Los ravioles no están en orden
Dramaturgia: Javier Rodríguez Cano y Lourdes Invierno. Con Lourdes Invierno. Diseño de iluminación: Laura Saban. Diseño gráfico: @kraftymaik. Producción audiovisual: Alejandro y Julimar de @valciusph_ Edición de sonidos: Marcelo Wengrovski. Asistencia técnica: Timoteo Castagna. Producción general: Lourdes Invierno. Dirección y puesta en escena: Javier Rodríguez Cano. Duración: 60 minutos.
El Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Jueves, 20 h.

La universalidad de un tal William Shakespeare es enorme y logra aquello que, salvo para pocos elegidos, es un imposible: una trascendencia constante y certera. Su pluma se adapta e inspira diversas puestas en las que se hablan de diferentes temas, mayormente vinculados con el poder, el sentir del individuo y un deseo de libertad. Cualquiera sea la geografía y la sociedad, su influencia es más que palpable aunque deja que el/la creador/a de turno tenga su propia identidad.
Se ilumina un ambiente al que llega Ángela, ataviada con vestido blanco y campera de gimnasia roja que tiene el logo de “El reino”, una casa de pastas de la cual es la única heredera. Hay una fiesta en las afueras de ese espacio que se mete en la acción, como banda de sonido del relato de la mujer. De a poco, como si fuera una madeja de hilo que encamina su orden, las palabras que va vertiendo con una mezcla de catarsis y búsqueda de la verdad, logran su cometido. El guiño hacia el texto más reconocido del célebre escritor británico se hace visible. Pero lo realmente atrapante es como puede calzar, con precisión quirúrgica en la vida de una joven y su familia, en una situación bien conocida, por haberla vivido o por haber escuchado al respecto.
El pasado y los deseos frustrados. La niña que inquiere a esa mujer del futuro ante ese porvenir de enredos de padres, madres, hermanos y tíos que la tienen como testigo privilegiada de su propia vida. Siempre, con el fantasma del fin, a la vuelta de la esquina, a punto de dar la puñalada traicionera. Es allí donde la acción se vuelve atrapante con su consabida creación de sentido. Temas como las relaciones familiares atravesadas por el rencor, la codicia y el poder incorporan al bullying y el acoso en la visibilización de los conflictos.
Nada de lo visto/escuchado llama la atención. Si a esto le sumamos que el texto lo encarna una mujer, en medio de una coyuntura de pleno avance conservador y retrógrado, se ubica en un lugar de resistencia. Es más, se encuentra en plena sintonía metonímica con la meritocracia liberidiota postulada al día de la fecha.
Lourdes Invierno se hace cargo de la dramaturgia y la actuación con precisión no exenta de sensibilidad. Su Ángela trasciende ese salón amarillo para ir y venir en cada espectador al que incomoda con sus planteos. Quien diga que no lo toque, de alguna u otra manera, miente en el sentido más básico, por la generalidad de lo planteado. La dirección de Javier Rodríguez Cano (a quien recordamos todavía por esa gema llamada “Comunidad”) es exacta. Potencia el material que tiene con mano maestra.
“El sueño del bosque” es de esos unipersonales que son necesarios de ver, disfrutar y debatir. Lleva al público por distintas sensaciones de perturbadora familiaridad, sin ponerse colorado ni pedir permiso a la corrección pasteurizante.