Poética teatral en clave histórica
Autoría: Pompeyo Audivert. Con Ramiro Alvarez Peña, Fernando Arfuso, Andrés Buzzurro, Yasmina Cura, Analia Di Nubila Salerno, Milagros Fabrizio, Susana Herrero Markov, Gustavo Saborido, Adrián Túfolo y Ivana Zacharski. Vestuario y escenografía: Lucia Rabey. Música: Claudio Peña. Fotografía: Gabriela González. Diseño gráfico: Alejo Kolinski. Asistencia de dirección: Andrea Cabanellas y Florencia Vincentelli. Dirección: Pompeyo Audivert y Fernando Khabie.
Camarín de las Musas. Mario Bravo 960. Lunes, 21 hs.
En tiempos en que el teatro cuenta con una amplia cantidad de fábulas simples y sensibleras y anécdotas ATP, es un verdadero placer sentarse en una butaca no solo para dejarse llevar por una historia y una puesta de calidad, sino sentirse interpelado como espectador.
Desde el minuto cero, se aprecia que estamos frente algo que no suele verse en nuestro teatro en estos momentos. Los mismos actores construyen la escena a través de la iluminación que realizan. Actúan, iluminan y crean sentido en lo que serán unos setenta y cinco minutos de una ceremonia teatral.
De esta manera, se abrirá a un juego de guiños e intertextualidades varias. Desde el mismo título -en relación con la masacre de Trelew-, se da el puntapié inicial a una gira mágica y misteriosa que abarca “Los derechos de la salud”, de Florencio Sánchez, dándose una vuelta por la creación de Podestá, “Pepino el 88” aunque aquí, con diez números menos y la alusión más que obvia al período más negro de la historia de nuestro país. Si a este relato cíclico e intensidad precisa, le agregamos una mujer rubia, con un discurso por demás particular y elocuente, será la cereza del postre de una metáfora inclusiva respecto a los presentes. Aunque se resistan, están hablando del colectivo al que pertenecemos.
La enfermedad de Luisa, tal como da cuenta el texto –retomando el personaje, del clásico de Sánchez- es la que aleja y repele a su propia familia al tiempo que establece la relación con la figura de Eva y el carácter simbólico de su cuerpo. Todo en el contexto que tiene una
“audición” que, no en vano, cuenta con diecinueve (“siempre diecinueve”) postulantes y quienes estén presenciando la selección, tengan los apellidos de “Sosa” y “Quiroga”.
La dramaturgia realizada a través de precisos recortes de la historia, permite la reflexión tan crítica como poética. Como si lo acontecido fuese un acto de arrojo y valentía, de revolución fallida o simplemente, esa huída hacia adelante, como metáfora de ser un paso más, camino a un precipicio más profundo. El ir y venir entre la historia y la ficción llena de intriga al ambiente y ahí surge una pregunta, ¿acaso todo debe ser lineal/real?
La atmósfera oscura y fantasmal es el marco exacto para la puesta porque, si bien un tal Karl decía que “La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”, en el caso de nuestro país, la repetición fue más que dos y no causó ninguna gracia a la mayor parte de la población. Pero esto ya es otra….historia.
La puesta es dinámica y atrapante. Capta la atención tanto por lo visual como por su contenido. En el primer caso, por el excelente trabajo realizado por los actores con esas linternas que dirigen el ojo hacia donde ellas apuntan –detalle no menor-. En cambio, en lo que se refiere las palabras, impactarán de manera absolutamente personal a cada uno de los espectadores. El golpe será diferente de acuerdo a la relación que se tenga con los hechos aludidos. Es por eso que no extrañará ver a alguien que esté sentado en la punta de su asiento, con los cinco sentidos puestos en alerta para aprehender lo que está aconteciendo o simplemente, contemplando con sorpresa y reflexión no exenta de alguna lágrima que pugna por salir en libertad.
Es importante el trabajo que se realiza sobre los cuerpos que, por presencia y ausencia, tienen una poderosa importancia. Cuerpos que han dejado el mundo de los vivos pero viven en su mitología. Y esa partida va más allá de los motivos de la misma. Es la resignificación constante a través de los actos realizados por los mismos.
El vestuario es de calidad y contribuye notoriamente (al igual que el maquillaje) a la construcción de sentido.
El aspecto coral de la puesta permite que el elenco se luzca de igual manera. No obstante, el trabajo de Ivana Zacharski y Susana Herrero Markov como Renata y Luisa, merecen una mención especial.
“Operación nocturna” es de esas puestas tan atrapantes que, no solo uno quiere hablar de ella con quien sea, sino que volverá a verla a la brevedad. Eso es lo que ocurre con el teatro realizado con talento y seriedad. Algo de lo que Pompeyo Audivert sabe y mucho.