“Miss Jerusalen”. Una familia ‘Ermoza’.

Las producciones israelíes han logrado visibilidad y reconocimiento en los últimos años. Esto se debe a producciones cuidadas, ricos guiones que van desde cuestiones religiosas a otras más políticas, y actuaciones de calidad. Tal fue el caso de “Shtisel”, “Poco Ortodoxa”, “Fauda” o “Hit and Run”. En el caso de «Miss Jerusalen» (2021-2023, dos temporadas, Netflix), hay una combinación general de lo descripto. Basado en el libro del mismo nombre, cuenta con 44 episodios de precisa duración que mantiene la tensión a lo largo del tiempo.

La acción comienza en el año 1919, cuando Palestina se encontraba en manos del Imperio Otomano. A partir de allí se narra la historia de la familia Ermoza que reside en la ciudad de Jerusalen. La misma está compuesta por Rafael, Mercada y el hijo Gabriel quien conoce a Rosa por circunstancias fortuitas y desafortunadas que la atraviesan. El escenario ya está planteado. Un combo tan ecléctico que las tensiones serán una constante entre lo ya establecido y los nuevos aires de renovación y cambio. Aquí comienza un relato atrapante por las numerosas aristas que aborda.

Primero, desde la concepción de la familia siendo el hombre la cabeza de la misma. Los Ermoza son trabajadores y propietarios de una tienda de comestibles (“Delicatesen”) por lo que el hijo único debe continuar con el negocio. Obviamente, debe casarse como Dios manda y tener una cantidad de retoños que alegren el hogar y lo sucedan en su actividad. De origen sefaradí (judíos que vivieron en España y son expulsados en 1492 por los Reyes Católicos, instalándose en Turquía), desean que su linaje se mantenga inmaculado. Sin mezclarse con los ashkenazies (judíos de origen alemán, centroeuropeo o ruso). Por eso, Gabriel pondrá en juego mucho más que el amor cuando deba decidir entre Rosa y Rochel y sus características y orígenes contrapuestos

En segundo lugar, el devenir de la propia familia –y de la serie-, va y viene a través del tiempo, en ocasiones de manera simultánea. Todo, previo a la creación del futuro Estado de Israel. Palestina había quedado en manos británicas tras la Primera Guerra Mundial con la partición realizada con los franceses de Medio Oriente. Este componente político se mantendrá latente. Aparece pero no invade, más allá del sutil tratamiento de la temática sionista (en tanto búsqueda del hogar judío y los modos para su obtención) y la relación con los turcos, con los árabes y los ingleses. Quien se ofusque por que estos temas no son tocados con “profundidad”, les recomendamos ver un documental ya que no es la idea de la serie. Es como pedirle a los Ramones que suenen como Pink Floyd.

Hasta ahora, no hemos spoileado nada, salvo tirar algunos datos que sirvan para entender como viene la mano. Tal como el uso del ladino como idioma de fuerte presencia junto con el hebreo y el inglés así como algunas palabras en árabe. Es menester recordar que el ladino es una lengua derivada del español hablada por los judíos sefardíes, por lo que es entendible al oído de este lado del mundo. Inclusive algunos términos se asemejan al portugués.

Los numerosos conflictos que suceden a lo largo de la serie la tornan atrapante. Si bien respeta las características propias del género melodramático, en tanto transitan las diferentes vivencias y emociones, no cae en sentimentalismos almibarados ni en golpes bajos. Es más, el texto potencia la reflexión debido al diálogo que mantiene con los cambios de paradigmas que se suceden con el paso del tiempo. La relación familiar, con sus diferentes puntos de vista, será uno de los pilares que sostengan la narración. Más aún cuando empieza a brillar con luz propia su hija Luna, la primogénita.

La serie gira alrededor de Luna, con sus virtudes y defectos, intereses, ansias y fracasos, propio de cualquier adolescente y su paso a la adultez, aunque estas categorías no se tomen como tales en esa época. Sus amores, desencantos y la forma en que trata de vivir su vida en medio de las particulares características de su familia –y país- abren el juego al intercambio y el debate, siempre teniendo en cuenta que hoy estamos en el 2023. El rol de la mujer y sus “derechos y obligaciones” que luchan contra el deseo personal y la coyuntura. Si a esto le sumamos la culpa y el “deber ser” de las costumbres de la época, tenemos un cóctel explosivo para el disfrute.

Otro aspecto a destacar son los personajes femeninos y masculinos. Las características de ambos con sus fortalezas y debilidades asi como su carácter identitario. El origen de Rosa y su hermano Ephraim, la omnipresencia de Mercada, la aparición de Rochel, David Franco o Avram con sus peculiaridades, amplían el horizonte de sentido planteado. Lo permitido y/o perdonado “en nombre de…” que han dejado de serlo -hoy- por motivos más que obvios. Esto, a pesar del rebrote conservador, que atrasa años, en todas las latitudes occidentales del planeta.

La separación entre escenas, a través de maquetas, brinda un toque artesanal a una filmación realizada en escenarios naturales de Tzfat (Safed) en el norte de Israel. El vestuario es otro de los grandes puntos a destacar. El dinamismo del relato se asienta en el desarrollo de los temas con precisión quirúrgica, sin destinarle más minutos que los necesarios. Es una gran ventaja en relación a las novelas turcas y su regodeo permanente en el sufrimiento, válido también para algunas realizadas en Latinoamérica. Se plantea un hecho, sucede y sigue su rumbo. “Chic-chac” como dicen en aquellas geografías hebreas lejanas.

En el rubro actuaciones se destacan Swell Ariel Or, Hila Saada e Irit Kaplan como Luna, Rosa y Mercada Ermoza en poderosos roles femeninos. La primera, como esa niña-mujer que ve que el mundo no es como ella quiere. Esa frivolidad (¿una Carrie Bradshaw sefaradí de los años 30?) que puede resultar exasperante, es fundamental para el dinamismo de la serie. Saada es una mujer que la vida golpeó siempre sin piedad y debe luchar por un amor complicado. Para finalizar, Kaplan es la matriarca que sostiene a la familia cueste lo que cueste. En cambio, el ya conocido Michael Aloni  -a quien vimos en la laureada «Shtisel»- vuelve a cautivar con un Gabriel Ermoza de numerosas dudas internas. Párrafo aparte para Tom Hagi y su Ephraim y Eli Steen con su Rachelika (dos que merecerían un spin off), ésta última con su “revolución silenciosa” dentro de la familia.

«Miss Jerusalen» tiene la gran virtud de mantener los pies dentro de lo que sería el conocido y querido melodrama. Le añade elementos históricos, políticos y sociales para construir una serie cautivante, de principio a fín.

Ficha técnica.Título: Miss Jerusalen. Título original: The Beauty Queen of Jerusalem. Basada en la novela homónima de Sarit Yishai-Levy. Con Hila Saada, Michael Aloni, Swell Ariel Or, Irit Kaplan, Yuval Scharf, Mali Levi, Tom Hagi, Israel Ogalbo, Eli Steen, Roy Miller, Shely Ben Joseph y Luna Mansour. Dirección: Oded Davidoff, Shai Eines, Dafna Prenner. Guión: Oded Davidoff, Shlomo Moshiah, Ester Namdar Tamam. Música: Daniel Salomon. Fotografía: Asher Ben-Yair, Rami Katzav. Distribución: Netflix. Año: 2021-2023. País: Israel. Idioma: hebreo, ladino, inglés y árabe.

1 comentario en ““Miss Jerusalen”. Una familia ‘Ermoza’.”

  1. excelente!!!! una serie con dos temporadas que no decae en ningún momento..mantiene el interés de principio a fin. Es mucho más que una historia familiar. Empieza en los ultimos años de la invasion otomana y transcurre durante la ocupación británica. Una historia familiar y de amor atravesada por el choque cultural, religioso de las distintas culturas y el rol de la mujer de la época y la luchas de algunas por salir de los mandatos. Interesante, entretenida y recomendable.

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