Tilcara no existe (Teatro)

El enemigo interno


Dramaturgia: Raquel Albeniz. Con Raquel Albeniz y Amancay Espíndola. Vestuario y caracterización: Jennifer Sankovic. Escenografía: Vanessa Giraldo. Diseño de luces: Ricardo Sica. Música original: Lautaro Cottet. Diseño gráfico: Manuela Vilas. Asistencia de dirección: Gilda Salto. Dirección de actores: Paula Etchebehere. Dirección: Alejo Nicolás Sambán.

Noavestruz Espacio De Cultura. Humboldt 1857. Sábado, 20 hs.

Parece ser que este 2019 es un año de los mas prolíficos en la carrera de Raquel Albeniz. Dramaturga de calidad, tiene dos puestas de calidad. La ya mencionada en este sitio, “Mientras los campos se vuelan” y la que vimos el sábado pasado, “Tilcara no existe”.
En esta última, la misma Albeniz baja al escenario y une su talento al de Amancay Espíndola para crear un relato de corrosiva actualidad, pero sin dejar de mirar por el espejo retrovisor a un pasado enaltecido.
Amparo y Angélica son nietas de una estirpe de la que ellas solo pudieron vivir algunos retazos. Esa melancolía por dejar ser lo que fueron frente al avance de un «aluvión salvaje» para el cual no estaban preparadas. Será en ese momento, con el devenir de la palabra, cuando la farsa y la parodia se conviertan en un afilado puñal que no tendrá consideración frente a cierta “conciencia de clase” que vive en buena parte de la población. Sea esta de clase alta o, lo que es peor, clase media la cual huye de cualquier vínculo que la acerque a la mayoría numérica de bajos recursos.
Ambas se encuentran frente a un dilema en relación con sus empleadas domésticas. Sienten que van tomando, de a poco, todo aquello que es de su propiedad. 

A partir de este miedo frente a lo desconocido –con el consabido homenaje a “Casa tomada” de Julio Cortazar-, se desarrolla una fábula rica en su contenido. La forma en que se visibiliza a la servidumbre, desde su lugar de «superioridad» es fácilmente reconocible e incisivo en tanto apela a modos en que hemos sido criados. Por ende, extensible a varios lugares de la sociedad. Ese desprecio que se refleja de diversas maneras. Desde lo plebeyo de su condición hasta el guiño a la kafkiana metamorfosis. 

La concepción de las hermanas es excelente, con momentos de sutil potencia. La frase “En los ojos de ellos veo mi nobleza” es tan metafórica como contundente en tanto «complejo de conciencia limpia» por parte de esa «clase/raza superior». Ejercen el control y el poder sin remordimiento. El desdén hacia el otro -que ha dejado de ser el «buen salvaje»- se manifiesta en el maltrato al otro, en su lenguaje corporal, el acento, el dialecto, la tez, la vestimenta. La “Civilización y barbarie” de Sarmiento, “Cabecita negra” de Rozenmacher y “El matadero” de Echeverría forman parte de la condición de producción de un texto excelente. No por nada, ellas escuchan a Wagner -¡justo!- y no vidalas, como escudo cultural frente a esos sonidos autóctonos que les lastiman los oídos.  O son fieles a un dios Todopoderoso en detrimento de la Pachamama. ¡Hasta recuerdan a su abuelo que manifestaba “a rebencazo limpio” su relación con esos «otros»!

La dirección de Alejo Sambán es precisa para llevar adelante una puesta dinámica. Las actuaciones son acordes a lo requerido, logrando que sus personajes sean fácilmente reconocibles. En ese punto, es cuando el público percibe el sutil bombardeo de ideas y conceptos, para resignificarlo.

“Tilcara” es de esas puestas que te llevan al debate e intercambio de ideas apenas finaliza. Ahí es cuando el teatro logra su cometido en cuanto hecho artístico propio de una época sobre la cual tiene algo que decir y no callar al respecto.

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