Deconstruir para crear.
Texto: Juan Coulasso y Victoria Roland. Con Victoria Roland, Flor Sanchez Elía, Matias Coulasso y Juan Coulasso. Trailer y video: Nadia Lozano. Músicos y diseño sonoro: Matías Coulasso. Diseño de vestuario y dirección de arte: Endi Ruiz. Diseño de luces: Matías Sendón. Realización de vestuario: Emiliana De Cristofaro y Luisa Vega. Operación de sonido: José Feliciano Ramirez. Fotografía: Nora Lezano. Entrenamiento vocal y asesoramiento musical y artístico: Bárbara Togander. Asesoramiento coreográfico: Carmen Pereiro Numer. Asistencia de dirección: Nadia Lozano y Marina Ollari. Colaboración en dirección: Carmen Pereiro Numer. Dirección: Juan Coulasso.
Roseti Espacio Teatral. Roseti 722. Sábado, 18.30 hs
Un interrogante constante envuelve a “El mundo es más fuerte que yo”. Justamente ahí es donde radica la riqueza de una puesta (¿?) donde nada parece ser real. Más aún cuando el propio programa de mano lo reafirma. La experiencia en la que se sumerge el espectador comienza desde la espera misma para ingresar a la sala.
Será a partir de ese instante donde las reglas preestablecidas darían cuenta del inicio de la obra. ¿Pero es así? ¿O llegamos justo cuando comenzaba….? La curiosidad ya se ha anotado un poroto. De repente, se desata el vendaval. Esos cuatro seres en escena (actriz, asistente, músico y director) se amalgaman como ese hombre líquido de Terminator II para conformar la tan mentada…. ¿“obra de teatro”?. ¿Acaso es necesario ponerle un “rótulo”?
El giro que se propone sobre el hecho teatral es tan inquietante como audaz. La búsqueda de quitar del centro de la escena a aquello que suele ocupar dicho lugar, es loable. Barajar y dar de vuelta para probar otras opciones. Alguno podría decir que “las diferentes significaciones de un texto pueden ser descubiertas descomponiendo la estructura del lenguaje dentro del cual está concebido”. Y si…Deconstrucción teatral en estado puro.
Veamos. Si Victoria Roland rompe la cuarta pared y habla al público, baila y saca a relucir su “ser actriz”, ¿dónde nos ubicamos nosotros como audiencia? En el lugar más interesante de todos. El de dejarse llevar por el huracán escénico que se vendrá al instante. Batería sonando a pleno, con movimientos coreográficos de variada índole. El sonido como otro personaje más de un “tour de forcé” del que formarán parte Franz Schubert, Ifigenia y el público presente.
Enfundada con vestido verde y zapatos rojos de tacos peligrosos, Victoria Roland será la maestra de ceremonias. Es la Pitonisa de una puesta en la que pone todo sobre el escenario para que se lleve adelante el trance al cual nos ha invitado a participar. Desde CABA hasta la morada de Ifigenia, pasando por Chile y una reunión de amigos donde no todo es lo que se dice que es. La participación del público es fundamental al igual que su ubicación en el escenario para ver lo que ocurre. Flor Sanchez Elía es la “segunda guitarra” que sostiene todo y se da tiempo para dar cuenta de su propia importancia en el armado completo de los acontecimientos. Vestido todo de negro, Juan Coulasso ocupa su rol de director de la obra, entrando y saliendo de la escena, casi como un personaje más. Finalmente, Matias Coulasso es el encargado de los parches de una batería que es pieza fundamental de la puesta y del sonido de la misma. Todos formando parte de ese momento de frenesí precisamente dosificado para que el efecto sea tan particular como personal.
De más está decir que, desde el instante en que se traspasa la puerta de Roseti, se debe dejar cualquier tipo de idea preconcebida de ver el tan mentado “cuentito” en el marco de una puesta teatral. En tiempos donde abundan obras pasteurizadas ATP con moraleja incluida, este tipo de propuestas rompen con la monotonía del “más de lo mismo” que inunda al teatro porteño.
Seguramente quien lea estas líneas podrá considerar errática la escritura. Le aseguro que no lo es. En ocasiones, cuesta poner en palabras aquello que se percibe desde un simple asiento en una sala de Chacarita. Aquí, hemos privilegiado plasmar la experiencia en sí.
Por esto mismo, le pido a quienes estén frente a la PC, celular o notebook, al terminar de leer esta crónica (son dos renglones más), no reprima su curiosidad y reserve la entrada para ir el sábado a Roseti. Podrán apreciar que hay teatro que va más allá del tan mentado -y condicionante- “gusto” y se permita ser partícipe de “lo vivo” en dicho estado. Teatro que vibra, perturba e inquiere. Mejor, imposible.