Antes y después
Dramaturgia y dirección: Pablo Bellocchio. Estefanía Revas, Gimena Romano Larroca, Juan Tupac Soler, Nicolás Salischiker, Jorge Gentile, Jimena López, Rodrigo Bianco y Verónica D’Amore. Música en vivo: Guille Olguín. Diseño Gráfico: Rodrigo Bianco. Fotografía: Pía Leavy. Asistencia de Dirección: Malena López y Martina Carou.
Espacio Polonia. Fitz Roy 1477. Sábados 23 hs y 23.59 hs.

Un velorio. Un hombre llamado Piero Lascia ha muerto pero ha dejado a más de una familia sin su referencia máxima. Pero, lo que se presenta como dos obras, será, en realidad, una misma historia con un cambio en el prisma en que se aborda cada una de ellas. Dos mitades para conformar un todo que aún así, dejará la puerta abierta a la incertidumbre.
Habrá una familia sanjuanina y otra, porteña. Los primeros serán los que inicien el derrotero de Piero como “macho dominante” en las variadas familias que constituye y abandona. En cambio, los segundos serán quienes lo acompañaron en sus últimos momentos de vida. De más está decir que cada una de las familias tendrán sus propios planteos entre sus propios integrantes. La relación de los hermanos será otra variable de los acontecimientos.
El planteo de la obra acerca de la santidad de la persona por el mero hecho de su fallecimiento, trasciende a partir de lo descubierto por uno de los hijos sanjuaninos. Éste, por su condición de abogado, se enteró de algunos datos comprometedores para el difunto. La muerte de Piero no solo interpela a los hijos en tanto su relación con el padre sino con su propio sentir respecto a la situación. Nuevamente, el “deber ser” atraviesa una puesta desde el preciso instante en que «papá no es el que dice ser». Mucho menos, lo bueno que se lo consideraba.

La puesta plantea todas estas ideas a través de una comedia dramática donde el humor tiene su lugar, con personajes fácilmente identificables. De esta manera, con un ritmo dinámico y tensamente divertido, capta la atención desde el primer momento. Las actuaciones son correctas y responden a lo requerido por la dramaturgia, a través de una dirección exacta.
A modo ilustrativo decimos que, apenas termina la primera parte, se hace salir a los espectadores para que vuelvan a entrar a los pocos minutos. Tras el cambio en la escenografía, se procede con la continuidad del relato. Igualmente, -y esto es lo destacable-, el corte en la acción no provoca un decaimiento de la tensión sino que, por el contrario, se establecen los vínculos que se habían visto en la primera parte. Allí es cuando la obra se completa, gracias a que el espectador llenará de contenido cada uno de esos espacios que habían quedado vacíos en esa primera parte. Si alguno, eventualmente, desea retirarse al finalizar la primera parte, habrá sido testigo de una muy buena puesta pero se quedará con un todo incompleto a pesar de que cada una de sus mitades tiene su propia identidad.
“Esto es tan solo la mitad…” y “De todo aquello que me contaste” da cuenta de la imaginación y la capacidad dramatúrgica de Pablo Bellocchio. Concibió una puesta disfrutable de principio a fin, como uno de esos discos que había que darlo vuelta para ver la visión completa del artista.