Los finales felices son para otros. (Teatro)

Guillermo en el conurba.

Dramaturgia: Mariano Saba. Con Martin Gallo, Augusto Ghirardelli, Mariana Mayoraz, Sofia Nemirovsky, Matias Pellegrini Sanchez y Julian Ponce Campos. Vestuario: Betiana Temkin. Escultura: Carlo Pelella. Diseño de escenografía: Micaela Sleigh. Realización escenográfica: Taller Metal Creativo, Jorge Barneau, Joan Bekerman y Ramiro Pérez Morbelli. Diseño De Iluminación: Leandro Crocco. Diseño gráfico: Javier Pane. Asistencia de escenografía y de dirección: Pipo Manzioni. Producción ejecutiva: Jimena Morrone. Producción general: Upa Producciones. Dirección: Ignacio Gómez Bustamante y Nelson Valente. Duración: 85 minutos.
 
Espacio Callejón. Humahuaca 3759. Lunes, 20:30 hs y sábado, 20 hs.
 

La universalidad de Shakespeare se mantiene a lo largo de los años. Su riqueza es tal que puede adaptarse a un contexto cercano como un barrio periférico argentino en el que se cuecen habas de todo tipo.


Un taller de fundición es el espacio en el que se desarrolla una historia de familias y conflictos que viene de larga data, amoríos de por medio. Mientras que la pluma de William retoma reinos para hablar de las infamias de la sociedad y de los seres humanos, Mariano Saba (encargado de la dramaturgia) pone la lupa en un comercio que recorta una situación social y económica determinada. El reino que era un país, ahora pasa a ser absolutamente personal y reducido a un negocio a la calle. No obstante, Saba retoma a Shakespeare para encarar un texto bien próximo que, inclusive, incorpora la cuestión de clase para instalarse en los males de la sociedad. 
Ricky es el hermano maldito de una familia. Trabaja en el mencionado taller de la manera que puede a partir de su condición física, más que desmejorada por culpa de una cojera y una parálisis. Dentro suyo, crece el odio frente al despotismo de sus hermanos.

La acción es atrapante y apela a esa «sensatez y sentimientos» que se pide siempre, en tanto las propuestas serias, conformando un todo completo de creación de sentido. Temas como las relaciones familiares atravesadas por el rencor, la codicia y el poder (en plena sintonía mentonímica con el Estado) bajan al barro de la cotidianidad al incorporar el bullying y el acoso en la visibilización de los conflictos. 
En tiempos de corrección política exacerbada y tibieza confundida como aceptación de todo lo que pulula por ahí, la forma en que se lleva adelante la puesta es visceral y arrasadora, con los momentos de remanso necesarios para aprehender el vértigo plasmado sobre tablas.
Esta decisión estética no está exenta de una toma de posición. Será expulsiva de sensibilidades almibaradas, lo cual se agradece. Acá se va al meollo de la cuestión. Abre la reflexión y el debate sobre los temas ya descriptos que giran en torno a una persona discapacitada, haciendo una gambeta corta a esa bondad per sé que les otorga.
 
La sabia dirección de la dupla Gomez Bustamante-Valente que no deja nada librado al azar, con la lupa puesta en el más mínimo detalle. La poesía de las imágenes creadas es poderosa al tiempo que se usa gran parte del espacio con precisión, abriendo el campo visual y sensorial. Todo enmarcado por el reconocido talento de Mariano Saba en la escritura. En lo que a actuaciones se refiere, el elenco es de probada calidad, en especial el trabajo de Julián Ponce Campos en la creación de ese Ricardo lleno de maldad y deseos de venganza.
 
“Los finales felices son para otros” es de esas obras que es necesario ver, disfrutar y debatir. Imperdible y de visión obligatoria, lleva al espectador por distintas sensaciones y estadíos sin ponerse colorado ni pedir permiso a la corrección reinante.
 

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