El amor después del amor
De Miguel Delibes. Con José Sacristán. Voz de Ana Mercedes Sampietro. Coordinación de producción: Julieta Sirvén y Verónica Parizzi. Coordinación de escenario: Nery Martín Mucci. Gerente de la compañía: Cristina Berhó. Maquinista, regidor: Juan José Andreu. Dirección técnica: Tatiana Reverto. Diseño de producción: Nur Levi. Asistencia de dirección: Inés Camiña. Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huerta. Sonido: Mariano García. Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos. Reposición de escenografía: Merlina Leila Brunelli. Diseño de Iluminación Manuel Fuster. Adaptación teatral: José Sámano, José Sacristán y Inés Camiña. Producción general y dirección: José Sámano. Una producción de Sabre Producciones, Pentación Espectáculos, TalyCual e Islamusa. Duración: 85 minutos
Teatro San Martín, Sala Casacuberta. Av. Corrientes 1530. Miércoles a domingos 20.30 h. Martes 25 de julio, 18.30 h.
El hombre necesita verbalizar lo que siente. Desde el mismo momento en que ingresa al recinto, debe visibilizar su estado de situación en tanto y en cuanto lo que vive en su cotidianidad. Tras la muerte de Ana, su esposa, Nicolás no levanta cabeza para seguir adelante. Entró en una “pausa” creativa en su oficio de pintor. La tristeza va más allá de lo acontecido con su mujer.
José Sacristán le pone cuerpo y alma al devenir de un artista que debe hacer frente al dolor. Es plenamente consciente del mismo pero es tan grande que le impide salir de ese estado. Como si la necesidad del recuerdo en forma de loop constante, pudiese reparar una herida enorme. El pasado no pisado, se ubica en 1975, un momento más que especial para la España que esperaba el paso al otro mundo del dictador mientras que el régimen continuaba con mano dura. Las detenciones arbitrarias con la consabida violación de los derechos humanos formaba parte de la cotidianidad. Ese es el momento en que la vida de Nicolás comienza a virar hacia una letanía que se extiende en el tiempo.
La pluma de Miguel Delibes se manifiesta sobre tablas de manera excepcional. Un texto de notable riqueza que impacta, pero sin caer en golpes bajos o una sensiblería lacrimógena. Esto no quita que se convierta en una ofrenda a un amor eterno, en formato de agradecimiento. El recuerdo de lo bello que fue y la desolación actual, en tanto ausencia. Por ello es que cada palabra y cada silencio, cala hondo
Los climas surgidos de una precisa iluminación es un factor fundamental para la creación de sentido. El partenaire perfecto para un viaje introspectivo con escalas que van de la risa a la lágrima, de la emoción a la congoja. Allí es cuando se erige la figura de José Sacristán. Su presencia llena por completo un amplio escenario que, sin duda, se “comería” a quien no tuviese los pergaminos acordes. Los matices que dota Sacristán a su personaje es de excelencia. Cada silencio, gesto o tono realizado, cautiva y emociona. Más aún si se conoce el pensamiento de Sacristán respecto de la coyuntura política y social de su país, tal como ya lo había manifestado a la prensa argentina en una jugosa conferencia de prensa.
Termina la función y el aplauso es sostenido. “Señora de rojo sobre fondo grís” es de esas puestas que shockea de alguna u otra manera, a partir de la universalidad de un hecho fatal. La combinación de amor, gratitud y añoranza se convierte en un homenaje en vida a quien ya no está. Como resultado de esto, somos testigos de un momento de teatro puro de impacto único, que apela tanto al corazón como al cerebro.
Una mala costumbre.
Esto va más allá de la función, aunque surge de esta. Toda aquella persona que va al teatro, conoce algunas modalidades que lo atraviesan para su mayor disfrute. Inclusive, se vinculan de manera directa con el respeto no solo al hecho artístico sino con los artistas y el mismo público.
El pasado jueves 20 de julio, se realizó la función para prensa e invitados de “Señora de rojo sobre fondo gris”. Era una noche pesada por el clima reinante. Casi 24 grados en un día que debería ser de pleno invierno. El cambio abrupto de temperatura impactó en una población que tuvo problemas de salud en tanto resfríos de variada índole, manifestándose a través de estornudos y una tos más que molesta. El siguiente relato surge a partir de la ubicación en la que se encontraba este periodista.
Como suele suceder, se escuchó el consabido pedido de que se apaguen los celulares. Apenas iniciada la función, comienza «el concierto de la tos». Este síntoma no es criticable en absoluto, pero sí el sonido de papel metálico de caramelos varios. La molestia es palpable. Se escucha la recepción de un mensaje. A los pocos minutos, un ringtone hace acto de presencia, generando el shusheo del público. Alguien pide “¿pueden dejar de toser?”. Sacristán detiene su actuación, retomándola a los dos minutos, con profesionalismo y seriedad. La función sigue, al ritmo acompasado de toses varias y algún que otro móvil que enciende su luz en la oscuridad de la platea. Esto, sin contar a algunos que comentaban aspectos de la obra como si fuera un Boca-River o una pelea de “Maravilla” Martínez o el “Chino” Maidana. En voz baja pero no dejaba de ser molesto ni desubicado.
El mismo José Sacristán había calificado al Teatro San Martín de “un templo”, en la citada conferencia de prensa. Pareciera que los propios feligreses son los primeros en profanarlo. De esto surge la pregunta “Si se pide que se apaguen los celulares, ¿por qué no se lo hace?”. El enorme inconveniente es esbozar una respuesta al respecto. ¿Habría alguna? Si, obviamente pero es molesta e incomoda. El “no me di cuenta” o “fue sin querer” es poco creíble. Entonces, se debe creer que, ante el pedido realizado, se hace caso omiso al mismo. Un «no me interesa lo que me digan, yo dejo el celular prendido».
Suelo preguntar, ¿qué pasaría si un actor para la función ante el sonido de un celular? Desde Wimbledon hasta el mínimo torneo de tenis, el silencio no se negocia. ¿La diferencia sería el respeto a los protagonistas? Desde ese lugar, ¿estaría mal que un actor detenga una obra por el sonido de un celular? O inclusive, que le pida que se retire de la sala al impertinente de turno.
Lamentablemente, ha dejado de sorprender esta falta de respeto constante por parte del colectivo denominado público que, parece, tiene la capacidad de atención propia de un capítulo de una serie de Netflix. Se convirtió en parte de cualquier función de teatro, logrando la resignación por parte de artistas. No digo de los medios porque el celular le ha sonado a algún que otro cholulo obsecuente -que se autopercibe crítico o periodista sin mérito alguno- que saca fotos al final de la función para colgarla en su IG.
En tiempos en que la tibieza y la pasteurización de los argumentos son moneda corriente en pos de quedar bien con los caprichos del soberano, la otrora “ceremonia del teatro” termina mancillada por sus propios “cultores”. John Lennon dijo que “al rey siempre lo matan sus cortesanos”. En este caso, son los primeros en dinamitar un templo a partir de su propia falta de respeto y su ceguera para reconocerla. Ni hablar de modificarla. No sea cuestión que se ofenda….
Hola. Estuve este jueves 27/7 viendo la obra, …que ha decir verdad no me gustó mucho. Si bien considero que Sacristán de alguna manera cumple, en mi opinión todo se vuelve rápidamente muy tedioso y falto de ritmo y de matices. Me resultó un relato bastante monótono en el que incluso al finalizar nadie se dió cuenta de que había terminado (de hecho el primer aplauso lo dió un acomodador del teatro a modo de aviso supongo). Pero bueno, de todas maneras me di el gusto de ver a Sacristán en vivo, ya que lo admiro mucho.
Respecto a la crítica, lo cierto es que sí coincido al 100% con la segunda parte, en la que se habla del público presente, ya que evidentemente la escena descrita se volvió a repetir al pie de la letra. Incluso pensé que estaba mal la fecha y la crítica era de ese mismo día.
En mi opinión, al margen del tema de los celulares (que es increíble) y de los tosidos, es la carencia de una mínima amplificación del sonido lo que provoca que el más mínimo ruidito resulte súper molesto. Y creo que eso también obliga al actor a hablar en un tono alto, que hace que se pierdan muchos matices. Ojo, es lo que, modestamente, me pareció. Muchos saludos.