«Te vomitaré de mi boca…»
Dramaturgia y dirección: Mariano Saba. Con Horacio Roca. Asistente de dirección: Mariela Selicki. Escenografía y vestuario: Paola Delgado. Diseño de luces: Ricardo Sica. Voz de Sánchez: Demian Velazco Rochwerger. Diseño y producción de sonido: Pablo Sala. Diseño gráfico y fotografía: Mariano Martínez y Melina Frezzotti.
Moscú Teatro – Ramírez de Velasco 535. Sábado, 19 hs.
Hoy en día, hay una gran pregunta que atraviesa a la educación y a distintos espacios o herramientas de comunicación en relación con el conocimiento y su transmisión. Es aquella que se refiere a la “ideologización”, como si un hecho, acción o dato en sí -¡y hasta el mismo silencio!- fuera 100% neutro.
Más allá de la argumentación al respecto, hay una cantidad apreciable de personas que consideran que, de esa manera, se accede a un saber “real”. Tal es el caso del profesor de literatura Joaquín Rodriguez Janssen que cumple con su ilustrado deber en una escuela secundaria a caballo de la enseñanza casi compulsiva de la obra de Miguel de Unamuno.
El relato se centra en la figura de un hombre que vive para su trabajo y no acepta otro tipo de injerencia en el mismo. La construcción de una fortaleza inexpugnable para protegerse del mundo exterior puede ser mucho más dura que la apertura y confrontación del mismo. La máxima ricotera de “vivir solo cuesta vida” causa pavor a gente como Rodriguez Janssen que se parapetan detrás de su propia “seguridad” (¿o cobardía?). La pregunta «¿de qué le sirve dudar a quien no puede decidir?» pone el dedo en la llaga en esa sutil diferencia que puede separar a la precaución del miedo. Las intervenciones en clase de Sánchez, un alumno tan inteligente como ácido, pone en jaque tanto su método de enseñanza como su propio ser. La pasteurización de los contenidos que lleva a cabo es una extensión de su persona -anteojeras incluídas- en sus ideas y objetivos de vida.
El ida y vuelta a través del tiempo que plantea la puesta lo ubica a Rodriguez Janssen frente a sí mismo, con un gran número de interrogantes sin respuestas. La figura de Unamuno lo penetra como un Venom literario que toma su cerebro y su corazón. Con todas las polémicas que atravesaron al reconocido escritor español en tanto sus posicionamientos políticos, el profesor toma el Unamuno’s Way of Life como propio, para desarrollar su materia en pleno agosto de 1979 en Buenos Aires, fecha que no pasa desapercibida.
Sin embargo, no es un tributo a Unamuno de exaltación ciega de su obra sino poner en autos las contradicciones políticas y sociales que viven quienes tienen un saber que los debería -quizás- ubicar en otra parte.
El texto de Mariano Saba es excelente. A partir de una historia aparentemente sencilla, plantea diversos interrogantes que atraviesan no solo a Rodriguez Janssen sino a la platea entera. Un maestro enseña pero ¿educa? ¿Desde qué lugar se puede llevar adelante un material pedagógico, sin ningún tipo de contextualización?
La iluminación es fundamental en la creación de climas y ambientes en los que se desarrollan los acontecimientos. Algo similar ocurre con la escenografía justa y necesaria que requiere una puesta atrapante.
La actuación de Horacio Roca es sublime. Dota con matices exactos cada decisión que toma respecto de su vida. Sus temores y deseos de “salir del agujero interior” para “largar la piña en otra dirección” pero…¿podrá?. Más que nada porque esa indecisión lo puede llevar a un «sin querer, queriendo» de profundas consecuencias. Se inmola por obra y gracia de su propio proceder frente a la incógnita de ese porvenir que “ya está por venir” sin pedir ningún tipo de permiso o consideración….¡de lo cual es plenamente consciente! No en vano se escucha esa advertencia acerca de si tanta literatura fuera la excusa para andar ciegos. El «deber ser» como norte de toda persona de bien, sin ningún tipo de desviación en ese camino, más allá de los fantasmas que ronden en su cabeza.
El carácter de este profesor, con su apego a las reglas y corrección a prueba de balas (esa «buena persona» que Hannah Arendt pone en otro lugar en su «banalidad del mal») inquirirá a una platea tensa y atenta que, al término de la función, será de intercambio y debate obligatorio con todo lo que esto implica. ¿Cuantos Rodriguez Janssen conocemos en nuestras vidas? ¿No seremos como él?
Termina “Tibio” y el aplauso es instantáneo e intenso. El impacto interno y el linkeo con una situación/persona determinada es la cereza del postre de una función magnífica. Es el mágico impacto del teatro como experiencia única, irrepetible y modificadora de quien lo presencia, con todo lo que esto implica. Por tal motivo, no será extraño volver a verla así como recomendarla fervientemente a quien corresponda.
Muy buena nota Daniel.
Muchisimas gracias, Mariángeles!!
Hermosa obra, los climas, la actuación.Vayan! Apostemos por el teatro independiente