Un monstruo grande que pisa fuerte
Texto y dirección: Fernando Alegre. Actuación: Stella Matute. Vestuario: Cristina Titi Suarez. Escenografía e iluminación: Fernando Alegre. Diseño sonoro: Manuel Perez Vizan. Realización de muñecos: Aya Arte Acción y Ariel Muñoz. Video y fotografía: Fernando Musante. Asistencia de dirección: Pablo Casals y Eduardo “Pacha” Paglieri. Producción ejecutiva: J&R Producciones. Coreografía: Mecha Fernández. Duración: 60 minutos.
Teatro El Popular. Chile 2080. Domingo, 19 hs. (Las funciones cuentan con charla posterior con el elenco y un especialista, acerca de la temática de la obra).
Cuando uno ahonda en el pasado, los recuerdos suelen adquirir un relieve cuasi mitológico, si se los analiza y desmenuza con ojo crítico y compasivo a veces. ¿Qué pasaría si el argumento ficcional de «Eterno resplandor de una mente sin recuerdos» de Michel Gondry saliera de la pantalla grande y tuviera un asidero en la realidad? ¿Seríamos las mismas personas? ¿Sería tolerable la existencia con resabios de vivencias traumáticas? ¿Una tabula rasa en que sólo lo bello quedaría grabado en nuestras mentes?
En Julia, laberinto de memorias, asistimos a un hecho teatral donde el viaje a la psique tiene encrucijadas, diagonales y turbulencias. La protagonista de este unipersonal es Julia, que cuenta desde su visión inocente, la belleza del horror, con el idioma del juego y de las metáforas, como si lo no dicho fuera más soportable y careciera de una encarnación. La tradición judeocristiana reza «Y en el principio fue el Verbo…». La pregunta es cómo sepultar el dolor, cómo domar a la fiera. Los que saben afirman que en la niñez se configura nuestra personalidad, que lo vivido es crucial para el desarrollo en tanto adultos.
La escritura, dirección e iluminación está a cargo de Fernando Alegre, quien con una lucidez visibiliza la historia de tantas Julias, Julix, con un lirismo punzante. La sinécdoque es más que evidente. Una de las evasiones es partir hacia tierras más amables con la ayuda de los muñecos y compañeros de aventuras que protegen a Julia como corazas. Otro de los puntos a destacar es la potencia expresiva de la obra. Esta radica en la plétora de recursos como las telas y los muñecos, compinches de la niña herida. Se trata indudablemente de uno de los momentos más tiernos y desgarradores. La iluminación puntual le da un marco de recorte a ciertas escenas a la vez que la música acompaña otorgándole ritmo e hipnotismo. Esta narrativa en primera persona es un ida y vuelta entre Julia niña y adulta. ¿Cómo unir las piezas del rompecabezas, esos fragmentos que se reconstruyen y se vuelven a romper?
Stella Matute, le da vida a esta Julia, una niña/adulta fragmentada y desgarrada. Su despliegue y destreza actoral es vertiginoso y cada palabra es pronunciada con el tempo adecuado. No hay escapatoria, por más que cierres los ojos, de los monstruos están por doquier (y no son los del libro de Maurice Sendak precisamente).
La charla que se realiza al finalizar la función es tan delicada como emotiva, permitiendo el intercambio de ideas y el debate sobre lo visto -y vivido- sobre tablas.
Con la proximidad del Día de la Niñez, “Julia” es una poderosa esta pieza teatral para tomar conciencia de los peligros a los que está sujeto ese sector tan vulnerable como es la niñez.
Texto: Cecilia Inés Villarreal (FSoc -UBA-)