David Gudiño reestrena “El David marrón”, un unipersonal que pone el dedo en la llaga en las cuestiones identitarias respecto al género y al racismo, a partir de la icónica obra de Miguel Ángel. Previo a su vuelta, el mismo Gudiño junto con Laura Fernández, directora de la puesta, cuentan sobre su origen, la recepción del público y el futuro artístico, coyuntura de por medio.
Fotos: Cecilia Inés Villarreal
-Cuéntenme cómo es reestrenar “El David marrón”, esta obra, tan especial
Laura Fernández: ¡Caro! (risas)
David Gudiño: Sí, más en este momento en el que priman las ganas de sostenerse. El hacer y defender lo que vamos a hacer. El otro día lo hablábamos. “Vamos a tener que actuar o dirigir algo porque si no, te morís”. Es querer lucharla en algo que, obviamente, confiamos. Antes de tener teatro acá, tuvimos una función en Barcelona. Inclusive, unos chicos estaban haciendo un documental de la obra. O sea, pasaron un montón de cosas y no teníamos teatro. Ahora fue decir “¿por qué no estamos haciendo funciones?”. Así que, el reestreno es con mucha alegría y con ganas de pelearla por esto.
LF: Somos amigos y veníamos ensayando tranquilos hasta que se precipitó todo porque salió un espacio. Entonces, fue descubrir rápidamente que estaba diciendo la obra hacia el interior y con el espacio. Se armó la narración por las características muy únicas del teatro en el que estábamos, que era la sala redonda del 25 de mayo. Ahora la asociación es más “deportiva”. Estamos muy ansiosos por ver qué va narrar, en este espacio. Hay ansiedad para el qué se va a contar.
– Davíd, ¿cómo fue concebir el texto?
DG: Nos conocimos con Laura cuando dirigió “Blizzard”, una de las obras que hicieron en el Cervantes con nuestro teatro, y se grabaron en pandemia. Además, la había visto en “Bañarse”, en Vera Vera. Me pidieron que sugiera dirección y dije “Laura”. Me gusta hacer teatro con gente con la que me gusta pasar tiempo. Decís “che, ¿ensayamos?”, pero te reís una hora y después, jugás. Al texto lo vengo escribiendo desde el 2019. Cuando estaba llegando un momento de tener un montón de material, fue leérselo. En nuestra relación, fue ganar fuerza para terminarlo.
Laura, ¿cómo tomaste el texto de David para dirigirlo? ¿Es tu primer unipersonal?
LF: No. Había dirigido uno en el Portón de Sánchez. Estuvo bien esa experiencia previa porque hay una regla que, por más que teóricamente una pueda pensar que es efectiva, después hay que ver si sirve. Tomamos las reglas pero más sensiblemente. Fue abordar el material de David y, realmente creo que hay como tres obras. Vimos “esto se descarta”, “esto queda”, pero quedó un montón de material. Ensayamos en mi casa que tiene una columna grande, de 3 mts y pico aprox. La pata del «David» -estatua- terminó teniendo dos metros y pico. Deberíamos haber registrado eso…porque era verlo en ese momento, en la columna y ahora es la pija del «David». (Risas). Ahora, que expectativas hay con la obra… Imagino que hay un “duelo” especial con el público en tanto todo lo que se plantea con el racismo, la cuestión de género…
DG: Me interesa que la gente empiece a pensar que el racismo existe en Argentina. Más aún si somos tantos. Te tomas cualquier tren y hay muchísimas personas -a veces la mayoría- marrones, con cara indígena. Hay algo de poder acercar la temática. Me gusta eso desde un punto que, para nada “performativice”, lo indígena. Decir “soy indígena” y que no necesitamos ninguna pluma, ¿viste? Para hablar de lo indígena, no me tengo que clavar ningún aguayo o un aro. No tengo que ser “bueno” ni respetar a la Pachamama. Ya tengo mi cara que milita eso y listo. Eso es lo indígena, lo que sobrevivió. El fenotipo, el gen que me da esta nariz y el pelo. Esa es mi expectativa con la gente.
– Es claro lo que decís.
DG: Me ha tocado hacer de “el gendarme espiritual” que llora o “el policía que ayuda”. Ahora, me gustaría que se vaya la gente de la obra y diga “Mira como en una hora se expande un rol con un indígena, que coge, engaña, miente, destruye y hace todo mal”. Me interesa el lugar de expansión desde un lugar para nada correcto. Me pregunto por qué el mercado no lo hace. Mi propuesta es expandir. Si el mercado me decía “solo serás gendarme, policía, obrero, enfermero de 10 segundos”, decía “no”. ¡Mira todo lo que puedo hacer! Es parte de la relación que me proponían los blancos. Hay un lugar de la blanquitud, del deseo de lo indígena -que lo decimos en la obra-, que son lindos en las fotos y en los cuadros, pero no lo presentas a tu mamá. Es un movimiento complejo. Espero que la gente se caliente con ese lugar también prohibido de lo indígena.
LF: Mientras lo escuchaba a David, pensaba que hay algo extraño y no sé qué pasará. En principio, cuenta algunas cosas personales. Entra y sale constantemente de la ficción. Cuenta cosas personales, las cuales se notan porque tienen esa calidad de lo autorreferencial y lo vivencial. Mucha gente pregunta “¿Eso te pasó?”. Entonces, se entiende el racismo, se sabe que hay, pero después no comprenden cómo se materializa en lo cotidiano. Eso también me sorprende. Parece que la gente sabe que está el racismo, pero en un plano teórico. Eso también da cuenta la obra que muestra como, en el día a día, es una pesadilla, tanto en el acoso policial como cuando alguien te ve y agarra la cartera. Esas cosas están en la obra, pero es como si hubiera dos planos de percepción.
-Imagino que esto es lo más molesto que, cuando mete ambos universos, el espectador dice “Opa. ¿Qué está pasando?”
LF: Lo toma al mismo tiempo que lo desvía a que es “una historia personal y singular de amor”. Me gustó que una persona que la fue a ver dijo “no es una obra resentida sino que tiene una posición”. Igual no tendría nada de malo que sea resentida, pero no cae en el hueco de eso de que “está todo bien” en tanto “cada uno está donde tiene que estar”. ¡Pero no es así! Yo estoy al lado de tu casa.
DG: Es como decir “los indígenas vivimos en las plantas” o” estábamos en el Espíritu”… ¡No! Está al lado tuyo, en el colectivo y en el tren.
LF: ¡Y a vos te da miedo!
DG: ¡Claro! No es que desapareció. Está bien que uno no es indígena en tanto no tengo ninguna tierra que reclamar ni hablo ninguna lengua aunque hago humita, pero eso no me convierte nada. Es entender algo que no es romántico ni espiritual sino que es real. O sea, pensemos en las personas marrones indígenas. ¿De qué color es la pobreza en Argentina? ¿Qué colores habitan las cárceles argentinas? También pregunto, ¿de qué colores son los jueces? Ocupamos un lugar, que es muy real. No estamos en la selva. Hay algo de eso que busca la obra, al igual que la propuesta de identidad marrón, que es pensar al sujeto marrón indígena en la urbanidad. Se nos ha negado el derecho de ser indígena. El Estado ha sesgado eso. Ok, pero sufro racismo. Entonces, ¿qué hago? ¿dónde estoy?
-Claro, ¿qué hago?
DG: Sí, sí. El otro día, alguien me comentaba en TikTok que estaba “llorando” porque quería “cupo”. ¡No! No es cupo porque no somos una minoría. Al menos, somos el 40% del país. No es esto sino pensar el acceso a oportunidades y cómo estamos analizando y tratando la multiculturalidad argentina. Hagamos zapping y veamos con cuántos indígenas te cruzas. Analicemos las 10 publicidades más vistas de hoy y no hay una sola cara aymara o colla. En Jujuy, son bastante más, ¿entendés? En mi sueño de “ay, quiero ser actor”, voy a los castings y no quedo, no porque no me sale, sino que el dueño de la empresa no quiere una cara indígena. Punto. No vendo nada en este país más que pobreza. Después, ves en las propagandas políticas que siempre meten algún marrón para quedar bien. Pero, el chicle no te lo “vendo” ni en pedo.
-Es ese “ellos, allá” y “nosotros, acá”. La visibilización es lo que molesta siempre, con una hegemonía blanca, católica… El problema es cuando se juntan ambos y en una sociedad como esta, obviamente nos vamos a encontrar todo el tiempo…
DG: Por eso somos la excepcionalidad. De ahí, es tan interesante la tarea de “Identidad marrón” que propone el trabajo colectivo. Los medios agarran a una persona y ponen la excepción. No es así. Somos un montón, muchísimos. Eso es una invitación a decir “Hay muchos y debe haber lugar no solo para uno sino para más”.
Del texto original ¿recortaron mucho?
DG: Sí. La parte de la tetera era un manual. De las siete páginas que escribí, quedó una.
LF: No sé si hubo tanto recorte “grande” sino un reacomodar de pequeñas cositas. Por ejemplo, algo que se decía más al comienzo, ahora está al final. Nos preguntamos más esas cosas. Parece que fue una buena decisión que el protagonista no tenga tanta conciencia y se vaya construyendo a lo largo del relato. Fueron cosas más finas para ir acompañando el relato y no condenar tanto desde el comienzo, respecto a lo que se quiere decir. Por eso, vamos con la historia de a poquito y en un momento aparece. Ahí ya hay una porosidad de parte del espectador para recibir esa información. Quizás, al comienzo, hubiese sido poner un concepto grande que se pone por delante. Por eso, decidimos hacer una historia de amor.
El ser y el todo.
– ¿Choca más la identidad marrón que la gay? ,
DG: Marrón y puto, ¡no! (risas). Hoy, la verdad, no sé. Escuchas la radio y hay mucha desinformación respecto a “lo gay”, súmale a esto lo de “se mueren más” y eso. Volvimos para atrás. Retrocedimos.
LF Sé que capaz lo digo mal pero lo escuché por ahí y me quedó. Es “nos amigamos con la comunidad gay cuando el mercado encontró el turismo y demás”. Era como “no hay que rechazarlos sino sacarles plata”. O sea, el mercado nos dice cuando nos debemos amigar con algo que rechazábamos previamente. Me queda esa sensación. El problema es por donde se le saca plata al mundo marrón…. (risas). Seguramente, cuando se le pueda sacar plata, nos amigaremos.
DG: Me acuerdo siempre de la foto que dice “indio y puto no es una contradicción”. Algo de eso hay, que es toda una discusión. Parece que el indio está congelado en el tiempo y estereotipado. ¡Claro que puede ser puto! Me cuesta pensarlo porque siento que, con esta obra, un poco estoy saliendo del clóset. Estoy como en esa transición en que no lo puedo pensar porque me atraviesa mucho el “hoy”. Siento que un gay blanco es más aceptado que uno marrón. Lo he escrito en algún texto…A mí las musculosas me gustan, pero no me quedan bien. Está eso de “el blanco gay musculado con musculosa” es algo y yo, con esa misma musculosa, soy otra cosa pero no con ese signo de bello gay.
– La reivindicación que se plantea de la identidad gay y marrón, ¿es aceptada por el público?
DG: Quiero visibilizar que existe este David, realizado por Miguel Angel en 1504 y todavía nos sigue rompiendo los huevos. Hay uno en Chaco y pusieron otro en Bariloche. Estaban orgullosos en México porque habían hecho uno en la Academia de Florencia con mármol. Es blanco, tiene los abdominales marcados. Mi propuesta es decirle al marrón “sos bello como éste”. Mi búsqueda es ocupar esos lugares que me han sido negado por estructura. En los medios premeditan nuestro final. Ponernos en el lugar del David no es una carrera del dolor ni resentimiento. No se está compitiendo para ver qué es lo más racista que te pasó. Es sufrir un dolor como medio para alcanzar un lugar de belleza.
LF: La obra te permite entrar en un universo súper singular. No intenta y niega esto de ser universal o caer en una idea, un concepto o una metáfora total. Es entender que, le-pasó-a-él aunque hay una postura más fuerte al final. Normalmente, la gente sale conmovida en tanto es una experiencia personal más sensible. Te cuento algo que nos pasó en relación con la obra. Por ejemplo, fuimos a comprar un vestuario y en un momento el vestuarista estaba arriba con David. Me quedé abajo mirando una campera y un chico me preguntó de dónde éramos. ¡En mi puta vida me preguntaron esto! Justamente, en la obra, se hace todo el tiempo la pregunta “¿de dónde sos?”. Nunca me lo habían preguntado pero como estaba con David…
DG: Te extranjerizaron por asociación. (risas).
LF: Era interesante ver como quería preguntar porque no sabía como hacer para decir “no son de acá”. Hay algo que se filtra que combina lo sensible y lo pavote porque el personaje es medio inocente respecto a lo que le va sucediendo. El público empieza a darse cuenta de “por qué te pasó eso” y él no lo sabe. Desde ese lugar, hay una especie de emoción de “te pasó por marrón”. Le quieren avisar.
DG: Con respecto al público, hubo veces que la platea estuvo llena de blancos y circulaba una “culpa blanca” muy grande. En otras, había más marrones y se produce una militancia de la gente. Cuando se acerca al final, van despegando la espalda de la silla y dicen “¡Ah! ¡Soy igual! ¡¡Tengo otro color nada más!!”. Nos fuimos dando cuenta de esto con las funciones. Con la propuesta de Lau de la luz, estamos todos medio expuestos en la obra aunque yo estoy un poquito más iluminado en escena. El público está bastante presente. Nos pasa a quienes integramos “Identidad Marrón” cuando damos una clase o una charla, de repente vienen un montón de marrones. Claro, porque estamos acostumbrados que el que te da la charla o la clase es blanco. Entonces, es “Ah, viene uno al que le puedo decir porque es igual que yo”.
-Excelente idea la de la iluminación al público para que nadie se esconda.
LF: Sí, sí. En un momento bajamos un poco porque había como pasaba algo…justo hoy lo hablaba. Sucedía algo de mucha impunidad. Como estaba iluminado, la gente sacaba los celulares y sacaba fotos…
DG:…¡como si fuera un museo! (risas)
LF: Otra vez ocurrió que dos mujeres se sacaron fotos en la entrada de público con la escultura del David. Entonces, el que no haya tanta frontera, generara cosas extrañas. O mucha timidez por esto de “estar expuesto. Él me está mirando”.
El viajar es un placer…
¿Van a hacer gira?
DG: Estuvimos en La Pampa… pero pasa algo en la gira. Cambia mucho la obra. Tenemos una versión con un colchón en que parece que todo pasa en una habitación. Se pierde la magnanimidad de la pierna con el pitulin del David, la mano y el culo. Queda solo la cabeza y es otra obra. Pero bueno tiene que ver con los recursos. Igualmente, nos costó mucho encontrar un espacio. Queremos ir a todos lados ya sea con una versión o la otra.
LF: La realización es de un nivel de delicadeza. No es que se manda un plano y se realice en otro lugar. Artesanalmente, tiene capas de todo.
– Me imagino llevándola al norte… ¡Una bomba!
DG: Sí, si ¡Queremos!
LF: También la llevamos a España, a Barcelona. Ibamos y era como decir “sos culpable”. O sea, me tratas mal, saqueaste todo, pero era el show de la risa. Me río de nervioso, pero risa fuerte. La tercera fila no paró nunca la risa. Ojo, entendiendo todo lo que se veía.
DG: En la parte de Colón que digo “Este regalo, es para Colón”.
LF: Ahora también sigue esto, tanto por haber robado y ahora, porque estamos yendo a abrirles la heladera. Es decir, “¿Puedo? ¡Me debes bastantes cosas que viniste a robar!”. Ese racismo de allá no para.
– ¿Qué sienten cuando suena un celular en medio de la obra?
LF: Odio. (risas)
DG: Lo primero que digo es “¡qué persona estúpida!”. Se te aviso al respecto. No es que no se dijo nada. Se pide “por favor, apaguen los teléfonos” y tenes un rato, justamente, para hacerlo.
LF: Es una pena que la gente no quiera aceptar el pequeño desafío de perder, por un rato, la relación con esto y suspender el otro mundo. Es la posibilidad de habitar otro espacio y otro tipo de narración.
Justamente, les iba a preguntar si el público había cambiado y tiene la capacidad de atención de una serie de Netflix.
DG: Identificamos momentos en la obra en que la gente se acomoda. Si, te obliga a pensar a ver que cambio haces para que se sostenga esa tensión.
LF: Desde nuestro lugar de creadores del espectáculo, me pregunto más “¿qué está pasando?”. No puedo tirar la pelota afuera y decir que “no se la bancan”. Ok, hagamos algo porque acá se acomodaron. Creemos una nueva atención. Hay que ver donde se agota la obra para darle un nuevo aire.
DG: Con respecto al celular, quería decir que, como acá hay bastante luz y, en algunos momentos de la obra, digo “perdón”, nunca pasó que suene uno. Eso si, tengo que pensado que, si llega a sonar, le digo ese “¿perdón?”. Le digo el texto y me quedo. Soy de ir buscando las atenciones. Nunca pasó, pero siempre estoy esperando a que suceda. “David perdón” como hay evidencia en eso. Es una cagada cuando el actor está preso del sistema de dirección y no puede decir “apaga el teléfono”. ¡No es este el caso!
Presente candente
-¿Cómo viven ustedes que al día de hoy, en estos tiempos liberotarios, haya gente del arte que todavía acompañe esta situación? Se votó, prácticamente, al verdugo.
LF: Después de decir que es absolutamente incomprensible, te diría que, en lo pers onal, por ejemplo, cuando pasan estas catástrofes, pienso que, de repente, tras haber entrado en el lugar más oscuro y espantoso, después diga “Quiero quedar en los libros como el que sacó de la pobreza al país…” Por supuesto nadie piensa que a este señor le interese algo de esto pero no quiero pensar que sos una mala persona que votó a este cretino. Solo por poner un manto de piedad. La mayor parte de la gente lo votó porque interesa esa cosa aspiracional. Pero en el mundo artístico, no sé. Hay algo que, quizás por marcar una diferencia, tiene un discurso distinto. Por suerte, todas las voces del mundo de la cultura se elevaron en contra este señor, pero hay alguien que quiere decir lo contrario. Lo digo para tironear una explicación.
DG: La persona que defiende esto, no entiende lo que es el mercado interno. He dirigido obras en Tierra del Fuego y te preguntas qué estas haciendo. Estoy llevando guita para que el carpintero haga las cosas, moviendo una población para ocupar un espacio. Eso genera toda una economía de mercado interno. La persona que defiende no entiende que nosotros generamos eso. Cuando trataba de entender que estaba haciendo en Tierra del Fuego con mis obras, en Australia festejaban que se iba a filmar ahí la película Mortal Kombat. Entonces, hablaban del mercado interno porque viene todo un elenco, que te mueve la economía.
– Parece que no se entiende eso.
DG: Producir la obra salió dos mil dólares, obviamente en pesos pero ¿a quién se le pagó? A la gente que trabajó. No fue a ninguna cueva ni nada por el estilo. Hacemos la función y la gente consume, sale a comer. Entonces, ¿por qué estarías en contra de eso? O sea, que la gente salga y consuma menos ¿a quién beneficia? A nadie. Se van a cerrar los teatros, despedir gente afectando a familias enteras. Mirá, crecí en Tartagal, a 60 km de Bolivia y el «1 a 1» no llegó jamás. Mi viejo se quedó sin laburo por la privatización. Tuvimos que salir corriendo con los colchones y las chapas a Tierra del Fuego porque mi viejo consiguió trabajo. Entonces, digo NO. De chico, por la privatización, conocí el hambre, pero posta. Ahora, ¿qué es esto? Es incomprensible.
También están algunos artistas que dicen “yo, de política, no hablo. Me dedico a hacer arte” como si el arte no tuviera una vinculación con la política ni con la coyuntura.
LF: Se le pondrá el juego también esta cosa más ególatra, de encantar sin querer tomar posición para seguir con lo suyo. Nosotros hacemos teatro y sabemos más o menos a quien le hablamos. Eventualmente, si te va bien, le hablás a un poco más de gente, pero están los que llegan a un público más masivo y quiere muchos seguidores. No puede asociarse a nadie porque perdería popularidad. Ahí ya querés que te quieran. Es otra cosa. También tiene que ver que, a medida que te vas alejando de la pequeña producción, el tener que ver con la guita, perdió un registro más sensible. Al tomar esa distancia, quedas más aislado.
Las dos últimas. Les dan un formulario y les preguntan” profesión”, ¿qué ponen?
DG: Actor. Soy un actor que quiere actuar. (risas)
LF: Es por épocas. Ahora pongo “Docente universitaria” por el contexto y por una reivindicación. Estoy poniendo eso.
Si por esta puerta del teatro, entrasen la Laura y el David de 18 años, ¿qué le dirían ustedes esos pequeños?
LF: Le diría “no es tan grave”. Esa fantasía tremenda de los 18 de “¿Qué voy a hacer? ¿Qué va a pasar? ¿Cómo voy a poder?”. Hoy, 30 años después, fue más fácil. (risas)
DG: Es emocionante la pregunta. Más aún que, por esta obra, gané el Trinidad Guevara. Le diría “Sos bello”. Me pasa eso, como de haber necesitado a esa edad que alguien me diga esto.
“El David marrón”. Dumont 4040. Santos Dumont 4040, CABA. Viernes, 21.30 h.