Bob Dylan sigue soplando

Más allá de todo tipo de polémicas, el 13 de octubre quedará en la historia como el día en que Bob Dylan ganó el Premio Nobel de Literatura. Algunos estarán a favor, otros en contra, pero nadie puede dudar de su influencia que tuvo el genial cantautor en la cultura popular de la segunda parte del siglo XX.


La noticia sorprendió a más de uno. ¿Un rockero gana el Premio Nobel de Literatura? Parece que si. En el preciso instante que la secretaria de la Academia sueca Sara Danius dijo quien había ganado el premio, las aguas se abrieron para que empiecen las polémicas y controversias. Algún dylaniano se desayunó esta noticia sabiendo que, otra vez, Robert Allen Zimmerman –tal su nombre completo-  puso el dedo en la llaga, aunque esta vez, sin querer….queriendo. Tal como lo había hecho, allá lejos y hace tiempo, cuando se colgó una guitarra eléctrica para romper la gran ilusión del folk estadounidense que veía como su hijo pródigo dejaba (¿?) sus raíces para hacer su propio camino. Hasta me arriesgo a imaginar a Bob leyendo el diario y esbozar una pequeña sonrisa irónica ante los titulares.


Muchos preguntarán sobre el porqué darle semejante galardón a un músico de rock (en sus comienzos, un…folklorista). Veamos. Las comparaciones son odiosas pero no puedo dejar de recordar cuando el Premio Nobel de la Paz se lo otorgaron a gente como Barack Obama o Henry Kissinger (¡!). Pero, más allá de esta cuestión, aparece la pregunta ¿Se merece el Nobel? No lo sé pero, personalmente, me alegro muchísimo. Prefiero que se lo den a Dylan antes que a E.L.James, pero es una decisión que lo trasciende. También la cuestión de ¿por qué a Dylan y no a Borges? Está más allá de los involucrados.

Los que están enojados con la entrega del Nobel, ¿qué dirán al respecto? ¿Qué le van a gritar? Recordemos que, cuando cambió la acústica por la eléctrica, un fan le gritó “Judas!” en un show en Manchester. Bob se dio vuelta, miró y dijo “No te creo. Sos un mentiroso. Toquemos jodidamente fuerte! (a su banda –“play fucking loud”-)” para una de las versiones más furiosas que hubo de “Like a rolling stone”.  
 
Es menester afirmar y recordar que este premio –devaluado o no-, reivindica tanto la tradición oral como a la cultura popular. Quiso el destino que, el mismo día que Dylan recibe el galardón, muera Dario Fo, que también sufrió la crítica por parte de “la academia” de aquellos elitistas que se regodean con el desarrollo de su actividad favorita, el ombliguismo. A Fo, dramaturgo italiano, también lo criticaron con los mismos argumentos que se utilizan ahora, con una pregunta que mezcla sorpresa y exasperación “¡¿Cómo le van a dar un premio a….?!”. El lugar en blanco pasó de un hombre de “teatro”, “dramaturgo” a “rockero”. Por eso, cuando la secretaria de la Academia Sara Danius habla de los méritos de Zimmerman, sostiene “Si uno quiere empezar a escuchar o leer (a Dylan), debería iniciarse con ‘Blonde on Blonde’, el disco de 1966 que tiene varios clásicos y es un ejemplo extraordinario de su brillante modelo de rima, de su armado de estribillos y de su pensamiento pictórico”. No pongo en duda los méritos de Haruki Murakami pero, si es que llego vivo dentro de cuarenta años, me fijaré si su obra es tan relevante como los discos de Dylan.

Todavía, los músicos considerados “serios”, no pudieron/pueden asimilar como cuatro provincianos de Liverpool se los llevaron (y llevan) puestos desde 1962 hasta la fecha, cuando ellos, eruditos y estudiosos de la música no pueden salir de su círculo de ombliguismo, soberbia y elitismo. Mal que les pese, los Beatles, Miles Davis y Astor Piazzolla, por citar algunos, son clásicos y su legado llega mucho más lejos que el de aquellos que levantan el dedito inquisidor. 

Que hay una cuestión política alrededor del premio, no hay duda. Todos los premios lo tienen. Alguno dirá que, justo cuando un tipo como Donald Trump tiene la chance de ser presidente de Estados Unidos, le cae este galardón al gran campeón de la canción de protesta de los años 60 y artista de alto prestigio. Recordemos que todos los «sir» que tiene la Corona británica fueron por estos motivos. The Beatles en 1965 inicia esta moda que incluye a artistas como Mick Jagger, Eric Clapton, Rod Stewart o PJ Harvey). Después habrá otras cuestiones como la devolución de Lennon de la medalla o la fuerte crítica de Keith Richards a Jagger por aceptarla.


Lo que es indudable es que la obra de los artistas (ahora empieza la polémica por la utilización de esta palabra….je!) está más allá de los premios. 

Nadie puede dudar que Dylan es un letrista impresionante. Talentoso como pocos, su pluma corrosiva mezclada con su inteligencia y su particular visión de los acontecimientos lo hicieron escribir canciones que se irían transformando en manifiestos. Se afincó dentro del folk norteamericano, siguiendo la palabra santa de su mayor influencia, Woody Guthrie, para empezar a estar un paso más delante de todos y todas. Recordemos «Masters of war», «Blowin’ in the wind», «A hard rain’s gonna fall», «The times they are a changing» y siguen las canciones de escucha obligatoria para ver su manejo de las palabras. Rompió con el folk tradicional para volverse «eléctrico” –cortesía beatle- y realizó discos geniales (“Bringin’ it all back home”, “Blonde on blonde”, “Highway 61”, “Blood on the tracks”, etc). Sus letras empiezan a ser historias atrapantes que navegan entre la ironía y el surrealimos como «Desolation row» y «Ballad of a thin man» o canciones de amor con un toque de veneno como «Like a rolling stone», «Just like a woman» o «I want you».  

La influencia y el diálogo que tiene con los Beatles es apreciable, sobre todo con John Lennon y George Harrison. Más allá de la anécdota que fue Dylan quien les hizo probar marihuana por primera vez a los “Cuatro de Liverpool”, será este intercambio el que cambiaría la música popular de la segunda parte del siglo XX. Dylan electrifica su sonido para abrirse a nuevas experiencias que iban más allá de la guitarra acústica. En cambio, Lennon toma la poesía dylaniana para enriquecerse como compositor (“Norwegian Wood”, “You’ve got to hide your love away” y hasta la corrosiva “Help!” tienen la impronta de Bob). En el Album Blanco, John canta la desgarradora «Yer blues» en la que uno de sus versos dice «I feel so suicidal. Just like Dylan’s Mr Jones» para después, tras la separación la banda y en plena terapia del grito de Janov, en «God», dice «I don’t believe in Zimmerman».
Con George, intercambiarían canciones (“If not for you”) y compartirían uno de los pocos “supergrupos” que realmente vale la pena escuchar como Travelling Wilburys, junto con Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne.

El 29 de julio de 1966, en el pico de su carrera, se accidentó con su moto y se retiró por un tiempo. Leyendas de todo tipo se tejieron al respecto (igual que la muerte de Paul Mc Cartney). Nació judío, se convirtió al cristianismo  y volvió al judaísmo. Se puso la kipá, fue al Muro de los Lamentos.

Los 80 marcan un mojón en su carrera ya que no se acopla con las nuevas tendencias. En su etapa cristiana edita saca “Slow train coming” y “Saved” que no son muy elogiadas. El magnífico “Blood on the tracks” de1975 se veía muy lejano y parecía que su figura iba a dar paso a esos artistas que se les respeta solo el pasado. “Empire burlesque” lo acerca al sonido de la época pero será su “Oh, mercy!” su disco más reconocido de esa época.

En el 97, sufre una histoplasmosis que casi lo hace ir a ver a Elvis y a Lennon antes de tiempo. Se recuperó y terminó tocando en presencia del Papa Juan Pablo II, parte de lo que es el disco que le vuelve a poner en el candelero, el sublime “Time out of mind”. Como un Ave Fenix de rulos y nariz prominente, ojos desconfiados y gesto adusto, renació de sus propias cenizas para elevarse al cielo de los elegidos.

Ahora está revisitando el cancionero americano. Es tan genialmente jodido que hace arreglos por demás extraños en sus canciones para que los fans no las identifiquen con facilidad. No repite el repertorio. Solamente una Cate Blanchett magnífica pudo llevarlo al cine en su etapa de mayor creatividad y excesos.
Cuando vino a Buenos Aires, se bajó unas cuadras antes de llegar al estadio Obras y pasó caminando entre la gente. Nadie se dio cuenta. Otra vez, no lo fue a buscar nadie y se tomó un taxi de Ezeiza hasta su hotel. Por su amor al boxeo, fue a entrenar al Almagro Boxing Club.   


Al día de hoy, escucho “Most of the time” o “Not dark yet” y puedo asegurar que la sensación de complicidad para con Bob es indescriptible. Más de una lágrima ha caído teniendo a ambas como banda de sonido asi como una reflexión despiadada sobre aspectos generales que no vale la pena describir. Pero es en ese momento, en el que el artista toca esa fibra tan íntima con el oyente/espectador, cuando todo se resignifica. El que puede poner en palabras esos sentimientos que cualquier mortal no puede ni tiene las herramientas para hacerlo…por más horas de estudio que tenga encima. 

Debe haber pocas figuras tan respetadas pero con un aura de desconocimiento tan grande como Dylan. Siempre fue un tanto hosco y arisco, con una muy particular simpatía. Solamente una Cate Blanchett grandiosa pudo plasmarlo en una película con precisión quirurgica en su período de mayor creatividad y excesos.


¿Dónde estará ahora Bob Dylan? Seguramente preparando su concierto de hoy, 14 de octubre en Indio, California. Es más, ayer tocó en Las Vegas y no realizó declaraciones al respecto. Porque el mito sigue grabando, cantando y girando. No se detiene. Avanza con resultados diversos, porque la búsqueda implica riesgos. Discos emblemáticos como pifies antológicos pero será en toda esta situación donde radica su riqueza. 

Seguramente, no le importará mucho el Premio Nobel. Su proverbial carácter huraño –marca registrada- hará que su leyenda se acreciente aún más. Pero su pluma será eterna y tal como el viento, seguirá soplando mientras los tiempos cambien, cambien y cambien.

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