El tiempo es veloz.
Dramaturgia y dirección: Mariano Pensotti. Con Marcelo Subiotto, Mara Bestelli, Bárbara Massó, Paco Gorriz y Julian Keck. Músico en vivo y composición musical: Diego Vainer. Video: Martín Borini. Asistente de iluminación: Facundo David. Diseño de iluminación: David Seldes. Ingeniero de sonido: Ernesto Fara. Diseño de espacio escénico y vestuario: Mariana Tirantte. Colaboración artística Aljoscha Begrich, Martín Valdés-Stauber. Coordinación de escenario y asistente de dirección: Juan Francisco Reato. Producción artística Florencia Wasser. Duración: 105 minutos. Documental niño: Demian Villanueva Barrera. Casting/coach niño: María Laura Berch. Coach en set: Victoria Angeli. Dirección de arte: Mariana Tirantte. Equipo de arte: Sofía Eliosnoff y Romina Santorsola. Foquista: Victoria Pereda. Gaffer: Agustín Córdoba. Color HD Argentina. Dirección de fotografía: Armin Marchesini Weihmüller. Asistente de dirección y edición: Ignacio Ragone. Equipo de producción: Costanza Leyenda y Lucía Dellacha. Jefa de producción: Natasha Gurfinkel. Producción general: Florencia Wasser. Guión y dirección Mariano Pensotti.
Teatro General San Martín. Av. Corrientes 1530. Miércoles a domingos, 20.30 h.
El paso del tiempo y el devenir de los hechos e ideas en un giro de 360° son temas que llaman a la reflexión tanto a filósofos, historiadores como a artistas de géneros diversos. Parafraseando a dos himnos del rock argentino, “el futuro llegó, hace rato” aunque deja la puerta abierta a aquello de “lo que fue hermoso, será horrible después”. Será en medio de estas ideas que –pareciera- se basó Mariano Pensotti para “Los años”, su última e inquietante creación. El presente se encuentra en el año 2050 y, desde ese lugar, mira desde el espejo retrovisor de cierta ironía, lo acontecido en el 2020.
Al ingresar a la sala Martín Coronado, se aprecia una precisa escenografía de respetable tamaño. Tan elocuente e ilustrativa, como las de “Cineastas”, “El pasado es un animal violento” o “Cuando vuelva a casa, voy a ser otro”, gemas de la factoría Pensotti, aunque con diversas mecánicas en su puesta y su concepción. La “caja” que alberga las acciones se divide en cuatro partes. Si bien la mitad del plano superior apenas permite la visión externa, en la parte inferior se ubican los dos años que toma la dramaturgia como pasado y presente de la vida de Manuel (30 y 60 años).
A partir de esta situación, se viaja a través del tiempo, planteando un futuro absolutamente posible. Los paradigmas tan en boga hoy en día, son vistos desde un lado crítico y cínico. La ecología y el vegetarianismo puestos bajo la lupa, cortesía de un complejo de «sensibilidad extrema» de quienes encarnarían valores admirables pero logra un efecto contrario. Algo similar ocurre con las «buenas intenciones» de Manuel de filmar edificios de Buenos Aires y su influencia europea. Una gran idea en tanto no implique ir-más-allá de este objetivo. Todo «hasta ahí», sin mayor compromiso que el requerido por la institución que brinda los fondos para llevar a cabo el documental. Será en la concepción del mismo -y su viraje- donde estallan numerosos interrogantes.
Los cambios saltan desde el escenario para jugar con la actualidad de los espectadores. Los conocimientos y los prejuicios que no se terminan de verbalizar so pena de quedar expuesto en la posición contraria al “deber ser”. La “periferia” pasa a ser lo “in”, tal como el caso de Villa Lugano en un 2053 distópico, que terminamos imaginando ante la poca probabilidad de ser testigos de esta coyuntura. La historia de Raúl, el niño residente de dicho barrio que filma Manuel es relevante en varios aspectos. Su valor no solo está en su propio devenir sino en cómo afecta a quienes protagonizan el relato. Un oasis de sensibilidad bien entendida, sin ningún tipo de banalización ni dobles intenciones.
El texto es rico y contundente. No deja indemne a nada ni nadie. Desde los vínculos familiares a la forma en que el crecimiento/madurez pelea con la juventud/ideales por las almas de Manuel, Teodora (su compañera) y Claudia (la madre de Laura). El “sentar cabeza” es la zanahoria que se persigue constantemente. Las relaciones -tensas- entre padres e hijos plantean ausencias y reclamos que no prescriben. Surge la amarga -¿y adulta?- reflexión sobre lo que quedó en el debe y el haber de la vida. El “¿Estoy a tiempo de hacer lo que quiero?” flota en el aire con la certeza que, cualquiera sea la respuesta, traerá consecuencias irreparables.
El elenco es acorde a lo requerido. Bárbara Massó es esa Laura que va y viene a través del tiempo y de la acción, siempre con un tono justo. Marcelo Subiotto da cuenta de su calidad interpretativa con un Manuel como padre atribulado con sus propias dudas y certezas. Los intercambios que tiene con Teodora –una exacta Mara Bestelli- son más que reveladores, más aún al postularse como su propio lado B o C. Paco Gorriz y Julian Keck cumplen con precisión con sus personajes.
Atrapante y sutilmente corrosiva, “Los años” abre nutridos frentes de creación de sentido, poniendo en tela de juicio varias verdades no escritas de este 2023, algunas realmente interesantes, pero de tanta corrección/tibieza política que termina siendo peor el remedio que la enfermedad. Ideal para debatir y ver más de una vez. Siempre se va a poder descubrir algo nuevo en las puestas de Mariano Pensotti y el Grupo Marea.