Uno contra el mundo
Autor: Roberto Arlt. Adaptación: Marilú Marini y Diego Velázquez. Con Diego Velázquez. Arte, vestuario y escenografía: Oria Puppo. Iluminación: Omar Possemato y Oria Puppo. Asistencia de escenografía: Martina Nosetto. Música original: Nicolás Sorin. Asistencia de vestuario: César Taibo. Producción: Santiago Carranza Colaboración artística: Ernesto Donegana. Asistencia de dirección: Matías López Stordeur. Dirección: Marilú Marini.
Teatro Cervantes. Libertad 815. Jueves a domingo, 18 hs.
Él se presenta de manera despreocupada. Llama la atención y en un punto, también incomoda. ¿Pruritos? ¿Prejuicios? Seguramente pero no se dice. Hay que «mantener las formas» por más que se encuentre ataviado con una camiseta sin mangas, zapatos marrones y aristocrático bastón en la mano. Tiene la sonrisa fácil y la lengua mordaz de aquél que no le importa nada. Es más, disfruta del desparpajo en el que se ubica.
Este hombre, encargado de dar cuenta de una verba prolífica y viperina, es escritor. Habla de su vida, en especial sobre su profesión o arte. Lo que puede ser interpretado como lo más banal y superficial -que vive en el ego de un escritor-, se transforma en todo un alegato sobre la literatura, extensible a otras artes y sus variados criterios de legitimidad.
Ubicado en el centro de la escena, descarga sus mazazos que explotan desde el texto “Escritor fracasado” de Roberto Arlt. A partir de la crítica que le fue dispensada debido a que “escribía mal”. Nos detenemos aquí para preguntar qué sería «escribir mal», más que nada para quienes gozan de amplio vocabulario y nula creatividad.
No obstante, será en ese momento cuando Arlt baja a su pluma todo este monólogo en el que se cobra venganza de los que se ubicaban en la otra vereda y le canta un poderoso “vale cuatro” al cuestionar su lugar de sabihonda impolutez. Su ataque a la élite de la palabra –extensible a cierta paja intelectual que, al día de hoy, goza de buena salud- es contundente. Va y viene a ambos lados de la mesa para descargar su ira sobre quienes se arrogan la santidad de la palabra. ¡¡Y lo hace con un texto por demás culto y sofisticado, matizado con algunas licencias procaces!!
Su “fracaso” como escritor -de quien se esperaba más pero se encargó de asesinar (o dejar morir) a su propio talento-, es la épica reivindicatoria del que tuvo todo y prefirió permanecer “al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa”. De la promesa hecha realidad en una temprana juventud para después no saber como seguir en el camino de la consagración. Como decían por ahí, “mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar”. Algo de eso hay, sobre todo con el paso del tiempo que describe su derrotero. ¿Hace falta algo más que un texto exitoso para ser una estrella? ¿Los laureles mantienen su lozanía “ad aeternum”?
Su provocación es tal que rompe la cuarta pared para reconstruirla inmediatamente (o no). Puede preguntar si hay algún periodista o crítico en la sala hasta decir que ocurriría -con tono correctamente amenazante- en el caso que suene un celular. La petulancia no exenta de sinceridad y un ojo crítico que no respeta fronteras ni “buenas costumbres” son fundamentales. Más aún, en ese instante en que uno se percata de la precisión de su parlamento mientras danza por entre maderas, sillas y libros, como un Fred Astaire de la palabra.
Hete aquí un punto a tener en cuenta. Esa escenografía por demás intrigante, ¿es un departamento en construcción o que está en ruinas? Esa duda es extensiva a las características de quien habla. Sobre todo cuando realiza el proceso contrario al que se suele usar en teatro en tanto vestuario. No se desnuda para mostrar su verdad sino el proceso contrario para enfrentar al mundo.
Con una actuación de calidad, Diego Velázquez pone todo su talento para llevar adelante a un personaje corrosivo e inquisidor de aquellas “leyes no escritas” propias de una elite intelectual que termina hartando en su regodeo de mentes brillantes. La dirección de Marilú Marini es precisa y pule el diamante que tiene en sus manos, para llevar adelante una puesta atrapante.
“Escritor fracasado” brilla a partir del humor y la (auto) crítica de quien pone en tela de juicio a los “intocables” y “mimados” que miran desde la altura de un ego tan grande, que se pierden aquellas pequeñeces, realmente disfrutables para el común de los mortales.