La conciencia limpia del que vio (e hizo) todo
Autoría: Jonathan Littell. Versión y traducción: Julián Ezquerra. Con Gabriel Goity, Raquel Ameri, Matilde Campilongo y Jazmín Diz. Vestuario y escenografía: Graciela Galán. Iluminación: Jorge Pastorino. Música original: Cecilia Candia. Asistencia de vestuario: Mariela Solari. Asistencia de dirección: Marcelo Mendez. Productor Del TNC: Silvia Oleksikiw. Dirección: Laura Yusem.
Teatro Nacional Cervantes. Libertad 815. Jueves a domingos, 18 hs.
El hombre está sentado cómodamente en un sillón. Contempla el horizonte con mirada seca y reflexiva. Es más, quien ingrese a la sala, probablemente no se percate de su presencia. Sea cual sea esa primera impresión, la misma cambiará varias veces a lo largo de la puesta.
Este hombre se llama Maximilien Aue. De buen porte y educación acorde, siente una imperiosa necesidad de contar varias cosas de su vida pasada. La actualidad lo muestra como un próspero hombre de negocios, CEO de una fábrica de encajes. Igualmente, necesita hablar de lo ocurrido «varios años atrás», lo cual planteará numerosos preguntas.
El respeto que inspira la presencia y la verba de Aue tendrá su prueba de fuego a partir de la descripción de los hechos en los que fue protagonista. La Segunda Guerra Mundial, campos de batalla en Rusia y de exterminio en diversos lugares de Europa, la caída del régimen nazi y la posterior huída a la Argentina.
Pero será en la traducción de Julián Ezquerra donde se produce un giro hacia lo acontecido en nuestro país. En este punto, la perspectiva de Aue no cambia. Se dará el gusto de hablar de las “Falklands” y aseverar que “ustedes tuvieron más desaparecidos que muertos”.
Será en la construcción del inquietante relato donde reside una de las tantas virtudes de la puesta. Aue no da signos de arrepentimiento sobre lo ocurrido. Es más, le tira la pelota a la platea con un planteo tan simple como contundente de ponerlos en su lugar. Relata su vida con precisión quirúrgica, matizado con alguna reflexión respecto a su vida privada…abriendo aún más los interrogantes acerca de tan respetado empresario.
Hombre fácilmente reconocible, Aue y su vida se linkea tanto con lo que planteaba Eduardo “Tato” Pavlovsky en obras como “El señor Galindez” o “Potestad” en las que se daba cuenta de cómo un genocida podía ser una persona…“como uno”. Que pueda ser un vecino respetable con quien departir sobre la vida. Tal como ocurría en lo escrito por Pavlovsky, el espectador establecía un vínculo con el protagonista. Sentía admiración por encarnar eso que –quizás- no podía ser y subyugación por tal presencia pero….también estaba la otra cara de la moneda. El asesino podía ser tu vecino, el que compartía un mate o un partido de fútbol y no un marciano que vino de otra galaxia, lleno de maldad. Esto no implica una banalización de los crímenes. Por el contrario, Hannah Arendt se refirió a este tema en su reconocido “La banalidad del mal”.
Además, el bagaje cultural de Aue da por tierra aquel axioma no escrito referido a las bondades de la ilustración y el conocimiento como barreras frente a la barbarie.
En otro aspecto, también se puede relacionar con algunos aspectos de la vida de Albert Speer, el arquitecto de Hitler (su autobiografía y el reportaje que brinda a la revista Playboy son excelentes) y con lo dicho por Daniel Goldhagen en su crudo y polémico “Los verdugos voluntarios de Hitler”.
Es menester no olvidar que Aue forma parte de un Estado, con la conducta que ha tenido este respecto a las políticas que llevó a cabo. De exterminio, de conquista, de lo que sea. Un Estado conformado por ciudadanos que brindaron su apoyo al respecto (ver lo sostenido por Goldhagen)
El acoso por parte de las mentadas Benévolas –violentas divinidades que “cuando se apoderan de una víctima, la enloquecen y la torturan de mil maneras (…), su misión esencial es la venganza del crimen. De modo especial castigan las faltas contra la familia y el matricidio”-, es ilustrativo por parte de lo que sería la otra parte de la historia. Su atuendo, similar al de un comando es relevante. Aparecen justo cuando deja de lado su actual ocupación y viaja a través del tiempo al pasado.
Un punto notorio es la concepción matemática de parte del relato. Ese deseo por la precisión es notorio. Inclusive, pretendería zanjar cualquier tipo de discusión al respecto más allá del carácter simbólico de la cifra. En tiempos loperfidianos-mitristas de dudar de las cifras de genocidios y masacres ocurridas, es ineludible establecer una relación en este tema.
Gabriel Goity da vida a un Maximilien Aue exacto. Lejos de los personajes populares que ha encarnado, en este caso, le pone el cuerpo a un jerarca nazi lejos del arrepentimiento y la congoja. Su voz, su acento –es notorio cuando lo acentúa en su relato, como si volviese el tiempo atrás, lejos del castellano que habla en la actualidad- y sus silencios, junto con un preciso manejo del cuerpo, enriquecen a un personaje único. Tanto Raquel Ameri como Matilde Campilongo son esas “benévolas” que asaltan la memoria y el espíritu de Aue, con la precisión acorde a dos actrices de probadísima solvencia.
Una escenografía ascética y una iluminación precisa, conforman el espacio en el que se desarrollan los acontecimientos.
Tras una vorágine de texto y una construcción de sentido que llama a la reflexión, las luces bajan, poniendo punto final a la puesta. No será extraña esa necesidad de verbalizar las situaciones -absolutamente personales- vividas en esos setenta minutos que dura el hecho teatral. Compartir lo vivido para debatir e intercambiar opiniones. “Las benévolas” inquiere y perturba al espectador desde un texto absolutamente preciso y un Gabriel Goity atrapante.