Turba y Beya Durmiente: La trata sobre tablas con dos unipersonales conmovedores

Desde este espacio siempre hemos saludado cuando el teatro porteño deja su sensiblera y constante endogamia para dar cuenta de la coyuntura que nos atraviesa como sociedad, sin perder la esencia que le es propia.

En las últimas semanas, vimos dos puestas de enorme calidad que abordan el tema de la trata y la violencia de género con contundencia pero sin dejar de lado su poética. Por el contrario, a través de ésta, logran un impacto que repiquetea en mentes y corazones después de haber finalizado la función. Estamos hablando de “Turba” y “Beya Durmiente (DJ Beya)”, dos excelentes unipersonales femeninos que llevan adelante Iride Mockert y Carla Crespo, respectivamente. Lo que sigue a continuación es una vorágine de creación de sentido constante de la que ningún espectador sale indemne.

A través de dos textos de pluma elocuente y precisa procacidad, dan cuenta de mujeres que han sido secuestradas e ingresan en una red de trata. Ganadora del Premio Germán Rozenmacher a la Nueva Dramaturgia, Laura Sbdar  puso su pluma en contacto con Iride Mockert para llevar adelante un texto poderoso en una puesta que abre múltiples reflexiones.

Algo similar ocurrió con “Beya durmiente”, basada en “Le viste la cara a Dios” de Gabriela Cabezón Cámara. Dicho libro fue el primer e-book en castellano en ser elegido libro del año por la Revista Ñ, siendo distinguida posteriormente con el Premio Alfredo Palacios por el Senado de la Nación y declarada de interés social por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.

Pero ojo, a no confundirse. No es una transcripción literal. Hay una creación personal y enérgica que potencia lo escrito, con puestas de calidad. La concepción del texto teatral es excelente. Mantiene las virtudes de los originales para llevarlo al escenario. Los climas creados a partir de la sordidez de los ambientes y la verbalización de la violencia es impactante. Más aún, dialogando con la platea en tanto guiños y códigos usados en el habla cotidiana y su resignificación. A partir de la calidad de la escritura de Cabezón Cámara y Sbdar y la respectiva adaptación, el discurso cuenta con palabras acordes –más allá de las actuaciones- para fortalecer tanto el original como lo visto sobre tablas. Es la punta del iceberg de una doble propuesta que muestra como hacer teatro “a martillazos” (como diría un tal Friedrich), con un “in yer face” de valentía artística y social.

La mujer ocupa el centro del escenario con relatos fuertes y conmovedores. Trasciende el relato para extenderse a la forma en que se llevan adelante. Con un escenario divido en tres espacios, Iride Mockert invita al público a un tour de forcé donde diversas sensaciones se mezclan. En esa misma tónica, Carla Crespo lo hace desde la cabina de un DJ, descargando vivencias y emociones como la precisión y crudeza de una Uzi. La palabra, poderosa como la espada, la ametralladora o las boleadoras son usadas con gracia y naturalidad por Mockert. La iluminación hace su juego en los dos casos. Esos tubos que alumbran la pecera, enmarcan la verborragia de Crespo con un aura lumínicamente oscuro. Un tratamiento similar será usado en “Turba” aunque un juego de opuestos harán centro en la humanidad de Mockert y sus boleadoras originando una postal de la obra. 

Ambas puestas ubican a la trata en el centro de la escena, en primerísimo primer plano. Salta desde el escenario y grita con fiereza para visibilizar, a través del arte, un flagelo del cual es imposible hacerse el otario. Más aún con esos carteles pegados en las paradas de colectivos, postes de luz, etc.

En “Beya durmiente”, la narración será constante con Crespo como protagonista absoluta desde su presencia y su voz. Esa mezcla de Beatrix Kiddo y Harry Houdini con paciencia a punto de estallar ante lo vivido, que espera su momento para actuar. En el caso de “Turba”, tenemos a quien busca escapar como aquélla que quiere liberar a quien está encerrada. Dos historias paralelas, con la muerte mirando de reojo para posarse ante quien ose romper los grilletes carceleros. Siempre tomando al cuerpo como posesión y dominación al que llenan de drogas y golpes. Es aquí donde es imposible no trazar, en la carrera de Mockert, un paralelismo con su previo (y exitoso) unipersonal “La Fiera” aunque con las sutilezas de su nueva producción hacen una gambeta corta pero sin perder todo lo bueno que aquél había sido.

Otro punto a considerar es que ambas puestas están dirigidas por actrices en primer término. Tanto Alejandra Flechner como Victoria Roland han llevado adelante carreras ricas en riesgos y ahora afrontan el desafío de la dirección. Esa impronta se ve en la relación que establecen con sus actrices en los unipersonales. Un trabajo en dupla con plena conciencia de saber donde se encuentra cada una, si bien parten del mismo origen. La ductilidad para encauzar sabiamente la presencia y energía de actrices como Mockert y Crespo es apreciable. La visceralidad de las actuaciones toca distintas fibras. Mientras Mockert arrasa con una presencia física imponente, Crespo aborda su Beya yendo y viniendo de una tarima que comienza siendo la cabina de un DJ para transformarse en un púlpito, un refugio o una cárcel. Se desdobla para pinchar discos y actuar, ser víctima y victimario.

El vestuario no pasa desapercibido. El atuendo nude de Mockert que inicia la puesta mutará en los diversos personajes que interprete. Por eso, es fundamental en tanto creación de sentido. Lo mismo ocurre con Crespo y su catsuit plateado que enmarca su cuerpo que será tal como se la recordará de aquí en más. La fuerza de las imágenes emanadas por las actrices es tan poderosa que quedarán impregnadas como marca imborrable de reconocimiento. Una amazona telúrica y autóctona, en plena danza de guerra al ritmo de boleadoras justicieras al tiempo que una mujer muta en muñeca (y viceversa) para saciar la sed del dolor por el exceso de violencia.

La música es fundamental. Cumbia y electrónica atravesadas por el sonido abrumador de una rave se mezclan en un diseño sonoro sofisticado en el que Beya cuenta su historia. El contrapunto de la fiesta discotequera con su relato sórdido es por demás elocuente. La utilización de loops crean una pared de sonido en la que, a través de su repetición, contribuye al lumínicamente ominoso ambiente del puticlub en el que se desarrollan los hechos. Serán de la partida tanto Chopin como Strauss o un mash up que combina la plegaria a San Jorge para que le de fuerzas frente a los vejámenes sufridos con la melodía del himno al Che Guevara. Inclusive el “Hasta la Victoria Siempre” que muta en su sentido ante el poder de la historia relatada por Crespo. No olvidamos destacar la sana influencia de Barbara Togander en este ítem.

Por su parte, Mockert se centra en la cumbia la cual interpreta como una Amy Winehouse del conurbano, desgarrando su dolor al tiempo que busca entre los presentes a alguien en particular.

No es posible dejar de reflejar la cuestión de “clase” que atraviesa a las puestas. Una, con una protagonista que viene de una clase más acomodada, con estudios universitarios y conocimientos de piano mientras que en el caso de “Turba” nos encontramos con un estrato social más bajo. Igualmente, ambas protagonistas comparten la vulnerabilidad en tanto cuerpos como mercancía para su comercialización. El laberinto de violencia y vejación constante llegan a la despersonalización de las sometidas. Romper su espíritu para que terminen siendo oferta sexual para el mejor postor.

En este punto, el contacto con el “afuera” abre una nueva reflexión. Hombres poseedores de la fuerza opresora en pos del comercio y el sometimiento. Inclusive, aún yendo en contra de los designios que le encomendó la sociedad. Bien sabida es la connivencia de estos antros de prostitución con policías, jueces, políticos y demás miembros de los diversos aparatos represivos del Estado, a decir de un tal Louis.

Tanto Beya como Turba buscan la reivindicación personal después del ultraje. Renacer tras la deshumanización. Simón Wiesenthal decía “Justicia, no venganza”. Cuesta. Más que nada porque el ser humano siente. Ama. Odia.

Desde el escenario, se inquiere al público sobre esta problemática. El soberano, desde la butaca, podrá quedarse al borde de su asiento viendo cómo se desarrollan los acontecimientos hasta apelar a la risa nerviosa para salir del brete en que se lo ubica, ya sea por uso de esos “servicios” u omisión. Por ende, el impacto en los hombres es mayor. Ni hablar si debutaron sexualmente en esos prostíbulos de mala muerte que pululaban en los años 80 y 90 (que existían antes asi como al día de hoy). Es imposible no reflexionar al respecto. El golpe hace centro en diferentes direcciones pero lo realmente interesante será la que debería ser una reflexión seria y sin anestesia, sobre lo hecho en su momento y como seguir a futuro. Ni hablar si son padres y la forma de crianza de sus hijos.

Allá por los años 60, cuando se presentaba un simple con dos canciones de calidad excelsa, se decía que tenía un “doble lado A”. Un buen ejemplo de esto es el que habían publicado los Beatles con “Day Tripper” y “We can work it out” o “Straberry Fields Forever” y “Penny Lane”. Algo similar ocurre con la simultaneidad de “Turba” y “Beya”, dos propuestas sublimes, complementarias y necesarias. Dan cuenta que hay un sentimiento en el aire en relación a estas temáticas mientras dialogan entre si para potenciar, a través de las puestas, la fortaleza de una lucha enorme.

Iride Mockert y Carla Crespo arrasan con dos unipersonales inolvidables. Dos torbellinos en los que se actúa, canta, toca cumbia, rapea y bailan al compás de su propia verba. Esto, sin incluir todo lo que va a decantar en cada uno de los presentes, una vez finalizada la función. Por eso, no sería extraño repetir la experiencia, invitando a más gente a compartirla. Es la magia transformadora e irrepetible del teatro.

Beya Durmiente (DJ Beya)

A partir de la nouvelle “Le viste la cara a dios” de Gabriela Cabezón Cámara. Actriz: Carla Crespo. Coach musical y colaboración artística: Bárbara Togander. Dirección de arte y diseño de escenografía: Julieta Potenze. Realización de escenografía: Ariel Vaccaro. Diseño de iluminación: José A. Binetti. Diseño de vestuario: Gerónimo Lagos Agüero. Realización de vestuario: Leonardo Colonna y Jessica Vanina Bellomo. Fotografía: Nora Lezano. Asistente de dirección: Sofía Costantino. Dirección: Victoria Roland. Duración: 70 minutos.

Teatro Margarita Xirgu. Chacabuco 875. Domingos, 18 hs.

Turba (Teatro)

Texto: Laura Sbdar. Idea y actuación: Iride Mockert. Música original: Javier Estrin e Iride Mockert. Diseño de movimiento y colaboración artística: Celia Argüello Rena. Diseño de luces: David Seldes. Escenografía: Laura Coppertino. Vestuario: Magda Banach (ADEA). Diseño de sonido: Obo Mendez. Diseño de dirección: Victoria Béhèran. Realización de escenografía: Victor Salvatore y Guillermo Manente. Asistente de escenografía: Melanie Waingarten. Realizador de set electric: Paul Damian Pregliasco. Asistente de iluminación: Facundo David. Asistente de vestuario: Luciana Hernández. Coaching de boleadoras: Adrián Bernal. Fotos: Nacho Miyashiro. Maquillaje y peinado en fotos: Daniela Deglise. Peluca: Mónica Gutierrez. Diseño gráfico: Fermín Vissio. Asistencia de dirección: Victoria Béhéran. Producción ejecutiva: Valeria Casielles. Dirección: Alejandra Flechner. Duración: 55 minutos.

El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034. Lunes, 21.30 hs.

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