Las que ladran y muerden
Dramaturgia: Gonzalo Demaria. Con Paola Barrientos, Alejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampín. Vestuario: Magda Banach. Escenografía: Cecila Zuvialde. Iluminación: Eli Sirlin. Música: Marcelo Katz. Entrenamiento corporal: Juan Branca. Asistencia de dirección: Matías López Stordeur. Producción: Ana Riveros. Colaboración artística: Gabo Baigorria. Dirección: Ciro Zorzoli.
Teatro Cervantes. Libertad 815. Jueves a sábado, 21.30 hs. Domingos, 21 hs.
Estela irrumpe en la escena. Dice que hubo un asesinato y que ella, al igual que sus amigas Marta, Zulma y Raquel -propietaria de la casa y mandamás de una fundación dedicada a cuidar perros-, van a hacer justicia por el crimen acontecido.
Este es el puntapié inicial con el que se inicia el muy buen texto pergeñado por Gonzalo Demaría, dando comienzo a una puesta de desbordante energía basada en la mordacidad, la parodia y la ironía. Es menester recordar que Gonzalo Demaría ya había realizado textos para mujeres de fuerte presencia, atravesadas por sus condiciones de clase. Tal es el caso de dos puestas excelentes como “La Ogresa de Barracas” y, sobre todo, “La maestra serial”. En este caso, toma a cuatro mujeres de alta alcurnia, en pugna. Son amigas -o eso parece- que se juntan a tomar el té para departir y desvariar sobre la vida. Enemigas íntimas que se necesitan tanto como se critican sin piedad. La relación que atraviesa al cuarteto femenino y a cada una de sus integrantes, está teñida de un gran cinismo. Esa “pax armada” que define el vínculo, solo se rompe con un elemento externo. Solo ahí se pueden permitir ser ellas mismas, lo cual habla también de la soledad de cada una de ellas en sus vínculos con, por ejemplo, sus maridos que no son precisamente, lo “presente” de la pareja.
Hete aquí que ya se aprecia que cada pieza está en su justo lugar. Un living bien representativo que mezcla la maldad con la beneficencia. Todo esto atravesado por los complejos de “conciencia limpia” que tienen las cuatro féminas que se desafían en sus posesiones y sus carencias, en una dicotomía propia de quienes se ubican en la parte más alta de la pirámide social. Los conflictos de clase y la hipocresía forman parte de una puesta cautivante donde todo está excelentemente cuidado.
Demaría escribió el texto en verso, logrando una apreciable contundencia por la utilización de este recurso asi como una riqueza diferente, expandiendo el lenguaje. Pero para que todo llegue a buen puerto, fue menester contar con la sabia dirección del prestigioso Ciro Zorzoli y un póker de ases como Paola Barrientes, Alejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampin para dar vida a las cuatro amigas.
La escenografía y el vestuario se condicen con el imaginario popular –y no tanto- respecto a la ambientación color chicle en la que se desarrollan los acontecimientos. Es aquél gusto kitsch que intenta ser refinado y falla en su cometido. Por más dinero que se tenga, el denominado “buen gusto” va por otro camino, generalmente paralelo aunque haya un gusto por lo necesario a decir de Pierre Bourdieu.
Otro de los puntos a destacar, es la forma en que la dirección decidió llevar a cabo la puesta. Dinamismo a velocidad exacta pero sin caer en un vértigo que flota como una trampa casi inevitable.
Las lecturas a las que apunta la puesta son variadas y elocuentes. Si bien es una comedia ácida y satírica, en realidad, es la punta de un ovillo que tiene un fuerte contenido social del cual es imposible –mal que le pese a muchos- abstraerse o ignorar. Más que nada cuando uno puede establecer lazos con la realidad en la que se repiten discursos tan patéticos como horrendos que causan miedo. Ni que hablar cuando forman parte del contexto del que uno vive. Con un linkeo a una palpable actualidad, pero con fuerte arraigo desde antaño, el culpable siempre será “el otro” que nunca será “como uno”. Podrá ser una empleada doméstica paraguaya o con quien querrán satisfacer –ellas- sus deseos insatisfechos puertas adentro. Ese otro que despierta prejuicios y paranoias en sus conciencias donde ellas siempre serán víctimas aunque sean, en realidad, victimarias e inclusive, verdugos.
Disfrutable de principio a fín, “Tarascones” propone una risa tan estentórea como reflexiva con respecto a vivencias bien reconocibles para quien busque dar un paso más adelante en el deleite de una puesta excelente.
Este es el puntapié inicial con el que se inicia el muy buen texto pergeñado por Gonzalo Demaría, dando comienzo a una puesta de desbordante energía basada en la mordacidad, la parodia y la ironía. Es menester recordar que Gonzalo Demaría ya había realizado textos para mujeres de fuerte presencia, atravesadas por sus condiciones de clase. Tal es el caso de dos puestas excelentes como “La Ogresa de Barracas” y, sobre todo, “La maestra serial”. En este caso, toma a cuatro mujeres de alta alcurnia, en pugna. Son amigas -o eso parece- que se juntan a tomar el té para departir y desvariar sobre la vida. Enemigas íntimas que se necesitan tanto como se critican sin piedad. La relación que atraviesa al cuarteto femenino y a cada una de sus integrantes, está teñida de un gran cinismo. Esa “pax armada” que define el vínculo, solo se rompe con un elemento externo. Solo ahí se pueden permitir ser ellas mismas, lo cual habla también de la soledad de cada una de ellas en sus vínculos con, por ejemplo, sus maridos que no son precisamente, lo “presente” de la pareja.
Hete aquí que ya se aprecia que cada pieza está en su justo lugar. Un living bien representativo que mezcla la maldad con la beneficencia. Todo esto atravesado por los complejos de “conciencia limpia” que tienen las cuatro féminas que se desafían en sus posesiones y sus carencias, en una dicotomía propia de quienes se ubican en la parte más alta de la pirámide social. Los conflictos de clase y la hipocresía forman parte de una puesta cautivante donde todo está excelentemente cuidado.
Demaría escribió el texto en verso, logrando una apreciable contundencia por la utilización de este recurso asi como una riqueza diferente, expandiendo el lenguaje. Pero para que todo llegue a buen puerto, fue menester contar con la sabia dirección del prestigioso Ciro Zorzoli y un póker de ases como Paola Barrientes, Alejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampin para dar vida a las cuatro amigas.
La escenografía y el vestuario se condicen con el imaginario popular –y no tanto- respecto a la ambientación color chicle en la que se desarrollan los acontecimientos. Es aquél gusto kitsch que intenta ser refinado y falla en su cometido. Por más dinero que se tenga, el denominado “buen gusto” va por otro camino, generalmente paralelo aunque haya un gusto por lo necesario a decir de Pierre Bourdieu.
Otro de los puntos a destacar, es la forma en que la dirección decidió llevar a cabo la puesta. Dinamismo a velocidad exacta pero sin caer en un vértigo que flota como una trampa casi inevitable.
Las lecturas a las que apunta la puesta son variadas y elocuentes. Si bien es una comedia ácida y satírica, en realidad, es la punta de un ovillo que tiene un fuerte contenido social del cual es imposible –mal que le pese a muchos- abstraerse o ignorar. Más que nada cuando uno puede establecer lazos con la realidad en la que se repiten discursos tan patéticos como horrendos que causan miedo. Ni que hablar cuando forman parte del contexto del que uno vive. Con un linkeo a una palpable actualidad, pero con fuerte arraigo desde antaño, el culpable siempre será “el otro” que nunca será “como uno”. Podrá ser una empleada doméstica paraguaya o con quien querrán satisfacer –ellas- sus deseos insatisfechos puertas adentro. Ese otro que despierta prejuicios y paranoias en sus conciencias donde ellas siempre serán víctimas aunque sean, en realidad, victimarias e inclusive, verdugos.
Disfrutable de principio a fín, “Tarascones” propone una risa tan estentórea como reflexiva con respecto a vivencias bien reconocibles para quien busque dar un paso más adelante en el deleite de una puesta excelente.