Pueblo chico….
Dramaturgia y dirección: María Emilia Ladogana. Con Vanina Dubois, Julia Gárriz, Luciano Kaczer, María Emilia Ladogana, Leo Martínez y Catalina Napolitano. Diseño de vestuario: Nadia Sandrone. Diseño de escenografía: Laura Copertino. Movimiento: Romina Padoan. Diseño de luces: Luciano Kaczer. Música: Pedro Berreta. Diseño y fotografía: Ansilta Grizas. Asistencia de escenografía: Lucero Abbate. Producción: Sofía Boué. Directora asistente: Virginia Azzaretti. Duración. 65 mins.
El Grito Teatro. Costa Rica 5459. Viernes, 20 h.
Suele ser un infierno grande aquella población pequeña que detecta algo que sale de los parámetros que rigen su existencia. Todos se conocen, con sus virtudes y defectos, atravesado por creencias populares y lealtades que van más allá de la lógica. Un “statu quo” que se mantiene a través del tiempo. En este caso, hay un aniversario a la vuelta de la esquina que es la “Fiesta de la Rana”. Para tal fin, la hija del intendente desea llevar a cabo un agasajo en forma de danza que contará con la participación de algunas mujeres que forman parte de la población.
Este hecho abre una puesta por demás rica en la que todos/as los/as protagonistas tienen algo que decir. Una fuerte historia que transciende cada palabra y cada acción. De a poco, se va desentrañando la trama. Esa laguna de la cual no se puede beber su agua y se encuentra contaminada se transforma en la metáfora general de lo que se sabe de ese lugar. Es la interacción con ella aun sabiendo de qué está compuesta, en relación directa con el municipio. Los vínculos que unen a los individuos a un grupo y una geografía, casi de manera adictiva en la cual es muy difícil cortar lazos.
Los personajes van más allá del trazo grueso. Mejor dicho, éste será la punta del iceberg de seres con profundas vivencias y contradicciones sin que éstas sean justificables –en algunos casos- de las acciones que se llevan a cabo. La hija del intendente es de aquellas adolescentes que tienen dinero de sobra “pero”… y sigue el relato con sus protagonistas. La política, con la manipulación del colectivo denominado “gente” por medio de las leyendas del pueblo, se mezcla con desapariciones varias, abriendo la puerta a femicidios y cuestiones de género, que no son para nada ajena, a los presentes. La idea de “eso pasa allá” cae por el peso de su ceguera ante los casos que pasan en “la ciudad”.
La dramaturgia de María Emilia Ladogana es atrapante. Esboza y plantea hechos y circunstancias para después, con una gambeta corta, encarar hacia otras latitudes. Las elipsis son certeras y contundentes, dejando ya, a criterio del espectador, el completar esos significantes, para nada, vacíos. No siempre la basura se puede barrer debajo de la alfombra. En ocasiones, no se quiere y hay que ver que se hace con ella, una vez descubierta. No solo están los complejos de «conciencia limpia» sino también la «comodidad» disfrazada de miedo y/o desidia. Hay que ser valiente para tomar una decisión fuerte frente a las miserias ajenas y complicidades propias.
Otro de los puntos a destacar es el excelente diseño de iluminación. Paneles que se transforman en plataformas en el marco de una profunda oscuridad. La precisa escenografía es fundamental para la creación de sentido. Más aún con esa laguna que aparece y desaparece convirtiéndose en pueblo, ruta o casa, en tanto el mal está en todos lados. El elenco es de pareja calidad, con momentos para el lucimiento de cada uno de sus integrantes.
Contundente en su propuesta y atrapante en su desarrollo, “Ballet acuático” es de esas puestas que captan la atención desde el mismo inicio. De a poco, se abre con diversos planteos que saltan del pueblo –ponele- para impactar en el centro de una sociedad que no puede (ni debe) mirar hacia otro lado.