El disco comienza con “Canta”, donde se aprecia que hay un nuevo sonido en Myriam Quiñones pero sin que esto implique un cambio en su impronta personal, como artista. También da cuenta de la utilización de una instrumentación austera pero de excelente gusto en arreglos muy personales, realizados por Quiñones pero siempre manteniendo la esencia de cada canción, enriqueciendo aún más cada una de ellas. “Parao”, de Rubén Blades, es uno de los mejores temas del disco. La percusión brinda el pulso exacto del ritmo de una canción excelente. La versión que realiza del clásico de “Barro tal vez”, de Luis Alberto Spinetta, en ritmo de baguala es otro gran hallazgo. La voz de Quiñones atraviesa la marcación de la percusión para conmover desde un registro claro y grave.
Varias de las canciones del disco fueron realizadas a dúo. Tal es el caso de “Canto versos”, en compañía de Jorge Fandermole, que respeta los arreglos originales pero que calzan a la perfección con el registro de Quiñones. En “El tercer deseo” es el piano el que rige los destinos de la canción y permite la fusión exacta de las voces de Quiñones y Augusto Blanca, quien también recita parte de la letra. Lo mismo ocurre en “Creeme”, donde la voz masculina es la de Vicente Feliú y el ritmo es ameno, agradable. La admiración que siempre le tuvo Quiñones a Silvio Rodriguez, es la que permite la participación del gran cantautor cubano en “El necio”.
La claridad y calidez del disco es notoria al ser apreciable la idea de trabajarlo sin artificios, con un aura de naturalidad que es palpable en todos los temas. Para obtener este resultado, fue fundamental la grabación en los estudios ION de Buenos Aires y la mezcla realizada en Lima, Perú, por Alvaro Hurtado.