Las Encadenadas (Teatro)

Dos tipas audaces

Dramaturgia y dirección: Juan Mako. Con Cecile Caillon, Mónica Driollet, Claudio Depirro y Diego Torben. Vestuario: Paola Delgado. Diseño de escenografía: Sol Soto. Diseño de luces: Alejandro Le Roux. Diseño De Sonido: El Pájaro Films. Realización de escenografia: Sol Soto. Fotografía: El Pájaro Films. Diseño gráfico: Otra Producciones Escénicas. Asistencia artística: Tobías Cortés. Producción ejecutiva: Otra Producciones Escénicas. Supervisión dramatúrgica: Gabriel Fernandez Chapo.

Abasto Social Club. Yatay 666. Viernes, 21 hs.

Graciela y Esther trabajan en el crematorio de Carhué, pueblo lindante con Epecuén. La noche se asoma, con probabilidades de lluvia por lo que deciden terminar lo más rápido posible su tarea. Un trabajo como cualquier otro salvo que, en este caso, consiste en la quema de los difuntos. La muerte como forma de vida, con todas las particularidades que tienen estas mujeres como individuos. Sus vivencias y su pasado relacionado con la inundación del pueblo del cual son oriundas, que ha dejado heridas abiertas. Pero ¿qué ocurriría si esas heridas se tocan con su propia crianza, un sentimiento de justicia y los valores que les han sido inculcado?

Como si fuera un presagio de lo que va a suceder, una feroz tormenta descarga su furia sobre la ciudad. Esta lluvia remitirá a otra situación que atraviesa la puesta en tanto contexto y el sentir de las protagonistas. Es la referencia a la inundación que sufrió Epecuén, en 1985, por la crecida del lago homónimo, debiendo ser evacuado en su totalidad por sus habitantes. El lago tenía aguas altamente mineralizadas que eran famosas por su similitud con las del Mar Muerto. Por tal motivo, después de casi treinta años que tardaron en bajar las aguas, quedó un pueblo destrozado y salinizado. Dicho lago forma parte de un sistema de seis lagos conocido como «Las encadenadas del oeste». De aquí sale el juego de palabras que da titulo a la obra y también juega con la relación que une a las dos amigas. 

Juan Mako creó una fábula cautivante con dos mujeres desbordadas por el devenir de los hechos. Los diálogos juegan con el humor y la complicidad para dar un volantazo certero para cambiar el rumbo de la obra hacia otros, tan atrapantes como intrincados. La justicia rozando con todo aquello contrario a ella más los propios prejuicios y valores. El rol de la autoridad y el valor del trabajo. Vivir para trabajar o trabajar para vivir. El poner la propia identidad en la tarea que se lleva la mayor parte del día. Una plusvalía de vida que la usufructúa quien justamente cae en un estado de vulnerabilidad.

La puesta plantea diversos interrogantes de manera sutil, en el marco de una comedia donde la empatía de Esther y Graciela para con el auditorio es inmediata. La escenografía es exacta con un diseño de luces preciso. Todo está en su lugar (El “No se muera. No hay cementerio” es una gema) y contribuye perfectamente a la creación de un ambiente lumínicamente sórdido.
Cecile Caillon y Mónica Driollet son ese par de opuestos que se atraen para conformar una dupla sólida. La primera, como una Esther preocupada por su trabajo y una postura seria ante la vida. En cambio, Driollet es una Graciela simple, con ganas de pasarla bien pero de carácter en cuanto al “deber ser”. Pero será la particularidad que da título a la obra la que termina jugando entre ambas para cerrar con la tensión puesta sobre tablas. 

Con un preciso mix de comedia y suspenso, “Las encadenadas” es de esas puestas que, en un principio, atrapan por su simpatía pero después, dejan al espectador sentado al borde de la butaca, por la intriga creada por la buena conjunción de la dupla dramaturgia/dirección y actuaciones a la altura de lo requerido. Una muy buena opción para una noche de viernes de teatro por demás disfrutable.

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