción Artística: Pablo Silva; Dirección: Mariano Dossena

Itaca Complejo Teatral, Humahuaca 4027, CABA. Martes, 20.45 h

El boxeo suele ser, en ocasiones, una metáfora descarnada de la vida. Mejor dicho, siendo parte de ésta, termina potenciando muchas de las situaciones que nos atraviesan como individuos. Sobre todo, en los vínculos que se tienen. Tal es el caso de las duplas entre el boxeador y su entrenador. Muhammad Ali y (después Sugar Ray Leonard) con Angelo Dundee, Mike Tyson con Cus D’Amato, Joe Frazier con Eddie Futch o aqui, en Argentina, Carlos Monzón con Amilcar Brusa. Aqui, el dueto en cuestión está compuesto por Lopecito y el Bicho González, tiene una relación por demás cercana. La amistad va más allá del cuadrilátero para meterse en la vida de ambos, forjando una ligazón que continuará hasta que uno de ellos parta de la tierra de los vivos.

El ambiente es sórdido. La escenografía canta «presente», con una iluminación que serán fundamentales para la creación de sentido. Lopecito ya no es el que fue. Ni hablar del Bicho González, que contempla todo desde el fondo, ataviado para el próximo combate. Pero será el texto verbalizado por el primero el que da cuenta como se fue dando la relación entre ambos. El alcohol suele ser un acompañante asiduo en los momentos más aciagos de la vida. De esa forma, permite que la lengua se desinhiba. A partir de ahí, será un ir y venir entre preguntas y respuestas con el mismo Bicho, tan presente como ausente.

Cada palabra dicha por Lopecito será la que establezca un nudo dramático tan fuerte como atrapante. Lo que se dice y lo que se sugiere, con la hija dando vueltas por ahí, acercan la puesta a una tragedia, en el sentido literal del género. Más aún con los cambios de humor que manifiesta, potenciado por su acento cordobés al hablar. El dolor frente a lo inevitable y la lucha contra el reloj en tanto éste avanza inexorablemente.

La tensión en el público es palpable. No vuela una mosca. Inclusive, va más allá de los conocimientos que se tengan respecto al boxeo. A medida que pasa el tiempo, la madeja de hechos se visibiliza de manera visceral, auténtica y dolorosa. Muchos serán difícilmente exorcizados y/o perdonados.

El texto concebido por Fernando Zabala es de calidad. No escatima detalles cuando lo amerita pero también, deja lugar a que el significante vacío, pueda llenarse. La ayuda de Sergio «Maravilla» Martínez se aprecia en la sutilezas técnicas del peleador y su mentor. La dirección de Mariano Dossena es clave para que el desarrollo sea armónico. Párrafo aparte para la actuación de Cristian Thorsen que cautiva la acción con una performance única. Al igual que en “Fajense”, aquí también hay una investigación seria respecto al mundo del pugilismo. Cerca de la realidad –por más dura o placentera que sea- y lejos del estereotipo y el prejuicio.

“Se despide el campeón” es un unipersonal excelente que desnuda los claroscuros del alma humana. Es de esas puestas que conmueven y no dejan de impávido al espectador. De las que invitan a la charla y al debate post función. Es teatro en estado puro, del que se agradece y recomienda.

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