Buscadora incansable de nuevos desafíos, Natalia Olabe se encuentra en un momento con una doble propuesta. Teatro con “La Prueba de lo Contrario” y música con “La noche debería ser”. De búsquedas, inquietudes y certezas, ECDL habló con Natalia Olabe que empezó respondiendo la pregunta obvia……
– Ahora creo que soy las dos cosas y ya no intento definirme tanto. Antes me lo preguntaba más y creía que tenía que decidir por una. Si fuera por estudio, podría decir que soy más actriz. En mi casa cantaba en general sola ya que me daba un poco de vergüenza. Empecé estudiando pintura, cuando casi no hablaba con nadie (tenía 11 años) y en el taller no era tan necesario hablar. Después, danza, algo de técnica e improvisación. Ahí tenía 16 años y por un buen tiempo no me animé con la palabra. De hecho, las primeras obras que hice fueron de danza-teatro y no incluíamos textos. Fue en La Plata, de donde soy. En un momento, se sumó un músico a las clases, que a partir de los trabajos con la voz que hacíamos, me propuso cantar en su grupo y a la vez, empezaba a estudiar teatro, más o menos a los 20. Estudié canto poco tiempo. Creo que me debo el estudiar más. Estoy en eso. Con el tiempo, como las dos cosas me gustaban, las fui entendiendo como herramientas para usar cuando quisiera o pudiera. De alguna forma, ligué el canto en muchas de las obras y con menos continuidad, canté en bandas o en proyectos puramente musicales.
– ¿Cómo llegaste a hacer «La prueba de lo contrario»?
– Entré a hacer un reemplazo de una actriz que se fue, por sugerencia de Eduardo Iacono, que ya estaba ensayando «La prueba…» desde el principio. Habíamos trabajado juntos en otra obra y lo habíamos pasado muy bien. Resultó que nos conocíamos con todos mis compañeros, de diversos lugares y me encantó el grupo. Melina, la directora, era la única a la que no conocía y me cayó muy bien en la primera reunión. Aquella recomendación y que todos confiaran en eso, me resultó muy lindo. Fue alentador y valioso. El que a un compañero le quede un buen recuerdo tuyo y de tu trabajo y que eso dé otros frutos en un momento inesperado, está muy bueno en el teatro independiente. ¡Y en todo el teatro! Tanto como que un director te vea trabajar y te llame por eso. Es más alentador y directo que estar llevando carpetas, CV, castings y esas cosas. Tal vez todavía me llama la atención esto porque estuve 22 años con La Noche en Vela, el grupo de Paco Giménez. Empecé mientras vivía en La Plata y recién cuando me vine a vivir acá, retomé entrenamiento con otros maestros y compañeros. Abrirse, conocer, mandarse, arriesgar, estudiar, proponer, confiar, creo que de eso depende el laburar más. No es nada nuevo lo que digo, pero me llevó mi tiempo.
– El texto es muy interesante, ¿qué sentiste al leerlo por primera vez?
– Que era difícil, que nunca hice eso. Que cómo lo iba a hacer, que tenía poco tiempo y que era una responsabilidad. También pensé que estaba bueno y me gustaba, pero es una constante en mí asustarme primero para después aflojar y pensar que no es tan complicado. Y que como todo texto o autor, es un desafío y un buen ejercicio, ya sea un monólogo largo, diálogos muy picados -como el de «La Prueba»-, verso español, lunfardo o lo que sea. De hecho, al leerlo -y pasarlo varias veces-, nos aflojamos (el texto y yo) y le encontré el gusto y la diversión.
– En un momento, sentí que la obra dialoga con la realidad, al tocar temas como la inseguridad y los prejuicios. ¿Cómo lo viven ustedes desde ese aspecto?
-Al estar ambientada en un pueblo y que los personajes sean vecinos, -parejas, amantes, amigos y al hombre que están buscando-, está bien planteado el juego de relaciones cruzadas, intrigas, complicidades y malentendidos. Más aún, con la posibilidad de una violación, un crimen, con chantajes incluidos y demás maravillas por el estilo. Como la obra plantea diversas hipótesis de lo que pudo haber pasado, es muy posible asociar con la actualidad que se alimenta tanto de los medios, donde todo está tan expuesto, todos opinan, sacan conclusiones y se bombardea para todos lados. Está bueno para nosotros encontrar esas asociaciones. Fuera de lo que nos costó el texto, pensamos las relaciones y las capas de cada personaje en la etapa de ensayos. Ahora eso lo estamos disfrutando. La estamos pasando bien, más allá de que nos guste que exista esta relación con la realidad.
– ¿Trabajaron mucho con la obra? ¿Mucho período de ensayo?
-Sí. El grupo ya estaba ensayando un año antes de que yo entrara. Ensayé en los últimos tres meses. Para mi, fue más concentrado el trabajo pero el texto llevó mucho trabajo para todos, más o menos concentrado en tiempos. El hecho de recordar y naturalizar esos diálogos tan picados, con frases tan parecidas o incluso repetidas entre personajes o entre una escena y otra, nos costó a todos. Después, encontrarle las intenciones, equilibrar los tonos en la actuación, fue la última etapa.
– En varios pasajes, noté que la gente se ríe cuando es bastante denso lo que propone la puesta ¿Como sentís esas «risas»?
-A veces tengo que contener la risa con algunas partes o frases. Me da gracia si escucho a alguien reírse. No sé bien cómo es eso y con el público, menos. En general, no lo juzgo porque por más que uno tenga algo pensado de la intención o la propuesta, no puede saber cómo lo toman los demás o en qué les resuena para tomarlo de determinada manera. Puede ser una frase que los sorprenda, o por ahí se ríen “de los nervios”, qué sé yo. Y claramente, si bien hay algunos momentos ya más previsibles de risa, nunca es igual y no podemos guiarnos por eso porque puede que la siguiente función hagan un tremendo silencio. Creo que la obra tiene un tono de comedia; sea por los malentendidos, las repeticiones, los cruces en las relaciones, las bajezas tan expuestas. Algunas veces sí se me da por pensar (en todas las obras me pasa) -¿Y a éste/a qué le pasa?, por ejemplo.
– Contame de «La noche debiera ser -porque aquí todos los nudos se desatan con canciones-«. ¿Cómo y cuando surgió?
-Surgió hace unos dos años, pensando en que sí o sí quería cantar, más allá de venir haciéndolo en obras de teatro, sobre todo en las de La noche en vela, con Paco, pero siempre en función de esas obras. Tampoco quería el formato de recital más conocido. Como antecedente, el haber hecho un espectáculo en La Plata con canciones y algunos textos que ligaban con la idea de un viaje, que por eso tenía canciones uruguayas, brasileñas y de acá. Lo tuve en cuenta para saber lo que esta vez quería y lo que no (no porque ya no me gustara sino por encarar otra búsqueda) Con Javier Cano nos conocimos hace casi quince años en un taller de composición con Carmen Baliero. Después del taller, armamos una banda, compusimos y tocamos algunas veces. Paramos. Hace dos años, como dábamos muchas vueltas para componer, decidimos ponernos en intérpretes de canciones que nos gustaran mucho para hacer. Somos amigos y coincidimos bastante en los gustos musicales. De ahí, llamamos a Javier Rodríguez, que es actor, director y amigo para que nos dirija. Yo tenía ganas de contar algo, aunque fuera una historia chiquita, y prefería no usar ningún texto. Me parecía que en las letras de las canciones y en la manera de interpretarlas podía llegar a estar todo. Tenía los dibujos de un cuento que me encantaban cuando era chica y ganas de usarlos de alguna forma. Los dibujos son de Juan Marchesi y el cuento es «La niña que iluminó la noche», de Bradbury. Algo de la iluminación de la obra y de los personajes viene de esos dibujos. Me gustaba la idea de aprovechar para estos personajes, la intimidad y la confianza que se dio entre nosotros en estos años de amistad y ensayos. Javier Rodríguez ayudó muchísimo para concretar el hecho de que todo eso se ligara y apareciera. Y creo que logramos lo que queríamos. Algo así como una obra cuyo texto fueran las letras de las canciones o un recital que pueda contar algo sin el formato tradicional de un recital.
– ¿El repertorio cómo fue elegido? ¿Cómo abordaron los arreglos?
-Al principio, azarosamente. Por memoria, por gustos de años, canciones sin relación aparente, distintos idiomas, ritmos, canciones de toda la vida nuestra con otras que recién conocíamos. Encontradas, recordadas, sugeridas por alguien. Hicimos listas que nos abrumaban. 70 canciones o más. Ahi empezamos con «¿Cómo haremos para elegir, para combinarlas?» «¿Qué contamos con esto?» «¿Tantas en inglés?» «¿Y en portugués?». Tardamos. Armamos grupos de canciones, las cantábamos varias veces, combinándolas de maneras diferentes, viendo si las letras se reiteraban o no. Si hablaban de lo mismo de diferentes formas o veíamos cómo cambiar de clima. Tenemos un gusto en particular por ciertas canciones tristes o de amores desgraciados. No por nada nos gusta el 17. Nuestra primera formación se llamó La desgracia que, junto con 17 son canciones del espectáculo ahora. ¿Para qué ir en contra de eso? Después de todo, hay melodías alegres que hacen que la letra tremenda no se note tanto y lo mismo, al revés. Estaban las que eran muy largas pero las queríamos igual. Llegó el momento de aceptar que si estábamos haciendo versiones, podíamos tomarnos licencias. Podíamos acortarlas o cantar una que terminaba con un acorde parecido al estribillo de otra, unirlos y hacer dos en una. Probamos unir partes de tres canciones porque no queríamos resignar ninguna. Algunas no quedaron bien. Resignamos. Yo no sé leer ni escribir música. Me encanta escuchar versiones de un mismo tema. Elijo, les cambio detalles o intento copiar la que más me gusta. Sobre todo, pruebo. Canto en tonos distintos a los que me quedan cómodos para no aburrirme, volúmenes, fraseos diferentes. Javier C. prueba tocando y me propone cosas. En esas pruebas, salieron los arreglos. Javier R. también participó en la elección de las canciones y cuando la lista estuvo más o menos elegida, empezó a intervenir más en el armado de todo. Hubo algo que nos propuso Javi R. que me gusta mucho, que es intentar que estas 17 canciones que quedaron, parezcan una sola. Si lo logramos o no, es otra cuestión, pero nos sirve mucho pensar eso.
– También participás en la Compañía de Funciones Patrióticas. ¿Cómo fue que llegaste al grupo de Seijó? ¿Sos de las primeras, no?
-Sí, estoy desde el comienzo. La primera obra que hicimos fue una versión libre de El gigante amapolas, en el 2008. Martín ya había trabajado con algunos compañeros en otras obras-propuestas muy personales de él. Personales en el sentido de originales, creativas, como las propias Patrióticas luego. Entré porque había trabajado con Claudia Mc Auliffe, su mujer e integrante de la Compañía, en una obra de Horacio Banega en el 2007. Otra vez fue llegar por la confianza y buena onda de una compañera y del propio Martín, que había visto aquella obra de Horacio.
– Se nota que el grupo ha crecido con su propuesta pero vos, ¿cómo viste su evolución a través del tiempo?
-Creo que creció mucho. Creció por mantener y no renunciar a algunas premisas y también por abrirse a algunos cambios y bancárselos como grupo. Mantuvo, sobre todo en los comienzos, las funciones únicas; la merienda patria antes de cada función; los programas-objeto originales, el Himno Nacional cantado por alguno de nosotros antes de empezar la obra, turnándonos en cada una; la mirada crítica sobre la realidad. Más de una vez, hicimos dos funciones en lugar de una, tanto en la sala Escalada como en PROA o una temporada de unos meses con «¿Qué, cómo?» obra sobre los anarquistas en el teatro Regina y una performance en el Rojas en un homenaje a Sarmiento. Las primeras obras fueron casi totalmente de sus autores originales, después pasaron a tener más intervenciones del propio Martín en los textos e inclusión de videos. No necesariamente hubo siempre acuerdo entre todos con todo, pero incluso ese disenso, al fin se encaminaba por el respeto, el humor que hay en el grupo y la parsimonia de Martín para encauzar los ánimos. Así como cambiamos los formatos de las obras, el grupo se mueve y se sumaron actores. Desde la segunda parte del año pasado, ya no estoy. Algunos dejamos por cuestiones de tiempos u otros trabajos, incluso por descansar. Sin embargo, varios nos volvimos a juntar para hacer una grabación para una de las obras de fin de año y sabemos que podemos volver. Es lo bueno de los grupos grandes y con propuestas abiertas como esta. Ahora, la Compañía está con cinco funciones de «Pirucho», una obra nueva en la sala Elefante. En definitiva, creo que la evolución está en que se mantiene lo básico que es el deseo de llevar adelante la Compañía, con su propuesta original y también sus cambios, con constancia, apertura y trabajo, mucho trabajo que es lo que hizo que tuviera más alcance entre público nuevo, entre algunos que nos siguen y van a todas y en la prensa y que pudiera ser invitada a las salas y propuestas que te conté.
– ¿Crees que, al día de hoy, sea posible hacer teatro pero sin comprometerse con la realidad?
-Supongo que no. Creo que todo lo que hay está comprometido con la realidad porque es parte o porque sale de ahí. Sólo que hay puntos de vista diferentes y maneras diferentes de comprometerse. Algunas obras tienen que ver con la realidad de uno o con lo que uno prefiere como realidad y otras no. Pueden hacerte pensar o conmoverte más unas que otras. Hay obras con temas políticos o sociales actuales más explícitos, hay sobre fútbol, sobre un asesinato, sobre la actuación misma. Hay clásicos que son actuales y te acercan a la realidad rápidamente, historias muy íntimas, de familias, historias de amor. Se puede hacer teatro con cualquier cosa. Se puede hablar de extraterrestres o de sueños, de ideas sobre el futuro. Se puede inventar realidades o hacer una obra sobre la relación con tu gato o con tu infancia. Me parece que el compromiso está en la manera de hablar del tema que sea, en la profundidad con que se encare, en el trabajo, en el cariño y el entusiasmo que se ponga al hacerlo. Eso llega de alguna forma y es lo que hace que el compromiso se note más o menos.
– Si Natalia Olabe no era actríz ¿qué hubiera sido?
-Jardinera, aunque un poco soy pero no vivo de eso.
– ¿Próximos proyectos?
– Desde hace poco ensayamos un concierto para voz hablada que dirige Gabriel Yeannoteguy, un querido compañero de El gran teatro del mundo, de Calderón, obra con la que estamos ahora, que dirige Francisco Civit. Y un proyecto de danza-teatro que dirige Gaby Moyano (en el que está Fernanda Pérez Bodria, compañera de La prueba de lo contrario). Es la primera vez que estoy con tantos proyectos distintos y todos me gustan, no tengo tantas cosas nuevas en la cabeza o ansiedad por tenerlas. La estoy pasando bárbaro. Sí te diría que necesito algo que me de más plata, intento tener paciencia con eso. Con El gran teatro del mundo, acabamos de cumplir un año de funciones y nos va muy bien. Entramos en el catálogo del INT con «Cachafaz», de Copi, que dirige Tatiana Santana. Ya no damos funciones en Capital, puede que surja algo pero también es incierto. La prueba de lo contrario sigue también, no se sabe hasta cuándo. La noche debiera ser recién empieza y me importa mucho, mucho. Confío y quiero que siga, que dure, viajar, que la vean en otros lugares, ganar plata y todas esas cosas con las que fantaseamos los actores. Y cada vez siento que quiero cantar más. Con eso sí, se me cruzan canciones que quedaron dando vueltas, para ir cambiando las que están si nos cansamos o para algún proyecto nuevo, quizás.
– Si por la puerta del Camarín de las Musas, entrase la Natalia Olabe que recién comenzaba a coquetear con el teatro, ¿qué le dirías? ¿Algún consejo? ¿Alguna recomendación?
-(Qué linda posibilidad…y a riesgo de ponerme sensiblera.) Le daría la mano y le diría: -Vení, entrá que está buenísimo. No tengas miedo. Conociéndote, vas a poder jugar incluso más que cuando eras chiquita. Hacé lo que se te cante, sobre todo en los ensayos, que después el director va a elegir lo mejor para vos y para la obra.
“La Prueba de lo Contrario”. Camarín de las Musas. Jueves, 20 hs.
“La Noche debería ser”. La Lunares. Humahuaca 4027. Sábados, 21 hs.
“El Gran Teatro del Mundo”. ElKafka Teatro. Lambaré 866. Viernes, 20.30 hs