Oscuridad plena. Ruidos de hombres y mujeres charlando y riendo. Se divisan sus siluetas y rostros a través de la iluminación emergente de unas linternas que sostienen ellos mismos. Tres parejas bien reconocibles, los casados, los juntados y los que recién empiezan, con las particularidades de cada una de esas identidades. La que quiere tener hijos, el que no, la que se quiere ver de manera que no es, el que vive de joda y su superficialidad esconde sus miedos. Esto como la punta de un iceberg de situaciones bien comunes y conocidas para todos aquellos que hayan estado, aunque sea media vez, en pareja.
Los miedos, lo que se omite, lo que se teme decir. Los sentimientos y los deseos que no siempre van de la mano de lo que sería “lo mejor”. En este punto, radica uno de los aciertos de un texto inclusivo de todo aquél que presencie la obra. El tira y afloje de situaciones en las que uno ha transitado con variada suerte.
El hecho que el marco sea una discoteca cerca de un rio, también da la pauta de una generación que no quiere crecer. Que teme afrontar una adultez inminente –cuando no en tiempo presente-, cuando aún no terminó de vivir experiencias propias de una juventud que fue postergada por diferentes motivos. Además, en una disco, con la ingesta de alcohol se permiten licencias que, estando sobrio, uno se cuidaría mucho de decir/hacer. Es ese sacar hacia afuera todo eso que se tiene guardado hace impacto allí donde uno no quiere ver aunque sepa que, esa esencia es la que realmente siente y vale pero que no es la que debería serlo.
