Este disco tiene su historia. Robert Allan Zimmerman venía de años complicados en cuanto a la calidad de sus discos. Con la excepción de su labor con los Travelling Wilburys, la carrera de Dylan se encontraba un tanto estancada. No había logrado capear los distintos cambios que traían los nuevos tiempos. El gran “Oh Mercy” miraba como un recuerdo lejano. Ahora, iba a dejar de serlo. Con “Time out of mind”, borró de un plumazo todo lo anterior para crear uno de los mejores discos de su carrera. Tanto fue el trabajo que casi termina viendo a Elvis debido a una enfermedad apenas terminada la grabación del disco.
El disco en sí, es una gema de principio a fín. Para lograr semejante nivel de excelencia obtenido en “Time out of mind”, fue fundamental la producción de Daniel Lanois (ex productor de U2) para darle ese clima tan melancólico pero no triste a la voz de Dylan. Las capas de sonido que envuelven las canciones son precisas y no saturan. Por el contrario, lo ubican en tiempo y espacio que corresponde a los tiempos que corren. Recordemos que Lanois había trabajado con Dylan en “Oh mercy!”, pero en este caso, en 1997, el genio de Minnesotta vuelve a cambiarse el nombre. Se hace llamar Jack Frost y también produce.
Para “Time out of mind”, Dylan volvió a someterse a una escritura seria, con canciones tan personales como melancólicas, logrando ese diálogo con un público que esperaba la palabra exacta del poeta. Un disco teñido de reflexión precisa, no exenta de un existencialismo sentido pero del cual no reniega ni esquiva. Es el momento de pensar y ver si es necesario barajar y dar de nuevo o simplemente, contemplar la vida tal como se presenta. De acuerdo a su parecer, con el pesimismo de quien ha luchado pero sin obtener los resultados merecidos.
Las letras fueron escritas con tiempo y tranquilidad. Entre 1996 y principios de 1997, se dedicó a escribir hasta altas horas de la madrugada. Después, la necesidad de mostrárselas a alguien. Ese es el momento en el que cae el nombre de Lanois que, ni lento ni perezoso, sabe que hay un muy buen material para trabajar. La grabación se realizó durante los primeros meses de 1997 en los Criteria Recording Studios, en Miami. Si bien las sesiones mantuvieron un carácter informal y tranquilo con su banda de las giras, Dylan grabó demos de varias canciones en el estudio. Para las grabaciones, además de su banda, se unen los guitarristas Cindy Cashdollar y Bob Britt, los pianistas Augie Meyers y Jim Dickinson y los bateristas Brian Blade y Jim Keltner, un viejo amigo de Bob con quien tocó entre 1979 y 1981 y fue parte de los Travelling Wilburys.
Como los músicos venían tanto del lado de Dylan como del de Lanois, había casi dos bandas paralelas haciendo lo mismo (o casi, ya que cada músico es único en su interpretación). Todos tocando en el mismo estudio, con dos productores enfrentados y compitiendo. O sea, la disciplina brillaba por su ausencia y era todo una cacofonía de música excelente….en este envase. A todo esto, la personalidad de Dylan mucho no ayudaba ya que, como él mismo lo reconoció. “Pierdo mi inspiración en el estudio de grabación con facilidad. Me resulta muy difícil pensar que voy a eclipsar cualquier cosa que hice antes. Me aburro con facilidad y mi visión se nubla tras unas tomas fallidas”. Si bien esto es cierto, Lanois no era tampoco un “amistoso señor que produce”. También tenía sus ideas al respecto y no era fácil la negociación.
Veamos que el sonido es fundamental en las canciones y la atmósfera del disco. La utilización de un micrófono Sony C37A y el gusto de Dylan por los viejos discos de los años 50, forman parte ineludible en la creación de este nuevo sonido en la ya particular voz de Bob. Las capas sonoras de Lanois le brindan otros matices a una de las voces más reconocidas y personales de la historia del rock. Inclusive habrá quien asocie el trabajo de Lanois y sus diversas capas sonoras con el realizado en “The Joshua Tree”, de U2.
El material con que trabajó la dupla Dylan-Lanois era excelente y de las quince canciones con las que se trabajaron para el disco, once vieron la luz y las otras fueron desechadas.
El disco abre con “Love sick” con una letra por demás ilustrativa. El amor que se fue y ha dejado secuelas. “Camino a través de calles que están muertas/Camino con vos en mi cabeza” describe una situación que después detalla. “Hablo como un niño/Me destruiste con una sonrisa/mientras estaba durmiendo”. La conclusión es obvia. “Me enferma esa clase de amor”.
El aura sombría del disco da cuenta del mundo que lo rodea. Es la mirada aguda de quien ha visto todo y no confía en nadie pero que se da algún gusto, en la forma de escamoteo, tal como decía De Certeau. En “Not dark yet”, es visible ese visión de la vida que podría dialogar perfectamente con el “Most of the time” de “Oh, Mercy!”. Pero aquí Dylan tira frases que impactan por su cruel sinceridad. Desde la descarnada realidad personal (“Siento que mi alma se ha convertido en acero/Todavía tengo las cicatrices que el sol no sanó” o “mi sentido de la humanidad ha ido por el desagüe”) a paradojas dolorosas (“Detrás de cada cosa hermosa ha habido algún tipo de dolor”), confesiones de penas (“He estado en el fondo de un mundo lleno de mentiras/No busco nada a los ojos de nadie”) y la conclusión de un hombre cansado (“A veces mi carga parece más de lo que puedo soportar”, “Nací y moriré aquí contra mi voluntad/Sé que parece que me estoy moviendo, pero estoy parado/Cada nervio en mi cuerpo está tan vacante y entumecido/Ni siquiera puedo recordar para que vine y de qué me estoy alejando”).
Dylan volvía a poner el dedo en la llaga de los sentimientos. Las relaciones de amor-odio vuelven con “Standing in the doorway” que vuelve a poner la pluma de Dylan en un nivel de superioridad. “Ayer todo iba demasiado rápido/Hoy se está moviendo demasiado lento/No tengo lugar para girar/No tengo nada para quemar”.
La pluma de Dylan en su esplendor en tanto a la melancolía y la tristeza que atraviesan a ambos temas. Son de ese tipo de canciones que uno puede cantarse a si mismo en noches de tristeza, para decirse las más terribles verdades. Esa declaración de un hombre maduro pero con la ternura que solos los duros pueden dar en una situación de timidez para expresar sus sentimientos que es “Make you feel my love”. Por tal motivo, es que en su particular e inconfundible voz es conmovedora pero logra ser terriblemente melosa cuando cae en la voz de Adele.
Las letras y el sonido del disco son increíbles. Atmósferas que denotan un sentir por demás profundo. Esa necesidad de comunicarse que va más allá de una letra para establecer un diálogo con el sentir que atravesaba una persona en plena vorágine de tecnología “in crescendo” en detrimento de otras valoraciones, relacionadas con el sentir y reflexionar. Bob andaba con ganas de escribir. “Highlands” dura 16.31 minutos con un sonido envolvente en el marco de un blues a la vieja usanza.
Tras la grabación del disco, Dylan contrae una molesta histoplasmosis, por la cual tiene que cancelar fechas de la gira que estaba realizando. Una infección respiratoria que afectó al corazón levantó la alarma entre los fans de Bob. No obstante, salió de la situación, pisteando como un campeón, para presentar en vivo el disco que lo volvía a elevar en el Olimpo del Rock en tiempo presente y no como leyenda del pasado. Esta vez, con material actual, vigente y con su pluma logrando canciones inolvidables.
El camino del álbum tiene uno de sus puntos particulares cuando Dylan toca para el papa Juan Pablo II, el 27 de septiembre de 1997. La cita fue en Bologna, Italia, en el marco del vigésimo tercer Congreso Eucarístico, con trescientas mil personas reunidas para ser testigos del concierto. Bob & The Pope era el título obvio asi como la frase “dos potencias se saludan” aunque la polémica, como no podía ser de otra manera, metió la cola en su repercusión mundial.
Bob Dylan volvía a dictar los cánones de la canción y la escritura en el rock con un álbum de excepción que fue vitoreado tanto por la crítica y el público. El poeta había regresado.