La vigencia de un clásico.
De Nelly Fernández Tiscornia. Con Alberto Ajaka, Cecilia Dopazo, Esteban Meloni y Malena Solda. Producción general: Nachi Bredesteon, Juan Manuel Caballé, Ricardo y José Luis Gallo. Producción ejecutiva: Gabriela Barros. Asistente de dirección: Nicolás Bianchi. Diseño de vestuario: Alejandra Robotti. Escenografía, montaje y supervisión: Lola Roja. Programación de luces: Miguel Cuartas. Operador de luces y sonido: Brian Savino. Vestuarista: Luciano Huentecur y Paula Molina. Realización de escenografía: A&B Realizaciones. Pintura: Giulia Foschia, Jesica Marucci, Jacqueline Tola y Damián Fierontini. Diseño grafico: Lucila Gejtman. Redes: BMZ Comunicación. Marketing: Solana Figueras. Dirección: Luis Brandoni
Teatro Tabaris. Av Corrientes 831. Lunes 20 h, miércoles a viernes, 20.30 h, sábado y domingo, 20 y 22 h.
¿Cómo mantener la esencia de un clásico sin que el tiempo le marchite los laureles de antaño? Tarea difícil pero no imposible. A veces, lo más complicado termina siendo lo más sencillo a partir de resoluciones acertadas de como llevar a cabo la puesta, cortesía de Luis Brandoni que asume la dirección de la puesta que lo tuvo como protagonista en tanto fue parte del elenco original.
Hoy, en pleno 2024, la historia estrenada en 1986 que relataba la visita de Osvaldo y Mabel a la casa del «Negro» y la «Yoli» en Lanús, se sostiene en los vínculos y el contexto que los atraviesa. A esto se le suman los deseos y frustraciones propias de quienes toman decisiones forzadas por las circunstancias. El «Negro» y Mabel son hermanos y mantienen una relación muy cercana, a través de cartas ya que la segunda está viviendo en Estados Unidos con su marido, tras abandonar Argentina por la coyuntura de los años 70.
A diferencia de su original, ahora lo político no está tan “a flor de piel” sino en las relaciones entre los cuatro protagonistas. El deseo frente a la realidad se contrapone con quienes -pareciera- tienen la vida a su favor. Pero no todo lo que es oro brilla. Es la sábana corta en su máxima expresión en tanto siempre queda algo afuera. El buen pasar que sirve para paliar el desarraigo, tema muy caro al corazón argentino y ese «should I stay or should I go?» que pone en juego la racionalidad de una decisión. Será el retorno a la tierra el que ponga sobre el tapete una cantidad enorme de dudas y certezas, no exenta de reproches. Muchos de estos, de naturaleza absolutamente contrafáctica. Allí es donde los diálogos mantienen una vigencia y una resignificación profunda con identificaciones variables respecto a donde se ubicaría el espectador.
Si bien hay un lenguaje propio de los años 80, la vinculación con la actualidad es inmediata. Expresiones que se han escuchado de abuelos, padres y hermanos, se plasman en el escenario con familiaridad. Los prejuicios y las sobreestimaciones se ligan a un inconsciente con el que varias generaciones se han criado. El aura de excelencia a todo lo referido a «Norteamérica» y a quienes viven en la tierra del Tío Sam con el concebido detrimento de «lo propio». Ese «lo importado es mejor» que se ha escuchado como un mantra aunque después, no sea tal. Al respecto, es necesario recordar que “lo político” no tiene que ver con “lo partidario” como condición sine qua non. El silencio es político y no hay que ir muy atrás en el tiempo para dar cuenta esto.
Las posturas de cada uno de los personajes son muy reconocibles. No faltará el diálogo –silencioso por suerte- entre algunos de los espectadores. Un “¿Te acordas de…?”, “¿Viste? Ahora es…” pueden escucharse perdido por ahí. Estará el que diga “atrasábamos años” y el “eso lo pienso y es así”, parapetándose en la trinchera de una mal entendida «autenticidad», sin darse cuenta del paso del tiempo.
La escenografía es grande y amplia, pero sin ser ampulosa. Por el contrario, es el primer guiño de complicidad a la platea. El vestuario logra ubicarse en esos años 80 sin que sea un condicionante para el linkeo con el siglo XXI. Todo lo contrario. Es lejano y cercano al mismo tiempo. Más aún, cuando se cuenta con un elenco de calidad en tanto sus personales y acertados aportes a cada personaje. Cada uno tiene su momento ya sea a partir de los silencios (Malena Solda) o la locuacidad (Alberto Ajaka), la precisión de los argumentos esbozados (Cecilia Dopazo) así como la mezcla de sensibilidad y resignación ante el camino ya tomado (Esteban Meloni)
“Made in Lanus” es una radiografía que no pasa de moda en tanto inquiere y le pide al espectador que se meta en su historia y la deconstruya, algo que terminará haciendo, más allá de su propia intención. Será -probablemente- un trabajo de riesgo pero es allí cuando crece y enriquece el individuo.