Teatro 2019: Las Damas de las Tablas

En el rubro de las actuaciones femeninas, hay un punto de continuación de lo relatado la semana pasada como “Mejores obras”. Hubo mucha actuación “correcta” pero como en otros años hubo un buen número de actrices que se han destacado a nuestro considerar.
María Onetto brilló en la nueva versión de «Potestad»
Este 2019, contó con un importante número de unipersonales femeninos de alta calidad que se han destacado.
Primero, la nueva versión de “Potestad”, el clásico de Eduardo “Tato” Pavlovsky, dirigido nuevamente por Norman Briski, con la novedad que iba a estar protagonizado por María Onetto, con la utilización de algunos aspectos del teatro Noh como estética para llevar adelante el proyecto. Onetto pone voz y sentimiento, amén de su calidad interpretativa para realizar un trabajo sublime e inolvidable, en otro desafío de su rica carrera. Es quien lleva la obra sobre sus hombros con naturalidad. Su desplazamiento es inquietante. Pone a la platea en un estado de tensión constante. Habrá quien esté sentado en la punta de la silla tratando de ver como se lleva adelante la acción (sobre todo los que conocen la obra), poniendo todos los sentidos en cada uno de sus movimientos y sus palabras. A través de la excelente actuación de Onetto, el texto mantiene la riqueza de siempre con la construcción de un individuo que puede ser el mal y el bien al mismo tiempo. El asesino, el secuestrador puede estar en cualquier lado al tiempo que puede darte la mano y sonreír como cualquiera de nosotros.
No conforme con esto, María Onetto se mandó con otro unipersonal como «Experiencia I. La persona deprimida», de David Foster Wallace y dirección de Daniel Veronese. Allí, ubicada detrás de una mesa, desgrana un texto corrosivo, de perturbadora actualidad. 
Otro unipersonal de calidad fue “Las promesas”. Ella está sola. Habla, cuenta su historia. La tensión de una espera que se sumerge en la humanidad de esa mujer que dialoga con su madre, su padre y su propio ser. Es el soliloquio de quien está en pausa pero con los sentidos abiertos por un futuro. Quien se ubica en el centro del escenario y lo recorre con templanza es Paula Fernández Mbarak. Su interpretación es de calidad. Desdobla su voz, no solo para dar cuenta de más de un personaje sino para dotar de tensión a la puesta. La voz clara pasa a ser un susurro para saltar inmediatamente a un eco propio de las catacumbas de un alma atormentada. Desde una timidez rozando la sumisión pasa al deseo de tomar al toro por las astas no exento de un pago adeudado, como si fuera una venganza.
 

Poesía y teatro en Virginia Innocenti y «Traducción de las noches» 

Hay espectáculos que son ceremonias. Tal es el caso de «Traducción de las noches», la última creación de Virginia Innocenti. Apenas se apaga la luz, surge un aura que envuelve el espacio. Un silencio propio de quien está atento a lo que ocurre en el escenario con los cinco sentidos. El clima logrado es emotivo y sutilmente intenso, inundando la sala con su impronta. Es la palabra y el corazón de un viaje a lo más profundo de su ser para construir una “ficción biográfica descarnada”. Artista rica en sus inquietudes y talento, Virginia Innocenti vuelca en “Traducción de las noches”, su sensibilidad para crear una puesta inolvidable que atraviesa la esencia del ser humano.
«Gertrudis», en la piel de Stella Matute, ofreció una reflexión sobre las formas de vida y las relaciones de poder dentro del reino dinamarqués y de su propio clan familiar, así como referencias a los códigos medievales de heroísmo, amor cortés y la construcción de las indentidades por género, rol y posición social. La obra le da cuerpo, voz y entidad a quien solo fuera un nombre en la obra original. La muerte del rey es la vía de ingreso a la historización de su propio recorrido de vida como “mujer-reina”, que invita al público a sumergirse en las formas, el léxico, el quehacer de la vida cortesana, sus vaivenes, sus sombras y sus máscaras. El personaje de Gertrudis nace de la muerte, vive atravesada por ella, puede nombrarla. Su función real, reproductora y reproductiva de formas limitantes signadas bajo su género y posición social, desbordan su presente.
A nivel duplas, tenemos a las protagonistas de esa gema llamada “La reina de la belleza”, que lleva a las tablas las relaciones entre madres e hijas. Este suele ser todo un tema a desarrollar. Más aún, cuando el paso de los años permite el cambio de paradigmas en los lazos familiares, que atraviesan a la sociedad.. Con actuaciones de calidad, Marta Lubos y Cecilia Chiarandini son esas dos mujeres que se debaten entre vivir y sobrevivir en un ajedrez de visceralidad y dolor. Lubos es una Madge manipuladora, para la que el fín justifica los medios. En cambio, Chiarandini sufre y transita de ese estado de “olla a presión” a punto de estallar, con exactitud.
Stella Matute visibiliza con calidad a Gertrudis
El año tuvo en “Hamlet” una de sus puestas por demás destacadas. Ruben Szuchmacher realizó esa tarea por demás difícil de tomar un clásico y hacerlo actual, sin que pierda su esencia. Esta labor incluyó a los personajes donde se pudo ver a una Ofelia acorde a este tiempo, lejos de otras que se perdían en un exceso de inocencia, siempre bajándole el precio a una mujer que tenía su propia personalidad. Al respecto, uno de los momentos más poderosos es el diálogo entre Hamlet y Ofelia donde batallan por medio de una coreografía de calidad, para retirarse ella con ese dejo de hidalguía y dignidad ante lo que está por venir. La Ofelia de esta versión no es la que suele verse, tímida y desbordada. Por el contrario, es una mujer de temperamento, de armas tomar. Se desplaza por el escenario con la gracia de quien sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Para tal fin, nadie mejor que Belén Blanco para llevarlo a cabo.
En “Después de Casa de Muñecas”, todo gira en torno a “los mandatos”, el «deber ser», exacerbado en el caso de Nora por ser mujer y los derechos que se le negaba como tal -ver su propio divorcio-. Los discursos y posturas de los personajes son elocuentes. En el caso de Anne Marie -la criada que tan bien lleva adelante Julia Calvo- , es la que despierta la empatía de manera constante pero también la que lleva el discurso «conformista» como bandera. Es muy buena esta conjunción que representa todo aquello que más de uno/a diría que “atrasa años”. El sometimiento de la voluntad de la mujer que quería salir de la regla (incluso habla de “lo natural” de las cosas), es el tan mentado –y sobrevalorado- “sentido común” que es el más común de los sentidos. Todo se hace callado, sin levantar la perdiz, sin cambios y tratar de pasarla lo mejor posible. Al respecto, es para tomar en cuenta la última participación de Anne Marie. Qué y cómo dice lo dice. Para todo esto, es fundamental el muy buen trabajo realizado por Julia Calvo, puntal fundamental de la puesta.
No dejamos de mencionar a Valeria Roldán (ganadora del Luisa Vehíl de Mejor Actríz de Reparto), puntal de “Alfa” que toca diversas aristas tanto de la ironía como del humor bizarro, cercano al primer Cha-cha-chá en un puesta corrosiva en la que se invierte las relaciones de hombres y mujeres. Tampoco omitiremos a la Ana de Coni Marino en “Mientras se vuelan los campos”, ese volcán contenido a punto de estallar mientras que María Zubirí es pura lava ardiente en “Toda persona vista de cerca es un monstruo”. Lo mismo es extensible a Anabella Basigalupo en “Un domingo en familia” y Vanesa Maja en “El amor es una mierda” (otro unipersonal).
Iride Mockert-Carla Crespo: Teatro de calidad contra la trata.
Para el final, dejamos dos unipersonales excelentes con textos de pluma elocuente y precisa procacidad, que dan cuenta de mujeres que han sido secuestradas e ingresan en una red de trata. Tal fue el caso de “Beya durmiente” y “Turba”, dos excelentes unipersonales que llevan adelante Carla Crespo e Iride Mockert (reciente ganadora de los premios Luisa Vehíl a Mejor Actríz, compartiendo terna con las mencionadas en esta sección Onetto y Crespo). El diálogo con la coyuntura es evidente y poderoso. La mujer ocupa el centro del escenario, con relatos fuertes y conmovedores, que van más allá de lo que se cuenta sino a la forma que se llevan adelante. Con un escenario divido en tres espacios, Iride Mockert invita al público a un tour de forcé donde diversas sensaciones se mezclan. En esa misma tónica, Carla Crespo lo hace desde la cabina de un DJ, descargando vivencias y emociones como la precisión y crudeza de una Uzi. La palabra, tan poderosa como la espada, la ametralladora o las boleadoras usadas con gracia y naturalidad por Mockert.
En “Beya durmiente”, la narración será constante con Crespo como protagonista absoluta desde su presencia y su voz. Esa mezcla de Beatrix Kiddo y Harry Houdini con paciencia a punto de estallar ante lo vivido, que espera su momento para actuar. En el caso de “Turba”, tenemos a quien busca escapar como aquélla que quiere liberar a quien está encerrada. Dos historias paralelas, con la muerte mirando de reojo para posarse ante quien ose romper los grilletes carceleros. Siempre tomando al cuerpo como posesión y dominación al que llenan de drogas y golpes.
Iride Mockert y Carla Crespo arrasan con dos unipersonales inolvidables. Dos torbellinos en los que se actúa, canta, toca cumbia, rapea y bailan al compás de su propia verba. Esto, sin incluir todo lo que va a decantar en cada uno de los presentes, una vez finalizada la función. Por eso, no sería extraño repetir la experiencia, invitando a más gente a compartirla. Es la magia transformadora e irrepetible del teatro.
La próxima entrega será dedicada a los actores del 2019.
Informe “Gertrudis”: Nancy Romina Gregof.

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