Ese es el marco de esta puesta en la que una pareja recibe a una amiga de ella, de larga data, con la cual no vieron por mucho tiempo. Las dos amigas, ahora, se encuentran con un hombre en el medio, como esposo de una de ellas, aunque el hombre participa de la discusión. Las palabras van y vienen por el aire y se cruzan con la fiereza del filo de dos espadas. Hablan, se pelean, discuten. Deudas de las que se pagan no con dinero sino con intangibles relacionados a la lealtad y el amor. Se provocan hasta ahí pero con la tensión del conflicto latente, a punto de estallar. No obstante, la dramaturgia y el lenguaje utilizado dan cuenta de su riqueza, a lo que hay que prestar atención es a los silencios y la omisión de explicaciones para que esos supuestos, sean llenados por el espectador.
La escenografía brinda un marco de frialdad que no es tal en tanto las actuaciones encuentran en el encierro creado en el espacio, el contexto exacto para plasmar esa tirantez pronta a romperse de un momento a otro. Ese encierro permite crear un ambiente lumínicamente claustrofóbico en el cual los dos protagonistas tensan la cuerda del ejercicio del poder sobre un tercero. El tira y afloje mantienen una puesta sólida, de esas que hacen que el espectador se siente en el borde de su butaca para tratar de captar cada una de las palabras que se dicen e interpretarlas.