Lugano siempre fue una zona conflictiva, con mucho mito alrededor, que se acrecienta en aquellos que no conocen la zona. Si a esto le añadimos que la historia del film está ambientada en el 2001, en los días que la Argentina voló por los aires, ya tenemos un contexto mínimo de suspenso. Aquí, el personaje central del film, Esteche se casa en una plaza del barrio y en el momento en que va a hincar el diente en la torta, cae desmayado.
El devenir del cuerpo (más allá de si está muerto o no) es toda una travesía en lo que serían las conductas y relaciones interpersonales en un barrio donde los códigos y las lealtades están relacionadas con el honor y un sentido de pertenencia e identidad, aspectos ambos que se encuentran actualmente en vías de extinción.
El poco diálogo que tiene la película y la construcción de un film construido a través de un lenguaje de imágenes, dan cuenta del talento de Nestor Mazzini para crear un thriller barrial en el que la tensión es palpable en cada momento. La superposición de tiempos y espacios con los que juega el film, sumado al clima onírico de las tomas dan cuenta de la riqueza de la película en la cual el montaje exacto es el toque final de la creación. El tratamiento de las imágenes transmiten esa sordidez con la que cuenta el ambiente en el que se desarrollan las acciones. Inclusive uno imagina la película desarrollada toda en un plano secuencia que es uno de los mejores recursos con los que cuenta. Por su estructura, no es una película de “fácil digestión” y que puede llevar a muchos a no comprender hacia dónde va la película (como si tuviese que ir a algún lado). Es ese montaje, junto con la utilización de la cámara, dos de las patas fundamentales sobre la que se sostiene una película que a primera vista, parece concebida por un “aficionado” pero que va mostrando sus riquezas de la misma manera que se pela una cebolla. Capa tras capa, una tras otra, la película termina atrapando al espectador dubitativo e incrédulo de lo que está viendo.
“Que lo pague la noche” es una película que requiere de una apertura mental importante asi como el dejar de lado ciertos prejuicios de espectador avezado (o de periodista consagrado), para internarse en los laberintos oníricos de Villa Lugano.