Cementerio Club
Dramaturgia, espacio escénico y dirección: Ricardo Bartís. Con Rosario Alfaro, Dana Basso, Facundo Cardosi, Fabian Carrasco, Flor Dyszel, Nicolas Goldschmidt, Mariano Gonzalez, Martín Kahan, Luciana Lamoglia, Darío Levy, Hernán Melazzi, Sebastián Mogordoy, Pablo Navarro, Lucía Rosso, Gustavo Sacconi, Matias Scarvaci y Sol Titiunik. Vestuario y realización de escenografia: Paola Delgado. Audiovisuales: Adrian Jaime. Fotografía: Vanesa Trosh. Asistencia de dirección: Mariano Saba y Clara Seckel. Dirección musical: Manuel Llosa.
Sportivo Teatral. Thames 1426. Viernes y Sábado, 22 hs; domingo, 20 hs
Los actores y su particular personalidad –aún después de muertos- son el punto de partida para la última creación de Ricardo Bartís. Humor, mordacidad e ironía son algunas de las características que atraviesan a “La máquina idiota”, una puesta atrapante de principio a fín.
Un escenario apaisado, más ancho aún que la platea, da cuenta que estamos ubicados de manera contigua al muro del panteón de actores del cementerio de Chacarita. Será a ese lugar a donde querrán ir este grupo de malogrados artistas que deben lidiar con sus propios fantasmas –vaya paradoja- incluso en la puerta del recinto que los albergaría hasta la eternidad. Utilizamos el potencial porque tampoco es seguro esto. En ese especie de estadio de tránsito previo al ingreso al destino tan deseado, sacarán su esencia a la palestra. Actores que actúan y que no tienen mejor idea que empezar a ensayar “Hamlet” mientras hacen cola para ingresar a un lugar reservados para unos pocos. ¿Pero acaso no son actores? Si, pero también priman los méritos de cada uno en torno al trato que se les dispensará.
Será ese nicho/tumba el que recogerá los huesos de los actores porque, amén del recuerdo del público para las figuras queridas del ambiente, será ese el lugar donde uno terminará sus días.
Pero a no confundirse, será a partir del tema de los actores y sus peculiaridades que Bartis esboza con pluma precisa y de alta calidad, la problemática de un teatro vernáculo extensible a la sociedad toda. Por tal motivo, será atrapante para todo tipo de espectador, tanto aquél relacionado con el teatro en si como quien va a disfrutar de una pieza de calidad. Quien quiera oir, que oiga porque las alusiones disparan a todos lados. Desde citas de Shakespeare a Perón, pasando por Eva Duarte y Alberto Ure. El peronismo asoma desde algún costado para dejar su impronta y llamar nuevamente a la reflexión en tanto y en cuanto al lugar en el que estamos parados.
Sin perder el humor ni la reflexión, la riqueza del texto tiene su correlato en actuaciones de calidad y precisión quirúrgica en cada una de sus intervenciones. Cada uno de los personajes tiene su momento y es fundamental para sostener el axioma que “el todo es más que la suma de las partes”.
Será el tratamiento horizontal del espacio, con una escenografía tan elocuente como exacta la que ubicará al espectador en el mismo lugar que los malogrados actores. Caminaran, recorrerán todo el espacio captando al ojo atento que intentará no perder detalle de lo que ocurre. El director que quiere dirigir e imponer su autoridad al tiempo que los actores buscan su propio lugar para desarrollar su arte. Todo…de estelado del muro, el reverso de quienes si están descansando en paz y los laureles en su justo lugar. Serán aquellos actores que transitan de este lado los damnificados de una máquina que los ha sometido a una burocracia kafkiana en tanto encierro e incertidumbre. Una especie de “zugzwang” donde cualquier cosa que hagan, redundara en perjuicio propio.
El vestuario es parte fundamental en la creación de sentido en tanto la creación de personajes tan familiares a cualquier ámbito.
“La máquina idiota” es una mirada ácida y precisa que parte del ámbito teatral para dialogar con cuestiones más arraigadas a un inconsciente colectivo propio de los habitantes esta urbe.