Mind games
Actores: Carlos Kusznir, Milagros Martino, Jesica Aixa Sosa, Luisina Ponse, Florencia Gonzalez Salgado, Patricio Pérez Piñero. Cantante: Lisi Dikof. Músicos: Agustín del Valle, Rocío Belén Bruch, Julián Arenzon, Gustavo Palma. Compositores: Sergio Armellino, Matías Palumbo. Iluminación: Ricardo Sica. Vestuario: Flor Tutusaus. Edición de video y producción: Valentina Manuela Ortiz De Rozas. Fotografía: Sara Vega. Diseño gráfico: Florencia Gonzalez Salgado. Asistencia de dirección: Victoria Lombardo. Dirección, dramaturgia y escenografía: Alejandro Radawski.
Beckett Teatro. Guarda Vieja 3556. Domingos 19 h.
Pelar una cebolla es una tarea complicada ya sea por sus capas como el llanto que causa dicha acción. Más aún, cortarla en pequeños pedazos para condimentar una comida de diversos gustos. Con “El alemán que habita en mi” hay algo parecido en tanto las diversas envolturas que plantea y sus consecuencias.
Un escenario a oscuras se contrapone con una platea que habla mientras se acomoda en los asientos que les corresponde. Pocos se dan cuenta que hay una figura en el fondo. La entrada de los músicos pone fin al intercambio verbal de los espectadores para internarse en la puesta. De repente, se alumbra a un hombre mayor, que mira al infinito. Empieza a hablar y comparte sus recuerdos. Igualmente, hay algo que no cierra. El tiempo no respeta cronología alguna. La música enmarca las vivencias de un hombre que busca capturar sus memorias al tiempo que se le escurren entre las manos. Una lucha perdida que, no obstante, no deja de llevar adelante.
Alejandro Radawski (a quien ya vimos en su inquietante versión del “Ferdydurke” de Vitold Gombrowicz) lleva adelante una puesta arriesgada que podrá, no solo dividir aguas sino que sumerge a los espectadores en variadas sensaciones. Desde el mismo momento en que plantea las consecuencias del Alzheimer y la vejez, se pone el acento en el “como”. Ahí es donde radica uno de los puntos destacables. No se le añade tristeza ni solemnidad a un trance bastante complicado per sé. Realiza una gambeta corta para añadirle música e imágenes para una fuerte creación de sentido sin pasteurizar un ápice la situación. El carácter onírico de la puesta es una toma de decisión fuerte al respecto. La tragicomedia resignifica cada línea del texto y como se lleva a cabo la puesta.
Por otra parte, la fragmentación en el desarrollo de los acontecimientos permite el ingreso en la mente de quien tiene una vida rota en múltiples piezas. La imposibilidad de unirlas para armar el rompecabezas de su existencia es impactante. Esa “dimensión desconocida” en la que vive y busca concienzudamente al amor de su vida con magros resultados. De ahí que la desprolijidad que pueda apreciarse, se condice con lo planteado.
Por tal motivo, abruptamente, la cacofonía en la que se estaba inmerso se acomoda, mientras que, aquella que ocurre sobre tablas, sigue su curso. El impacto ocurrido en ese momento es impactante. No hay forma de escapar de lo planteado. La comprensión –y linkeo- es absolutamente personal. El rostro del público cambia. Se abren las neuronas para comprender y aprehender los hechos o se busca “jabear” los mismos ante su peligrosa proximidad. A esto, hay que añadirle el trato a la ancianidad, en relación con el abandono y el deterioro que implica el paso del tiempo. El “hacerse cargo” del padre/madre por parte de los hijos ante lo irreversible cae en la volteada. La pregunta más que obvia sobre el «qué hacer» con los padres es tan dura como difícil de responder. Probablemente, cualquiera sea la respuesta, tendrá efectos devastadores para todos.
Dentro de un elenco sólido y versátil, Carlos Kusznir lleva adelante una actuación por demás destacable. Crea un personaje riquísimo, de fuerte presencia escénica. Los cambios de vestuario cuentan con sincronización suiza para que el engranaje teatral no se resienta. Otro tanto ocurre con la iluminación, fundamental en los climas de una vida de la que quedan retazos. El quinteto musical es preciso en sus intervenciones. Párrafo aparte para Lisi Dikof, voz solista que se desdobla en el canto y la actuación, cuando esta lo amerita.
“El alemán que habita en mi” incomoda al mismo tiempo que inquiere respecto al trato a la ancianidad y como el Alzheimer impacta al que lo padece y su núcleo cercano. Ponzoñosa y corrosiva, desprolija e impactante, no pasa desapercibida para nadie. Una experiencia teatral que merece ser vivida.