TABA 2020: Kassandra le pone ritmo y contenido a un viernes lluvioso

La lluvia del día viernes era irregular. Salía el sol, después se ocultaba, volvía a llover de manera copiosa y la humedad que también haga de las suyas. Rra el turno de “Kassandra”, el unipersonal que lleva a cabo Elisabet Casanovas, con texto de Sergio Blanco y dirección de Sergi Belbel. El público se fue agolpando e ingresando de a poco a la antesala previa a donde se desarrollan las acciones.  
Suena el clásico «Celebration» de Kool and the Gang y la música disco explota. Al ingresar al recinto, la tentación por el baile puede atrapar a más de uno. Pero en realidad, nos internamos en el microreino – el Odissey Club- de ella, de Kassandra. Su cabellera color fuego, hace juego con sus botas que se mueven al ritmo de la música. Baila y recibe a los espectadores. Habla con ellos y hasta se saca fotos. Unas mesas dentro del escenario brindan la atmósfera adecuada de un club…especial.
Tuvimos la suerte de hablar con Elisabet Casanovas (https://n9.cl/450db) y nos había contado un poco como venía la mano y el desafío que era para ella, encarar esta puesta. Es la historia de Casandra, la princesa de Troya con la particularidad de vivir en la realidad del siglo XXI. Parece complicado pero no es así. Aparece como una migrante trans que se prostituye para vivir pero siempre con el don de adivinar el futuro y al mismo tiempo, condenada a no ser nunca comprendida. De ahí, la necesidad constante de hablar, de ser escuchada. Un inglés no del todo preciso pero con el que se hace entender, será la lengua a utilizar. ¿Por qué? ¿Será la lengua del migrante, que todos y todas hemos aprendido desde niños para hacernos entender como si fuera un lenguaje universal? ¿Un lenguaje impuesto, globalización mediante?.

Esta Kassandra maldita, de nombre diferente al original, ataca desde su propia condición a todo lo que cierta bien reconocida sociedad occidental “tolera” (el respeto es otra cosa). Apunta a esa idea de libertad que no es tal en la que algunos son más libres que otros. No hace falta ir muy lejos para ver el trato a los migrantes, a las comunidades trans y a las mujeres (En Argentina, matan a una mujer cada 35 horas,  siendo el 53% de los crímenes cometidos por las parejas de las víctimas).


La relación que lleva a cabo con parte del público será otro de los puntos a considerar. La proximidad, la camaradería para establecer ese diálogo en el que ella necesita hacerse entender, traducción mediante. Es esa denuncia de lo que el poder ha hecho en su cuerpo, ya sea configurado como padre, madre, sociedad, Nación o Estado. Por eso, la elocuencia de las fotos que muestra, en un vinculo muy cercano a la realidad
Pero lo hace a través de la construcción de una mujer en ocasiones aniñada. Alguien por ahí dirá “Dale con el look, pero no te mires como el Captain Cook” y le aconsejaría “No te olvides de posar, en la disco o en el bar” para alejarla de cierta frivolidad. Alegría creada a través de su simpatía y la exacerbación -un tanto excesiva- de Bugs Bunny (no en vano la elección de un dibujo animado cuyo protagonista rara vez “pierde”) que termina siendo una ironía respecto a la necesidad de establecer vínculos en una era en la que Tinder e Instagram han vaciado de contenido las relaciones. Tiempos difíciles para llevar a cabo estas cuestiones pero…¿si fueran máscaras que aparecen una arriba de la otra para paliar el sufrimiento? De ahí, la repetición constante de “Mirá que no soy loca”. La necesidad de reafirmar lo que no es en detrimento de todo lo dicho por su persona.
La puesta parece un disco que termina en su preciso lugar, al levantar la púa. Una especie de “That’s all, folks”, de su adorado conejo donde el fin no es tal, sino la continuación de una vida que no la ha tratado bien.

Será una catarsis pública en pos de sentirse acompañada cuando las cartas ya están echadas y no como dice la “historia oficial” escrita por Esquilo y Eurípides. Ella sale a desmitificar su propio mito y tiene con qué hacerlo. “Yo los conozco a todos” dice y se desmarca enseguida de ese concepto llamado “familia”, para muchos, uno de los peores aparatos ideológicos del Estado, al decir de un tal Althusser. El amor de Héctor, su furia con Paris y Clitemnestra y la relación con Agamenon son llevadas sobre tablas con un texto absolutamente actual en el que, más de uno, terminará con la semilla de la curiosidad germinando en su interior respecto a conocer la historia de Troya y Grecia.
Todo esto, llevado a cabo por una Elisabet Casanovas que deja todo en el escenario. Además de un carisma arrasador, maneja con precisión el desarrollo de la puesta sobre el escenario, como una pitonisa revolucionaria cuyas armas son su verdad y su simpatía. Arriesgada en su búsqueda, encaró un texto de Sergio Blanco, provocador y corrosivo, abandonando cualquier tipo de zona de confort. 

«Kassandra» es un «tour de force» inclusivo donde pone bajo la lupa varias de las tan mentadas «bondades» de la sociedad occidental a través del mito de Casandra. Nadie podrá pasar indemne de esta puesta sin reflexionar algo que se puede ver en la tapa de los diarios -por más blindaje mediático que haya con algunas cuestiones o políticas de Estado-.
Kassandra
Autoría: Sergio Blanco. Con Elisabet Casanovas. Vestuario: Mercé Paloma. Escenografía: Max Glaenzel. Iluminación: Kiko Planas. Caracterización: Toni Santos. Sonido: Jordi Bonet. Fotografía: David Ruano. Dirección: Sergi Belbel. Origen: Cataluña. Duración: 120 mins. Una producción de Temporada Alta 2018 y Teatre Nacional de Catalunya. Distribuida por Bitó.
Sábado 8 de febrero. Timbre 4. A las 22.15 hs

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