
Cada vez que un director de teatro o dramaturgo saca un libro, no faltan quienes naveguen en sus páginas en busca de una fórmula. El querer aprehender las “enseñanzas” de quien ha plasmado sus vivencias en el papel (o e-book, para los más modernos), como si fuese una receta reveladora de algún secreto.
Quien desee hacerlo en “Teatro Comercial. 299 notas sobre dirección y puesta en escena” (Paripé Books), la reciente publicación de Lisandro Rodríguez, le va a pifiar de cabo a rabo. Podrá tenerla pero requerirá de un esfuerzo -bienvenido sea- de quien lo lea. Deberá escudriñar un poco en cada página porque se plantea un diálogo. Como tal, el lenguaje será fundamental así como las ansias de adquirir algunas nociones sobre esto que se llama “dirección y puesta en escena”. Tarea nada fácil si las hay. De ahí, la riqueza de esta publicación.
“Artista escénico” según su propia definición, Rodríguez dedica una página a cada una de sus ideas. El detalle es que, amén de ser claras, deja un espacio en blanco que el lector la continúe. Es el significante vacío que espera que, quien pose los ojos allí, la “devuelva redonda”. Este proceso oscilará de lo meramente teatral a algunas circunstancias de la vida del autor que sirven para ilustrar la situación. “Es la vida, que me alcanza” diría una canción en tanto parte fundamental en la creación. No es posible ésta si está cercenada de la coyuntura. Menos aún, prescindir de los conocimientos que uno tiene desde la cuna. Es la suma de las partes en pos de un todo abarcativo.
De lectura amena e inclusiva, cada una de las 299 notas variará en su extensión. En algunos casos, serán “factos” en tanto su brevedad y contundencia. “Hacer teatro es encontrarse con eso que uno no dice, con esas zonas antipáticas que el cotidiano social, de alguna u otra manera, expulsa o castiga”. Son ideas que piden ser tomadas en consideración para ser completadas. “Dirigir es acumular dolor para convertirlo en otra cosa; para combinarlo; sonreir; acompañarlo; darle entidad y forma; tiempo compartido, espacio limitado para que se despliegue, para que rompa su propio perímetro”.
Nada queda librado al azar en las 320 páginas. Lorena Vega y Santiago Loza abren y cierran el libro con sus impresiones no solo acerca de la publicación sino de su vínculo con Rodriguez. Con palabras simples y sentidas, pintan de cuerpo entero a quien tiene en su haber, puestas de calidad como «La mujer puerca», “Duros”, “Abnegación 3«, «Hamlet ha muerto. Sin fuerza de gravedad«, «Dios», «Un trabajo» y siguen las firmas. Ambos han trabajado con Rodríguez por lo que sus testimonios tienen el aval del conocimiento pleno del autor en su facetas más profundas. Por tal motivo, como si fueran un disco, son los extremos en los que se mueve la escritura.
Lejos de ser un “método-para”, Lisandro Rodríguez abre la puerta para ir a jugar y a crear dentro del marco del teatro, con un libro tan delicioso como atrapante. No pontifica, muestra y pregunta. Son las dudas de quien va haciendo camino al andar. Por tal motivo, lo dicho tiene una fuerte pregnancia en el proceso creativo pero también desde el conocimiento de un artista que tiene la experiencia de su lado y la comparte.