Swing Time
Dramaturgia y dirección: Malena Bernardi. Con Catalina De Urquiza, Pablo Kusnetzoff, Nora Mercado y Eileen Rosner. Movimiento: Rosario Ruete. Vestuario y escenografía: Cecilia Zuvialde. Iluminación: Leandra Rodríguez -Adea-. Música original: Severino Adn. Diseño gráfico: Facundo Lopez Fraga. Asistencia de dirección: Nahuel Baltasar. Producción ejecutiva: Natalia Andrea Badgen. Supervisión dramatúrgica: Mariano Saba. Coreografía: Rosario Ruete. Duración: 70 minutos
Teatro El Crisol. Malabia 611. Domingo, 20.30 h.
Una historia que abre otras tantas pero que tienen un tronco común. Esto, que parece una verdad de Perogrullo, peca en muchas ocasiones de querer descubrir la pólvora por enésima vez, con pretensiones de originalidad. Hete aquí queMalena Bernardi concibió una puesta ingeniosa y divertida.
Todo comienza con la relación conflictiva de Sulfita, una joven muy particular, de gusto por el baile, con su madre. Esta situación está atravesada por el hurto del saco que da título a la obra, que se encontraba en manos del intendente del pueblo. Tras lo ocurrido, quedó postrado en una silla de ruedas.
Lo descripto es el puntapié inicial de un relato tan atractivo como intrigante. El hecho que las acciones se desarrollen en un pueblo tierra adentro, es importante. No en vano existe el dicho “pueblo chico, infierno grande”. Si a esto se le agrega los vínculos entre madre e hija, amantes de por medio y el rol de la autoridad, tenemos enfrente un combo explosivo que logra un impacto con efectos varios. La combinación del humor y lo absurdo, no exento de cierta ironía y crítica, potencia esa sensación de sorpresa que vive el espectador.
Todo tiene un por qué en su concepción y desarrollo. Una Sulfita desdoblada, que grita sus verdades en un lenguaje soez fija su posición ante esa institución llamada “familia”. El deber ser y el deseo pugnan por salir a la luz en pos de ese premio llamado “felicidad”. La forma en que se lleva a cabo y los daños colaterales serán los costos a pagar. Llamese intendente, relación filiar o un futuro que tiene más incógnitas que certezas.
Al ritmo de la danza claqué y el zapateo americano, se llevan a cabo los acontecimientos a un ritmo estruendoso en su forma, pero absolutamente armonioso en su desarrollo. Los movimientos y desplazamientos dan cuenta del trabajo preciso de Rosario Ruete en la coreografía. El espacio es brillante y colorido, con sillas y mesas que brindan un marco que combina lo grotesco de la situación con el cambio constante entre un living y un escenario. Inclusive dudando que esto sea así. Justamente ahí, radica la riqueza de la puesta. La combinación del melodrama con lo absurdo conforma un texto que, si no capta la atención desde el comienzo, lo hará a medida que transcurren los hechos. Quizás, con algunos minutos menos, logre una contundencia aún mayor.
Las actuaciones responden a lo requerido por el texto y la dirección, con la consabida creación de sentido. Lo visceral, el grito y los gestos ampulosos dominan la mayor parte del tiempo con precisas pausas y guiños varios al cine. La doble conformación identitaria de Sulfita puede causar sorpresa, pero es solo el primer instante. A posteriori, se confirmará el acierto de esta decisión por la potencia del personaje que llevan adelante Eileen Rosner y Catalina de Urquiza. Nora Mercado también lleva adelante dos personajes, tal como la madre y una mujer pero también, por momentos, es la pitonisa que habla castizo, un doblez admitido y respetado por su hija. Con apariciones precisas, Pablo Kusnetzoff es ese intendente que sufre esa discapacidad que se relaciona con el legado del gran bailarín y actor norteamericano.
Con una propuesta que no abunda en el teatro independiente porteño, “El saco de Fred Astaire” es un soplo de aire fresco con su humor y acidez.