Abasto Social Club. Yatay 666. Lunes, 21 hs.
Basada en “Crimen y Castigo” de Fiodor Dostoievsky, la obra tiene una carga religiosa y filosófica tan fuerte como atrapante. Guiños e ideas que se disparan constantemente, trascendiendo la situación –de intriga y tensión- que ocurre en el escenario. Allí, Atilio (Diego Benedetto) busca asilo tras haber asesinado a la casera del edificio donde vivía. Será en la casa de un amigo (José Escobar) donde el refugio se convertirá en cárcel de su propio ser, por más que no haya candado que le impida la salida. Una joven predicadora (Iride Mockert) buscará encarrilar a Atilio a través de la fe y el amor. A partir de los diálogos entre los tres, se construirá una matrix de conceptos e ideas entrelazadas, de fuerte contenido.
La melancolía atraviesa a estos tres seres que, al decir de un tal Jean Paul, fueron arrojados “a la existencia”. Será la lucha de pulsiones como el amor y la fé que se contraponen con la materialidad y la racionalidad frente a lo acontecido, las que juegue un ajedrez donde los cuerpos son los trebejos de un tablero enorme, compuesto solo por tres piezas. Cada palabra, cada silencio, esconde una celada en la que los diálogos jaquearan constantemente varias ideas preconcebidas por la culpa, Dios y el deber ser. Una carga emotiva muy grande pero con gestos acotados.
La puesta es de esas que se abren a la escucha atenta asi como el cerrar los ojos para penetrar el texto, amén de las actuaciones. En cada momento tenes la alusión relacionadas con cuestiones espirtuales, religiosas. Planteará preguntas cuyas respuestas dependerá de cada uno -en el eventual caso que quiera responderlas, y cómo-. ¿Qué pasa cuando no hay culpa que carcoma al individuo pero que a la vez, sufre por la ausencia de la misma? Más allá de lo poético y bello del trabajo en sí, es destacable el hecho que el actor no se pone por encima de la palabra sino que es un vehículo preciso y aceitado por el cual la palabra llegará a su climax. Para lograrlo, nada mejor que contar con tres actores de excepción y una Maruja Bustamante con una dirección ubicada en un lugar diferente y de calidad. El espacio oscuro y austero que creó, abruma en el marco de una intimidad sofocante, donde la iluminación y la escenografía son fundamentales para lograr tal efecto.
“Un gesto común” es de esas obras que te permiten salir del teatro con un gran deseo de compartir lo visto y sobre todo, charlarlo/debatirlo. Eso si, con el deseo de volver una segunda vez para confirmar o no lo interpretado asi como resignificarlo.