En Buenos Aires pasan cosas. A veces uno se entera por circunstancias relacionadas a su actividad o simplemente porque la casualidad metió la cola. De esta manera y con esta impronta, se relatarán historias y hechos varios dignos de mención.
Se llevó a cabo, el sábado 18 de mayo, la “I Jornada de Comunicación, Artes Escénicas y Artes Audiovisuales”, realizadas en la Facultad de Ciencias Sociales,. Después de un largo día de coordinar mesas, presenciar ponencias de excelente nivel, y una muy buena afluencia de público, tuvimos el placer de presentar un frenético y ácido anticipo de una ponencia denominada “Consejos de Bourdieu para la práctica periodística”. A continuación, la ponencia completa (no se preocupen que no es larga).
En una entrevista realizada a Pablo Marchetti – ex director de la Revista Barcelona- por este medio, sostenía el entrevistado que el periodismo “es un oficio. Algunos rudimentos básicos y después está en el arte de cada uno como ejercer eso. Está bien que sea un oficio, que no se lo eleve a la categoría de profesión. Que lo puede ejercer cualquiera y que cualquiera puede ser periodista”. No contento con esto, agregó que “Cualquiera puede ser carpintero y ejercer. No le veo mayor diferencia con el periodismo. Hoy hay una construcción al respecto y es parte de aprender el oficio”.
Estas apreciaciones despertaron en quien esto escribe, la necesidad de contrastarlo con otro “oficio” pero que revista la seriedad brindada por algún estudioso en la materia. Mi memoria fue asaltada al recordar el texto de Pierre Bourdieu, “El oficio del sociólogo”. A partir de allí, tomando las salvedades de los casos, el mismísimo Bourdieu establecería un marco adecuado para el desarrollo personal y profesional de los periodistas que deseen perfeccionar su oficio. En algunas ocasiones, cambiaremos el término “sociólogo” por “periodista” y las prácticas científicas pasarán a ser críticas de obras de teatro o una nota de análisis sobre algún fenómeno teatral determinado.
La función del periodista gira en torno de investigar un tema y escribir al respecto. En ese punto, desarrollaría una vigilancia epistemológica. Bourdieu propone la oposición entre el ejercicio de la vigilancia Epistemológica frente a la Sociología Espontánea que, en el caso que nos compete, sería una práctica ingenua de los periodistas que reproducen los modos de hacer y decir de las “recetas” ya validadas. Se debe encontrar, en el conocimiento -y contraposición- del error y de los mecanismos que lo engendren, uno de los medios para superarlo. Dirá Bourdieu que “El primer obstáculo epistemológico es lo que ya sabemos del mundo (los fenómenos y procesos de lo social)”. Esto será un obstáculo para quienes deseen aportar nuevas miradas sobre los temas/problemas a investigar. Se corre el riesgo de limitar la posibilidad de profundizar en espacios de la “realidad” en los cuales se interviene por medio de la investigación.
Ejercer la Vigilancia Epistemológica es el modo a utilizar la investigación y su riqueza para descubrir conocimientos nuevos al tiempo que permite dar cuenta de creencias y discursos viejos, que se han quedado en el tiempo. Se debe reconocer los obstáculos y aplicar técnicas de ruptura frente a la reproducción de la llamada “sociología espontánea”.
Bourdieu identifica esos obstáculos como
*El sentido común: Son “percepciones naturalizadas del mundo” y se dan al ser nosotros mismos, parte de la cultura y de la sociedad en la que nos construimos como sujetos. Se deberá luchar contra “la ilusión del saber inmediato” asi como realizar un distanciamiento necesario para comprender y analizar nuestros objetos y problemas de estudio. El periodista (en nuestro caso) debe cuestionar sus primeras apreciaciones con respecto a lo que estudia/investiga. Todos tenemos “prenociones” que son presupuestos asumidos inconscientemente. Sería lo que uno dice en una charla con amigos o colegas, sin micrófono de por medio. Esas lecturas “primarias” o iniciales, deben ser revisadas. Lo ideal es realizar los análisis y reformulaciones correspondientes.
*El lenguaje común: Es otro obstáculo para el investigador social –periodista, en nuestro caso-. Bourdieu señala que las palabras empleadas por la gente las utilizamos “inevitablemente” en nuestras investigaciones. Debemos analizar si el sentido que le da la gente es el mismo que utilizamos nosotros sobre cuestiones o problemas de investigación. Por eso, debemos discutir y re-pensar como argumentamos lo que investigamos, los supuestos teóricos e ideológicos en que nos basamos y como las ideas comunes se mezclan en los planteos y objetivos de nuestro trabajo. Hay que analizar y distanciarse de lo que dicen y cómo dicen los sujetos estudiados, los temas de los que hablan así como también los propios investigadores y ver las teorías e ideologías que esconden.
*Las nociones comunes: Bourdieu sostiene que el investigador debe revisar las teorías que toma, a veces ingenuamente para sus investigaciones. El reflexionar las ideas y teorías que estarán presentes en las investigaciones para cotejarlas con los datos e informaciones que vamos obteniendo resulta más productivo que citar autores o párrafos de algunas obras sólo porque están legitimados desde nuestro campo de actuación. Debemos cuidarnos de teorías que amenazan con imponer temas, problemas y maneras de pensar los temas a estudiar. Tampoco debemos ser repetidores de lo dicho por otros si lo estudiado nos está mostrando otra cosa. Para esto, debemos reconocer desde qué teoría y/o ideas encaramos nuestras investigaciones sociedad.
Es necesario reflexionar críticamente sobre la práctica de investigación que llevamos a cabo. Bourdieu dirá que “los procedimientos lógicos no pueden ser explicados con precisión, por separado de sus aplicaciones”. Esto implica un rechazo a recetas prestablecidas que dicen cómo se debe investigar, siempre con un único método. En el caso que nos compete, -periodistas en relación con el teatro-, hay una tendencia a respetar a las “vacas sagradas” del medio. Periodistas con ciertos saberes y prestigios que han trascendido a través del tiempo, como si fueran leyes casi inquebrantables. Lo mismo con actores, directores o dramaturgos que hacen todo bien (como mínimo). Asi se reproduce, una “tradición” donde nada se pone en duda y todo está bien de antemano.
Es necesario someter la práctica periodística a una reflexión. Bachelard dirá que “ante todo es necesario saber plantear los problemas”. Es en este sentido del problema el que sindica el verdadero espíritu periodístico. Debe haber una respuesta a una pregunta para, de esta manera, constituir el conocimiento. Nada es espontáneo ni está dado sino que se construye. Cada obra de teatro, recital, o película será diferente una de otra. Por eso, aquello que fue útil en un determinado momento, puede trabar la investigación para la nota propiamente dicha. Llega un momento en que el espíritu prefiere –sobre todo en los grandes medios-, confirmar su saber a lo que lo contradice. Hay un dominio del espíritu conservativo y el crecimiento se detiene.
Bourdieu habla de “construir su objeto, sin pretender presentar primeros principios de la interrogación sociológica como una teoría acabada del conocimiento del objeto sociológico”. O sea, se va construyendo todo el tiempo y no se reproduce la misma fórmula para todos los objetos sobre los cuales se va a escribir. Esto es notorio en quienes se quedan sin herramientas para saltar de un musical a un espectáculo de clown. No pueden lograr que “coincidan” sus conocimientos con lo que están viendo delante suyo. Lo ideal sería revisar las propias prácticas a fín de prestar atención a cómo planteamos y nos vinculamos con los fenómenos de estudio (obras de teatro, entrevistas, investigaciones sobre un tema determinado). También debemos tener en cuenta como y que informaciones y datos iremos produciendo durante el proceso de la investigación.
Como profesionales, debemos ser reflexivos y autocríticos: desde elegir y definir los temas, las nociones conceptuales, teórico- ideológicas asi como en las perspectivas metodológicas e instrumentos de recopilación y análisis de datos diseñados y aplicados. Todo el proceso de una investigación nos enfrenta a su evaluación reflexiva. Según Bourdieu “El conocer debe evolucionar junto con lo conocido”. El descubrimiento no se reduce a una lectura de lo real. Es, justamente, una ruptura con lo real. La ruptura con lo tradicional –teorías tradicionales según Bourdieu- y la relación con las mismas no es más que un caso particular de la ruptura con la sociología espontánea. Hay periodistas que no plantean problemas porque la tradición no los considera dignos de ser tenidos en cuenta. ¿A quien le importa decir que Guillermo Francella se repite desde hace treinta años?
El periodista –y todos los que estuvimos en alguna redacción lo sabemos-, en general, debe hacer frente a las obligaciones que le presenta un auspiciante para sacar tal o cual crítica.
¿Alguna nota osaría decir que Alfredo Alcón en “Los Reyes de la Risa” estaba tapado por la incontinencia verbal de Guillermo Francella? No. ¿Algún crítico –de los grandes medios formadores de opinión- publicó que la versión teatral de “La Celebración” no respondía a las expectativas que había generado y solo Benjamín Vicuña estaba a la altura de las circunstancias? ¿Qué el “Hamlet” de Mike Amigorena corrió la misma suerte que “La sombra de Federico” o el “Macbeth” de Javier Daulte, todos del Complejo del Teatro San Martin? No. Más allá de esta circunstancia, el periodista está limitado a los esfuerzos que exigen las rupturas y las incitaciones del sentido común. Por eso, vuelve al pasado teórico de su disciplina y a la tradición de la misma. Caso contrario, puede poner en jaque su fuente de trabajo
También están los periodistas que dicen que todas las obras son buenas y siempre hay algo para rescatar. Cuando Bourdieu dice que “los hechos no hablan”, sostiene que el sociólogo –periodista- que quiere sacar de los hechos –la obra de teatro, los actores-, la problemática y los conceptos teóricos que le permitan construirlos y analizarlos, corre el riesgo de sacarlos de la boca de sus informantes –o sea, ellos mismos-. No basta con que el sociólogo –periodista- escuche a los sujetos –actores, directores, dramaturgos-, registre sus palabras y razones para explicar su conducta. Al hacer esto, “se corre el riesgo de sustituir sus propias prenociones por las prenociones de quienes estudia”. De ser así, estaríamos realizando, más que una nota o una crítica, una gacetilla más refinada
A esto, hay que sumarle quienes creen que mantenerse dentro de la tan mentada neutralidad u objetividad periodística –un tema largo para debatir en otra ocasión-, es limitarse a sacar del discurso de los sujetos los elementos para su crónica. Algún colega se verá impedido de realizar una nota sobre una obra que no le haya parecido buena porque tiene amigos en el elenco. Esto sería lamentable, no solo por su apego a su profesión a menos que le tenga miedo al ego del actor pero esto es harina de otro costal. Igualmente, también haremos una mención a aquellos periodistas que se creen más relevantes que el hecho que están analizando. Nunca pueden ser más importantes que el hecho sobre el que escriben o el entrevistado. Deben ser conscientes de la realidad siendo su función indagar al respecto y no un pavoneo de su propio ego.
Al día de hoy, la relación entre el periodista y el público en general pasa por una etapa sinuosa. El periodismo está atravesando, al decir de Bourdieu, “más dificultades que cualquier otra ciencia en desprenderse de la ilusión de la transparencia y realizar la ruptura con las prenociones (…) y está expuesto al veredicto ambiguo de los no especialistas”. Aquí es donde Bourdieu hace una pregunta fundamental “¿Cómo no sentirse un poco sociólogo –periodista- cuando los análisis del “sociólogo” concuerdan con las palabras de la charla cotidiana?”. Si el periodista acepta determinar su objeto y las funciones de su discurso de acuerdo con los requerimientos de su público, se vuelve una especie de “profeta”, que no se corresponde con su función. Por eso, y adaptando la idea de Bachelard, todo periodista “debe ahogar en sí mismo el profeta social que el público le pide encarnar”.
A las estadísticas que salgan de la investigación, hay que someterlas a la interrogación epistemológica. Tampoco hay que exigirle ni hacerle decir más que lo que dice, bajo las condiciones en que lo dice. Una obra en el Paseo La Plaza tiene detalles como el precio de la entrada, la capacidad de la sala y la producción en las obras. Por eso no puede analizarse de la misma manera que una de un teatro independiente de San Telmo o el Abasto.
Paralelamente, se rompe con cierta ley no escrita que afirma que “en la calle Corrientes está el mejor teatro” y ¡no es así! Hubo y hay obras de mala calidad, con el agregado de una inversión sideral. Menciono a título ilustrativo y viajando atrás en el tiempo que el “teatro” incluye a todo el teatro, llámese off, oficial, calle Corrientes. Todo es teatro, mal que les pese a los grandes productores que se autodenominan EL teatro.
Recuerdo las semanas paranoicas de la Gripe A con afiches que decían “Vuelve el teatro” (¿acaso se había ido?) y una posterior conferencia de prensa en el Maipo con Carlos Rottemberg y Adrián Suar a la cabeza. El teatro puede estar bien hecho y ser de calidad, ya sea en la calle Corrientes o en un barrio. Hay superproducciones del centro basadas en fuertes campañas publicitarias en los multimedios, independientemente del valor artístico. Que va mucha gente, seguro pero ¿y la calidad artística? Hubo teatros que siguieron sus funciones durante la “crisis”, con obras de mayor calidad que las de las grandes salas. Volviendo a lo dicho anteriormente, ¿Cuántos periodistas pudieron, quisieron u osaron decir algo al respecto, o lo intentaron al menos?
Estas observaciones son disparadores para debatir sobre la profesión y lo que hace uno con el oficio que le ha tocado. Que este texto podrá ser destrozado, es probable pero habrá cumplido su función, al hacer pensar, razonar y discutir a quienes, al día de hoy, se encuentran con el noble propósito de escribir acerca del teatro.