“Cabo Verde” (Teatro)

Bajo la lupa de Lombroso

Autor: Gonzalo Demaría. Con Edgardo Moreira, Silvina Katz, Florencia Cappiello y Matías Recalt. Asistente de dirección: Agustín Magarola y Maria Paz De Godoy. Vestuario: Calandra-Hock. Diseño de luces: Leonardo Kreimer. Diseño de escenografía: Tadeo Jones. Realización de escenografía: Giuliano Benedetti. Maquillaje: Bianca Margulies. Peinado: Belén Trotta. Música: Simón Bosio. Producción Ejecutiva: Maria Velez. Dirección: Ezequiel Sagasti. Duración: 70 minutos.

NUN Teatro Bar. Juan Ramirez de Velasco 419. Viernes, 20.30 hs.

Prejuicios hechos teoría para ser el erudito sustento del racismo devenido política y/o conducta social. ¿Será esto posible? Absolutamente. Más aún, si se presta atención a varias ideas que se repiten como «verdades no escritas». Con pluma irónica y sarcástica, Gonzalo Demaría creó «Cabo verde», una historia oscura y reconocible a partir de postulados que terminan cimentando en el tan mentado –y sobrevalorado- “sentido común”.

La historia tiene como inicio a un médico -cruza de Cesare Lombroso y Josef Menguele-, encargado de buscar un niño para la viuda del presidente para paliar su soledad. Pero, ¿qué ocurre cuando el elegido vive en la calle y responde a las características estudiadas por el tristemente célebre criminólogo y doctor italiano?

La idea de la puesta que lleva a cabo Ezequiel Sagasti es interesante al mezclar universos diferentes y hostiles. Pero no se queda en eso. Explota cada uno de los resquicios que abre la dramaturgia para enriquecer la puesta. En este punto, es donde tiene desarrollo propio la vida de la madre del niño en cuestión –de nombre Roque-, anarquista y recientemente despedida de su trabajo. Otro tanto ocurre con la médica asistente, a quien el doctor apoda “la rusita”. Sus dudas y sus cuestionamientos a la autoridad forman parte de uno de los tantos planteos que se realizan.

El dibujo de los personajes también enmarca una lucha y una hostilidad de clases diferentes. La pobreza y la marginalidad frente al saber iluminado que se cree dueño del destino de los hombres. ¡Que niega incluso el acceso al voto universal! Es aquí donde salta a través del tiempo, para ubicarse en un contexto social por demás familiar.

El ambiente es tenso, cortesía de una escenografía e iluminación más que acertadas. Las actuaciones son precisas. Matias Ricalt da vida a un Roque objeto de deseo, como un trofeo en juego en pos de la concreción de una venganza. Ricalt lleva al teatro a otro chico que vive la marginalidad en la piel (había sido Danilo, el mejor amigo de Carlos Tevez en la serie que cuenta la vida del jugador de Boca).

Con apariciones precisas, tanto Silvina Katz como Florencia Capiello son la madre y la asistente. La primera, viendo el futuro de su hijo en un contexto hostil y la segunda, debatiéndose en su deber profesional y moral. Para el final, Edgardo Moreira vuelve a construir un personaje que va más allá de la etiqueta de “malo”. Cada una de las palabras que dice, se potencia en la composición de un médico que bien podría ser «referente» para buena parte de la población.

Ominosa y exigente en su recepción, «Cabo verde» inquiere a los espectadores con una puesta que se abre de a poco, sin prisa pero sin pausa, para delinear una puesta atrapante.

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