El ídolo de los quemados
Dramaturgia: Gonzalo Demaría. Dirección: Emiliano Dionisi. Con Luciano Castro, Manuel Vicente, Vanesa Maja y Gonzalo Gravano. Cantantes: Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino. Servidores de escena: Cristian Muños, Cristian Curuchet, Bruno Cardoso, Andrés Martínez y Damián Fos. Diseño de iluminación: Lucía Feijoó. Asesor en lucha: Javi Guerrero. Diseño de vestuario: Jorge López. Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde. Música original y dirección musical: Manuel de Olaso. Coordinación de producción artística: Juliana Ortiz y Constanza Comune Páez. Coordinación de producción técnica: Pedro Colavino. Directora asistente: Julieta Abriola. Coordinación de escenarios: Julián Castro y Lucas Pulido. Coordinación de talleres de realización: Guadalupe Borrajo. Duración: 75 minutos. Coordinación de vestuario: Camila Ferrín y Laura Parody.
Teatro San Martín, Sala Casacuberta. Dirección: Av. Corrientes 1530. Miércoles a sábados, 20.30 h. Domingos, 19.30 h.

Los ídolos populares suelen tener esa aura de cariño y respeto, casi eterno. Formaron parte de diversas generaciones, acompañando el crecimiento de niños y niñas. Tal es el caso de Sansón, ídolo del catch argentino que se encuentra retirado de su actividad hasta que el deber lo llama.
Antes de continuar, digamos que estamos en 1982, plena guerra de Malvinas. Desde un canal de televisión, manejado por el coronel Garmendia, convocan a Sansón para que retorne al ring en el marco de un evento más que importante: el “Fondo Patriótico” para recaudar fondos para los soldados en las islas. Para eso, debe enfrentar a un enigmático rival para fomentar la euforia del colectivo denominado “pueblo” ante el combate contra los ingleses.
Estos cinco renglones dan cuenta de la superficie de una puesta intrigante. Es la punta de un iceberg que deja mucha tela para cortar. Esa «huida hacia adelante» que realizó la Dictadura con Malvinas, se manifiesta en todo su esplendor con una vuelta de tuerca, políticamente ponzoñosa. Los cuatro personajes y sus respectivas conductas, apuntan a un inconsciente colectivo que se ha consolidado a través del tiempo –para bien y para mal-. Todos tienen una segunda capa para abordarlos, más allá del trazo en que fueron concebidos.
La pluma de Gonzalo Demaría es tan rica como corrosiva. El uso de la intertextualidad y del metamensaje constante a través de la ironía y el sarcasmo es preciso. Cada palabra esbozada es de excelsa exactitud. Sansón -con guiños a José María Gatica en su talante- sabe lo que fue y dejó de ser, pero necesita volver. Con su esposa Lea (de fuerte carácter) a su lado, espera que esta nueva oportunidad le brinde el dinero para salvar su hogar. Garmendia es ese militar convencido de la causa, en todos sus aspectos aunque tiene, como todos los seres humanos, sus debilidades. Éstas van desde la ópera hasta su “ahijado” Jorgito, fundamental en el retorno del veterano luchador.
El linkeo con la actualidad es más que apreciable y pone el dedo en la llaga en la esencia del “público” ya sea en su participación u omisión ante lo que ocurre en la sociedad. Más aún cuando el texto da cuenta de políticas económicas de una época que –¡oh, casualidad! -, se repiten al día de la fecha. Sansón pelea contra sus músculos pero también con la lengua. «La nafta subió el 30% ayer. Hoy el colectivo me costó casi el doble. Y sabemos que cuando sube la nafta, todo sube”.
Lo dicho salta desde el escenario a quienes están sentados en sus plateas. Dependerá de estos que, cada uno de estos significantes vacíos, se llenen y los vinculen con este 2025. Proceso difícil si los hay en tanto en tanto enarbole «la gente”, excusas intangibles como la fe, la esperanza y el odio. Esto, en pleno diálogo con un Jorgito permeable a la repetición de slogans, con el convencimiento del mediocre. Cualquier parecido con los jóvenes liberidiotas del 2025 no es casualidad
Emiliano Dionisi ratifica sus dotes como director. El privilegio del «menos es más» es bienvenido. La espectacularidad, solo cuando es necesaria, pero sin resignar un ápice en la significación. El añadido de la ópera “Tosca” lleva la puesta hacia otras geografías. Enriquece lo dicho, sin recargar el planteo.
El elenco es sólido. Manuel Vicente y Vanesa Maja llevan adelante personajes importantes que juegan sus cartas con precisión no exenta de picardía. Vicente es ese coronel Garmendia, cancerbero de la dictadura con intereses que transcienden lo castrense. Maja es una Lea que se adelanta al tiempo al mostrarse fuerte ante un mundo machista y misógino. Es la que lucha y la que ama a su hombre, la que sabe el fin de la historia. Gonzalo Gravano lleva adelante con precisión un “Jorgito” que es el “futuro” de ese 1982. Para el final, Luciano Castro brinda una actuación sólida y creíble que coincide con su “physique du rol”. Da vida a un Sansón tosco, querible y por sobre todas las cosas, noble. Cualquier crítica negativa a su performance habla más de prejuicios de quien escribe que otra cosa.
“Sansón de las islas” atrapa con una historia que es la punta de un iceberg de enorme contenido. Con múltiples lecturas a realizar, apela a una comprensión completa, ligada a la sonrisa cómplice y reflexiva, como cereza del postre. Por ende, después del merecido aplauso final, no será nada extraño que sea motivo de discusión y debate del café o la cena siguiente. Allí se completa el riquísimo proceso de construcción de sentido y sensibilidad del teatro.