Mientras se vuelan los campos (Teatro)

Los fantasmas del porvenir -que ya está por venir-.

Dramaturgia: Raquel Albeniz. Con Coni Marino, David Masajnik y Claudio Pazos. Diseño de luces: Leandra Rodríguez. Diseño y realización de escenografía: Nacho Riveros. Vestuario: Jennifer Sankovic. Realización Gallina: Cristian Cabrera. Efecto tierra: Ana Hirsch. Fotos: Catalina Sikorski. Gráfica: Menech Perez Marino. Producción ejecutiva: Florencia San Martín. Puesta en escena y dirección: Raquel Albéniz y Paula Etchebehere.

Centro Cultural de la Cooperación. Av. Corrientes 1543. Sábados, 22.30 hs

Hay puestas que tienen la particularidad de abordar diversos temas, a partir de la sabiduría de una historia simple con múltiples aristas. Éstas serán aprehendidas por los espectadores, que contarán con la potestad de interpretarlas o no. Optarán y decidirán al respecto. El relato se irá desarrollando como quien pela una cebolla, de varias capas. Sin prisa pero sin pausa.

 
Tal es el caso de “Mientras se vuelan los campos”, en el que una pareja -Elena y Silvio- se debate entre quedarse en su rancho o partir, frente a una coyuntura que les pasó por encima. El ámbito rural dejó de ser el que fue. La sequía y el cultivo de soja han dejado tierra arrasada al tiempo que el viento y el polvo avanzan por todos lados. Será en ese momento en que llega Aira con su gallina a cuestas a sembrar la duda en la decisión que –aparentemente- estaba tomada y confirmada.
El texto de Raquel Albeniz es excelente. Desde el momento en que los personajes dicen “presente”, se abre el juego hacia distintos rumbos, dando pie a distintas interpretaciones -todas posibles-, mientras plantea numerosos interrogantes. ¿Es un enfrentamiento entre el progreso y el pasado? ¿La reivindicación de una tradición o la necedad frente a lo irreversible?.
La actualidad de los temas es poéticamente conmovedora y contundente. La soja como única forma de cultivo y el que no se adapte, sabrá cual es su destino. Algo extensible al capitalismo cuyo caballito de batalla es esa meritocracia para nada amigable y mucho menos, inclusiva.
Pero también aborda otras cuestiones, como la forma en que una pareja hace frente a la situación o como se puede aferrar a cierta porción de esperanza que surge de un lugar por demás inesperado. Si esto es algo sustentable en la realidad o una reivindicación personal, antes de chocar contra la crudeza de los acontecimientos.
La metonimia y la metáfora juegan con precisión en un texto de cruel vigencia, con seres sin termino medio. La anomia y la abulia frente a los que se levantan en pos de un futuro mejor. Cada paso que se efectúa, genera una duda pero el quedarse quieto tampoco es garantía de supervivencia. Una situación de zugzwang inevitable que deriva en un callejón sin salida.
Como no podía ser de otra  manera, los personajes enfrentan sus miedos internos y externos. ¿Será Aira un ser desamparado o un cínico que busca quedarse con lo que no le corresponde?. Ver para creer. ¿Qué busca Elena con su decisión?. Ante el temblor de sus propias certezas, la situación de Silvio frente al futuro retoma una vieja canción punk que decía “Cariño, tienes que dejarme saber/Debería quedarme o debería irme?/Si dices que eres mía/Estaré aquí hasta el fin de los tiempos”.

El elenco es un lujo para llevar adelante un texto tan rico. Claudio Pazos es un Silvio fuerte que empieza a sentir la grieta de sus creencias y sentimientos al tiempo que Elena (la exacta Coni Marino) ve un pequeño resquicio para dar cuenta de sus propios deseos aunque esto la deposite en la línea del rey Pirro. En cambio, David Masajnik da vida a un Aira que no tendrá puntos intermedios en la forma en que será tomado por sus acciones.
La dirección permite un desarrollo dinámico de las acciones, manteniendo la tensión a lo largo de los sesenta minutos que dura la puesta. Párrafo aparte para el diseño sonoro a cargo de los propios actores.
Termina la función y nos quedamos pensando acerca de lo que acabamos de ver. Más allá de la sorpresa ante las risas de parte de la platea –el motivo de hilaridad sigue siendo una incógnita-, nos quedamos reflexionando en nuestra butaca. Algo incomodo nos atraviesa. Va más allá de la metáfora política, social o personal. Es una reflexión enorme que dan ganas de compartir y debatir. Cuando ocurre esto, es porque fuimos testigos de una puesta de calidad. Tal es el caso de “Mientras vuelan los campos”. Retomando la imagen del primer párrafo, la cebolla se terminó de pelar, causando lagrimas así como el haber degustado un alimento sabroso. Vale la pena atravesar la experiencia. Más aún, repetirla y/o recomendarla.

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