“Caer (y levantarse)”. (Teatro)

La vida en un puño.

Dirección: Mey Scápola. Actuación: Luciano Castro. Autores: Patricio Abadi y Nacho Ciatti. Idea Original: Luciano Castro-Mey Scápola. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Realización Escenográfica: Juan Manuel Aristegui  Y Grisel Nardi. Iluminación: Matías Sendón. Fotografía: Alejandra López. Maquillaje: Celeste Dunan. Diseño Gráfico:  Lucila Gejtman. Música y Diseño Sonoro: Nicolás Bari, Matías Niebur. Asistencia De Dirección Y Producción: Nacho Ciatti. Participaciones Especiales (Audios): Osvaldo Príncipi, Rodolfo Barili, Emma García Torrecilla. Producción General: Luciano Castro – Mey Scápola.

El boxeo suele contar con historias que superan a la ficción. En más de una ocasión, es el reflejo de aquella máxima ricotera de “vivir solo cuesta vida” pero atravesada por circunstancias extraordinarias, no por lo grandilocuente sino por su poca frecuencia. Siempre protagonizadas por hombres que realizan el tan mentado “camino del héroe” al mejor estilo de las tragedias griegas.

En el caso de Junior, es un boxeador que ha vivido en carne propia las dos caras de la moneda de una carrera en el pugilismo. El éxito y el fracaso, la fama y el ostracismo. Ahora, se encuentra a la espera de una decisión que podrá cambiar –definitivamente- su vida. Por tal motivo, necesita verbalizar lo que le ha ocurrido a lo largo de su vida. Habla, hace sombra, paso al costado y continúa. Va y viene a través del tiempo, sin documentos ni ataduras. La forma en que relata los acontecimientos es elocuente a como se dieron los acontecimientos.

Es en este punto, cuando el texto pergeñado por Patricio Abadi y Nacho Ciatti hace gala de una precisión absolutamente destacable. Pero no desde el lugar de “la prolijidad” –que la tiene- sino de un conocimiento de lo que vivía un boxeador en la década del 80. Esos “olores” a los que se refiere Junior al recordar su niñez, de los gimnasios y su aura. Otra época, otra vida, otros códigos. El entrenamiento con el padre y el recuerdo del abuelo, todo atravesado por la vida en un gimnasio, con guantes, vendas y cabezales de por medio.

Esa exactitud con la que cuenta el texto, se plasma en la figura de consagrados del pugilismo que aparecen dando vueltas por el relato. Este recuerdo es un homenaje a quienes hicieron grande el boxeo argentino como Sergio Víctor Palma, Gustavo Ballas, Juan Domingo “Martillo” Roldán (con alusión a Marvin Hagler incluida), Juan Martín “Látigo” Coggi y ese talento tan grande como controvertido que fue Ubaldo «Uby» Sacco. ¡Qué boxeador, madre de Dios! Justamente, Junior tenía devoción por Uby. Quería seguir sus pasos: el Luna Park, la facha, el talento. También adoptó su otra cara….

Los hechos se suceden como si fueran capítulos de un libro atrapante, sin prisa pero sin pausa. No vuela una mosca en el teatro, con todos los ojos posados en el escenario. Tal como si fuera un ring. Se escucha la voz de Osvaldo Principi para relatar la contienda. Miramos a nuestra derecha y a dos butacas, el mismísimo Martín “El Principito” Coggi, hijo del gran “Látigo”, miraba ensimismado lo que ocurría sobre tablas. Es la ceremonia de boxeo, con dos hombres –en este caso- batiéndose a duelo, en el ensogado, en pos de la gloria y el legado.

La sensible dirección de Mey Scapola privilegia el “menos es más”, en tanto no recarga tintas ni se regodea en el dolor, la alegría o la tristeza. La lucha de Junior contra sus demonios entra en esos rounds “de campeonato” en que se decide la pelea. El dibujo de algunos personajes es fundamental para abrir todo hacia otros horizontes. Tal es el caso del padre de Junior, Agustina, Lucrecia, Cielito o el Gitano. La certera iluminación de Matías Sendón brinda los climas requeridos para que todo siga manteniéndose sobre rieles.

Párrafo aparte para la actuación de Luciano Castro. Ya lo habíamos visto en “Sansón de las islas” en el Teatro San Martín donde estuvo muy bien, más allá de los prejuiciosos de siempre. Aquí, da vida a un Junior que le calza como anillo al dedo. Es bien conocido el gusto de Castro por el boxeo, en tanto su práctica como en su cercanía al mundo del deporte de las narices chatas. Su elección no es casual. Por eso, su reconocimiento a los boxeadores argentinos y su guiño especial a Uby.  Castro pone todo arriba del cuadrilátero (¿acaso no lo es el escenario…?) y realiza su “mejor trabajo”, según sus propias palabras.

Se apagan las luces y finaliza la función. El clima es de ebullición. Luciano Castro levanta los brazos en señal de victoria. “¡Como ruge la leonera!” diría José María Gatica. No le falta razón. “Caer y levantarse” hace honor a su título y se lleva un triunfo amplio en las tarjetas, con una propuesta seria y atrapante. El boxeo, como un espejo de la vida misma. Ni más, ni menos.

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