Te amo, te odio, dame más.
Dramaturgia: María Zubiri. Dirección: Mauro Antón. Con Emiliano Pandelo, Sol Kohanoff, Maxi Prioriello y María Zubiri. Diseño de Espacio y Vestuario: Laila Freidenberg y Mauro Antón. Diseño de Iluminación: Estefanía Piotrkwoski. Fotografías: Gabriel Bertini.
Polonia Teatro, Fitz Roy 1477. Sábados, 22.30 hs.
El título de una obra dice mucho. En general, debe ser atractivo. Hay quienes pueden desechar alguna manifestación artística por este motivo y perderse de algo realmente bueno o, por el contrario, picar el anzuelo para llevarse un chasco.
En esta ocasión, la palabra “monstruo”, en su definición de “Ser que tiene alguna anormalidad impropia del orden natural y es de apariencia temible” llama la atención. Más aún en tanto su relación con las parejas, de las cuales suele decirse que cada una es un mundo. La dinámica de las mismas es todo un capítulo aparte, más allá de sus particularidades.
Amalia y Lorenzo conforman una dupla pasional y extrema. La combinación de una escritora y un psicólogo puede potenciar a cada uno de sus integrantes siempre y cuando el respeto –y no la tolerancia- sirva para el crecimiento de ambos.
La pertenencia a una sociedad que establece reglas de comportamiento asi como una relación de premios y castigos de acuerdo al acatamiento de las mismas, es el marco para que la hipocresía sea el precio a pagar. Una vieja publicidad de una tarjeta de crédito afirmaba que “pertenecer tiene sus privilegios”. El gran problema es establecer cual sería ese privilegio y de qué manera uno puede usufructuar el mismo.
Frente a este cuadro de situación, la visita de Roberto (colega y compañero de trabajo de Lorenzo) y Joana (secretaria) tensa los límites de una “pax armada” que es el motor que une a los anfitriones.
El reproche constante por lo que fue, dejó de ser o nunca existió, surge a través del reflejo con el otro par de seres unidos en el formato de pareja-feliz. Pero ¿Cuál es el costo a pagar? Eventualmente, ¿cual de las dos sería más felices en tanto individualidad y como miembro de la dupla? Nadie sale de las aguas turbulentas de la bronca contenida, sin mojarse. Los cuatros ven como sus vidas entran en una vorágine de resignificación imprevista y de consecuencias desconocidas.
La dramaturgia de María Zubirí es exacta en la descripción de las características de cada uno de los cuatro personajes. Pero lo hace a partir de la visibilidad en algunos casos y el esbozo en otros, destacando aquello que se encuentra “tras bambalinas”. En este punto, la identificación es inmediata. La pregunta de “¿Cuánto hace uno por uno mismo y no por el “deber ser” y las “normas sociales”?” surge al instante. La hipocresía se da la mano con la infelicidad convirtiéndose en un coctel explosivo. ¿Será en este instante donde la “monstruosidad” a la que alude el título se hace presenten? De acuerdo a la definición del principio, ¿la hipocresía es “la normalidad” en tanto “orden natural”?
El espejo en el que se miran las parejas solo sirve para clarificar la relación propia, gracias a esos opuestos. Como si fuera un lente con aumento, clarifica y potencia lo que se ve. Si hay una deformación, será responsabilidad de quien lo diga, en tanto siga al pie de la letra las normas de buen comportamiento social.
La dirección de Mauro Anton es precisa al tiempo que le brinda dinamismo a la puesta. Las pinceladas de humor potencian lo corrosivo del texto que, junto con actuaciones de calidad, permiten el disfrute completo de lo acontecido sobre tablas.
En ocasiones, “lo monstruoso” implica el temor a hacerse cargo de lo que ocurre, con la verdad propia como único –y valiosísimo- argumento. Pero ese miedo debe enfrentarse, como parte del crecimiento y, porque no decirlo, reivindicación personal en un mar de falsedad como regla inquebrantable de las «relaciones sociales armoniosas». Si es con humor, mucho mejor. Esa sonrisa seria y reflexiva que acompañe a la salida de “Toda persona vista de cerca es un monstruo”, será la frutilla del postre de una noche de sábado tan rica como diferente.