La semana pasada, hablamos con Alejandro Ojeda, protagonista de “Un canario”. Ahora le toca el turno a Miguel Israilevich, director de dicha puesta. Israilevich le cuenta a ECDL los pormenores de como fue hacer uno de los mejores unipersonales masculinos de los últimos tiempos.
– Hace varios años, creo que por 2010, luego de haber trabajado juntos en «Mecanismos del Cortejo» y «Coquetos Carnavales» Luis Cano me ofreció el texto. Me dijo «actualo o dirigilo». Lo leí e inmediatamente supe que el actor para esa obra tenía que ser Ale Ojeda. Le pasé el texto, lo leyó y se entusiasmó con la idea de hacerlo. Luego yo entré en una especie de conflicto con la dirección. Había decidido dejar de dirigir porque temía que me dejaran de tener en cuenta como actor. Mi estrategia no funcionó ya que no me fue como esperaba. Entré en una crisis profesional y, entre otras cosas, fui a consultar a una vidente. Le comenté acerca de esta obra y me dijo que la haga. Que tengo que dirigir, que es parte de lo que nací para hacer y que si no lo hacía, esa “misión” se iba a estancar adentro mío. También me dijo que esta obra iba a ser la que marcaría la huella de mi trabajo como director. Al día siguiente lo llamé a Ale y empezamos a ensayar. Si bien ya había dirigido varias cosas, siento que esta obra es la primera donde ejercí mi rol de director sin renegar de eso.
– ¿Qué sentiste cuando tomaste el texto por primera vez?
– Además de sentir que ese texto era para que lo actúe Ale, sentí que no tenía idea de cómo hacerlo. La versión que me pasó Luis no tenía didascalias ni signos de puntuación. Sólo decía «El nene:…» y el resto del texto. Me fascinó la incógnita que plantea Luis desde la escritura. Me parece que esa es la semilla de todo lo que sucedió después. Tuve muchas ideas sobre cómo hacerlo pero a la mayoría las desoí porque me parecían un poco obvias. Lo que sí sentí desde un comienzo y le fui fiel es que esa obra se narra a través del vínculo con los objetos y con el espacio. Desde el comienzo trabajamos con esa idea. De hecho, en el primer ensayo le pedí a Ale que cambiara todos los muebles de la sala de ensayo de lugar y que luego los volviera a poner donde estaban mientras pasaba letra. Algo de eso permaneció en la obra.
– ¿Siempre lo concebiste como unipersonal?
-Sí, siempre dí por sentado que sería un unipersonal. En ningún momento se me ocurrió lo contrario. Me parecía que lo atractivo de la obra era que nos obligaba a descubrir algún recurso para la construcción de la ficción que no conociéramos de antes. Cada obra tiene su propia naturaleza y prefiero abocarme a descubrir esa naturaleza más que imprimirle a priori la propia.
– ¿Cómo fue tu trabajo en tanto, dirección del actor?
-El proceso de ensayos tuvo dos etapas, en la primera nos dedicamos a investigar sobre el universo del texto y a plantear consignas que abrieran posibles recorridos. Era el momento de develar la incógnita que el texto planteaba, descubrir su naturaleza y ponerse al servicio de que se desplegara hasta hacerlo suceder. Luego vino la etapa de marcar milimétricamente qué sucedería a lo largo del trabajo, cada movimiento, cada pausa. Dejar armada una estructura sólida para que después se pudiera fluir en ella. La participación de intervención de Ana Schmukler, la asistente de dirección, fue fundamental y sin ella no sé qué habría sido de este trabajo.
– ¿Cual fue el momento más duro en la concepción y de la puesta en si?
-El momento más duro fue cuando no le encontrábamos la vuelta al material y pensábamos «¿para qué nos metimos en esto?». No teníamos idea por dónde ir hasta que de pronto surgió la idea de jugar al cine noir. A partir de ahí se organizó todo casi mágicamente. Desde ese momento empecé a sentir que yo era una especie de medium que «veía» para qué lado tenía que seguir la obra. Era una sensación muy extraña, porque era yo el que estaba ahí pero sentía que la voz con la información venía de otro lado, de algo superior a las identidades individuales.
Crédito: Elizabeth Mia Chorubczyk, http://www.effymia.com |
– ¿Cómo fue el trabajo tan aceitado con la iluminación y con la escenografía?
-El escenógrafo, Gonzalo Córdoba Estévez, estuvo involucrado desde el comienzo. Me pareció crucial que esto fuera así por aquella intuición de que la obra se narraba a través del vínculo del actor con el espacio y con los objetos. Gonzalo aportó muchísimo y hasta le dio sentido del humor a su trabajo, cosa que me parece genial y maravillosa. Con Sandra Grossi empezamos a trabajar quince días antes del estreno. Teníamos a otra persona a cargo de la iluminación que no pudo finalizar el trabajo. En esos quince días Sandra escuchó mi propuesta y la superó ampliamente con su realización. Tanto Gonzalo como Sandra trabajaron juntos en Impalpable donde, a demás de la obra, me encantó el trabajo de ellos. Por eso me pareció oportuno reunirlos ya que juntos son un gran equipo.
– ¿Qué te dice la gente cuando termina la obra?
-Durante las funciones suelo operar el sonido, por lo que siempre estoy ahí a la vista cuando la obra termina. Me da un poco de pudor ese momento así que a Miguel, el operador de luces, o a Ana, les pido que nos pongamos a charlar como si estuviéramos hablando de cosas importantes. Me pone muy nervioso ese momento. Luego, cuando me relajo un poco y voy a saludar a los que invité o conozco siempre dicen cosas muy lindas. No me las acuerdo textualmente porque estoy más pendiente de que no se noten mis nervios que igual se terminan notando. Igual, identifico una reacción general que es la sorpresa.
– ¿Te sorprendió la repercusión que obtuvo en la prensa?
-Me sorprendió que haya tenido repercusión aún sin contratar un agente de prensa. Soy un poco reacio a esa metodología e intento ser fiel a la idea de que en el teatro independiente todos deberíamos poner y obtener partes equivalentes. La prensa tiende a instalar la desigualdad de condiciones entre los involucrados en el trabajo. Luego, las cosas que se dicen de la obra, me sorprenden por lo halagadoras que son. También hemos tenido opiniones muy negativas pero esas no están publicadas. De todos modos, lo que más me sorprende es lo mucho que se habla de la obra en contraste con el poco público que tenemos.
– Miguel, si no te relacionabas con el teatro, ¿qué hubieras seguido como carrera?
-Me resulta muy difícil imaginar eso. Podría arriesgarme a decir «tal cosa» o «tal otra», pero sólo sería a fines de ser complaciente. Lo que sé es que el teatro me salvó la vida y me la sigue salvando. Todos los proyectos traen un enorme aprendizaje que se relacionan estrechamente con lo que me toca aprender en la vida. Me cuesta mucho ser constante con las cosas en general, y el teatro es lo único con lo que logro tener disciplina. Creo que el teatro y mi vida son indivisibles, están ensambladas de tal forma que no puedo pensar mi vida sin teatro.
– ¿Te consideras más director o actor?
-Evito pensar en esos términos donde un rol compite con el otro. A veces dirijo, a veces actúo… a veces siento que necesito imperiosamente actuar, que el cuerpo me lo pide, y otras veces siento que ponerme a dirigir es fundamental para mantenerme en eje. Ambos son roles involucrados en un mismo hecho. Me parece más importante la gente con quien me junto a hacerlo, el material que nos disponemos a trabajar, los objetivos compartidos y no tanto qué rol voy a tener dentro de ese proyecto.
– Contame de tus proyectos futuros
-Estoy en varios proyectos, todos para el año que viene. Un par como director y uno como actor. Estoy contento porque en todos los casos decidimos sacar el pie del acelerador y seguir el ritmo natural de cada proceso de trabajo, sin forzar, sin ser exitistas. En esta ciudad me resulta más difícil proteger los procesos de investigación ya que hay una tendencia a buscar lo instantáneo y lo inmediatamente visible.
– Si por la puerta de Vera Vera, entrase el pequeño Miguel que recién empezaba a transitar el camino del teatro, ¿qué le dirías? ¿Algún consejo? ¿Alguna recomendación?
-Ese Miguel tiene 14 años, vive en Córdoba y es un gordito tímido. Si lo veo entrar por la puera de Vera Vera, primero que nada creo que me asustaría. Una vez asumido lo sobrenatural del hecho, le preguntaría cómo logró viajar a Buenos Aires teniendo esos padres tan sobreprotectores. Luego, le diría que alimentarse bien y hacer actividad física es mucho más importante de lo que cree, que se ponga las pilas así cuando llegue a los 31 está en buen estado. Por lo demás, dejaría que siga viviendo su vida y que cometa los mismos errores.
Un Canario. Vera Vera Teatro. Vera 118. Sábado, 23 hs. ¡¡Última función!!