«Pocahontas» en el TABA 2022. Un cuento y el eufemismo de llamar «colonización» a una masacre.

Había una vez una princesa sometida de la conquista
 
Texto, dirección e interpretación: Bàrbara Mestanza. Ayudante de dirección: Laia Alberch. Dirección trabajo corporal: Carla Tovias. Diseño de luces: Rubén Homar. Escenografía: Judit Colomer. Audiovisuales: Rubén Homar. Confección de vestuario: Núria Milà. Foto: Laia Alberch y Miguel Triano. Duración: 80 minutos. Origen: España- Cataluña.
 
Domingo 20 de febrero. Timbre 4. México 3554. A las 20.30 hs.
 

Una frase famosa de Cicerón rezaba que “los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Entonces, ¡Abrete Sésamo! y aparecen interrogantes como “¿Cómo romper con lo instituido, rebelarse si uno trata de hacerlo y nos chocamos contra una pared?”, “¿De qué manera se puede concientizar acerca de la responsabilidad de lo que decimos y contamos?”, “¿Es suficiente el rigor histórico, la curiosidad y bucear en el lado ‘b’ y ‘c’ de las cosas?” Esos relatos que repetimos consciente o inconscientemente pueden hacer mucho daño y, ya sea por confort, pereza y/o ignorancia, no nos detenemos a reflexionar.
 
“Pocahontas o la verdadera historia de una traviesa” es una especie de soliloquio musical que rompe con la cuarta pared, con un personaje que adopta varios nombres, de acuerdo a sus distintas etapas como mujer indígena y luego colonizada. Quiere ser oída, como en un tribunal y que el jurado brinde su veredicto al respecto. Todo con muchas pruebas audiovisuales del amo y señor Google que visibiliza los significados tendenciosos.
La gran paradoja es que la que habla, no tiene voz. Algo que ocurrió con muchos actores sociales invisibles y silenciados de la historia universal (negros, judíos, gitanos, homosexuales y la lista continúa). La voz de la joven representante de los pueblos originarios, es presentada de manera edulcorada y tranquilizadora por Walt Disney. Se naturaliza la unión y confraternidad de una niña princesa de una tribu con un inglés civilizado con un romance, tras aumentar la edad de la nena, así el relato no resulta sórdido. Los cuentos han sido pasteurizados, tal es el caso de “Caperucita Roja” y “La Bella Durmiente”. No les revelaremos a nuestros niños que estos relatos eran sobre violaciones a los derechos humanos, crímenes truculentos y barbaridades medievales.
 
Pocahontas pertenece a la comunidad mattaponi y vive en el estado de Virginia, Estados Unidos. Ella es libre en escena. Quiere contar su verdad sin tapujos. Es desinhibida y audaz, atributos que la Iglesia Católica condenaría con un castigo infernal ya que, por su condición, debe ser sumisa, obediente y sonreír constantemente. Desde tiempos inmemoriales, el cuerpo de la mujer fue examinado, disciplinado y corregido, como así también el cuerpo del indígena ha sido exhibido como una pieza de museo, un exotismo. Se trata de la belleza del muerto: aquello que es despojado de su dimensión política, carece de peligrosidad. Eduardo Galeano en “Los nadies” plasmaba esa situación. “Los hijos de nadie, los dueños de nada(..). Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore”.
 
En una performance de ventriloquía y acompañada de un diseño lumínico acorde a los climas propuestos, una exacta Bárbara Mestanza pasea al espectador por hechos históricos nefastos como la Conquista del Desierto, el nazismo, la «evangelización» europea y el apartheid.
 
Hablar de ella es una excusa para hablar del otro lo cual este enunciar no exime a la protagonista de apelar a la violencia simbólica como una forma válida de hacer justicia, dado lo que fue el destino de la verdadera Pocahontas y que las fuentes disponibles sobre su biografía son eurocéntricas y escasas. Usa las armas del enemigo para resistir y ser fuerte en el espacio dominante. Una hermosa y contundente sinécdoque para resucitar a las mujeres que no pudieron defenderse, que fueron desaparecidas y que no descansan en paz. Colorín colorado.


Por Cecilia Inés Villarreal (UBA-FSoc)

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