El intento de llevar una obra de teatro al cine es un riesgo que no muchos directores suelen correr. En este caso, Roman Polansky tomó “Un Dios Salvaje”, una obra de Yasmina Reza -quien también colaboró con el director-, para llevar a cabo una versión cinematográfica donde la corrección es el sello distintivo.
Todo está en su lugar. Los actores, los diálogos, las escenas, ¿puede algo salir mal? No, y no es que sale mal sino que parece una filmación de una obra de teatro más que una película en si. Cámara fija y actores actuando con la profesionalidad que caracteriza a actores como Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly y Christoph Waltz.
El punto de partida de la película es la agresión que sufre un chico de once años a manos de un compañero del colegio y la visita del matrimonio Cowan, padres del agresor (Waltz-Winslet) a los del agredido, Michael y Penelope Longsteet (Reilly-Foster). La tensión se basará en la forma en que intentarán dirimir sus diferencias por métodos “civilizados” y “adultos” aunque la hipocresía, los prejuicios y el deseo propio de los individuos por imponer sus propios valores e ideas sobre los otros intervendrán en la discusión.
De esta manera, con una cámara que tomará distintos planos del living, la cocina y el baño del departamento que habitan la pareja de Foster y Reilly, se desarrollará una acción previsible aunque no exenta de una crítica a la forma “moderna” de criar niños a través de personajes bien construídos e identificables para una clase media occidental. Un abogado, una corredora de bolsa, una escritora con sensibilidad por cuestiones humanitarias y un comerciante minorista son los padres educadores que ponen en tela de juicio los valores en los que se asientan los cimientos de una sociedad “civilizada”. No pueden dejar sus trabajos ni su frustración por tener que hacerse cargo de situaciones que no les interesa en lo más mínimo. En esta melange, es donde entran los hijos como bienes de cambio y de uso social y mandatos varios para llevar a cabo en lo que sería la “vida adulta”. La transformación de los adultos es apreciable desde el afiche mismo que plasma en su primera foto la seriedad y bonhomía de la persona hasta transformarse en una caricatura de todos los valores a los que cree representar.
Las actuaciones son correctas y profesionales, acordes al elenco de los kilates de sus nombres pero la película carece de vuelo, más allá de una transposición al celuloide de una obra de teatro.
A tener en cuenta es el recorte de “clase media-alta profesional” que hace la película en el dibujo de los personajes, lo cual permite esa identificación “selectiva”, tan propia de la clase media para acercarse o despegarse de distintos acontecimientos y situaciones de acuerdo a su “conveniencia”. Dicho recorte, no es en vano y dice bastante con respecto a quien apunta el producto artístico. La brutalidad con que se liberan de las cadenas de las “buenas costumbres” que aprisionan los verdaderos sentires de los protagonistas es elocuente y se puede apreciar en cualquier familia “de buenas costumbres” que se precie como tal.
“Un Dios Salvaje” se deja ver pero con la casi misión imposible de sacarse de la cabeza que estamos frente a una obra de teatro.