La poesía al poder
Dramaturgia y dirección: Luis Cano. Con Federico Gonzalez Bethencourt, Francisco Grassi, Román Lamas, Mauricio Minetti y Leonardo Murúa. Vestuario y Escenografía: Mercedes Arturo. Diseño de luces: Ricardo Sica. Música: Federico Marrale. Operación de luces: Marco Alvarez, Ayelen Pedemonte, Héctor Zanollo. Operación de sonido: Luciano Caligaris, Gustavo Hoffman, Damián Turovezky. Asistencia de escenografía: Luna Rosato. Asistencia de dirección: Micaela Picarelli. Producción artística: Constanza Balsategui. Producción ejecutiva: Alejo Nicolás Sambán. Coordinación de producción: Gabriel Cabrera. Dirección vocal: Tian Brass.
No Avestruz. Humboldt 1857. Domingos, 21 hs.
En general, hay cierto prejuicio con el término “poesía” y sus derivados en torno a una puesta. Luis Cano tomó dicha palabra y la llevó de paseo por todas las sensaciones que se pueden llegar a sentir en poco menos de una hora. De esta forma, como primera mirada, se verá como cinco hombres ingresan al escenario y se ubican en diversos lugares, luego de arrojar unas hormas de zapatos al piso. Lo maravilloso del texto es la forma en que el relato se transforma en una historia sentida y sencilla, que se va entrelazando en los personajes que le darán vida. Ni decir como se transforma el lugar en una playa y un muelle, donde se sucederán las acciones. Hablará el pescador, mientras un hombre en pijamas es mudo testigo de sus palabras, aunque acotará lo suyo a medida que transcurra el tiempo. Un lobo marino caído en desgracia recordará como un muchacho llamaba a su padre (o será al revés?) y estos recordarán la escena en la que todos se encontraban en ese lugar, en ese preciso instante. Se verá (y vivirá) todo lo dicho. Desde lo mínimo hasta la emoción más profunda que irá más allá del frío significado que tenga la palabra, para abrir un abanico de sentimientos. Por tal motivo, las palabras atraviesaran la cuarta pared para instalarse en el corazón, previa escala en el cerebro, como si este fuese una aduana generosa que permite el paso continuo de lo sensible.
A todo esto, los actores –salvo el muchacho-, están casi inmóviles. Apenas se mueven sin percatarse del mundo que han puesto en movimiento frente a nuestros ojos. De esta manera, se apreciará el muy buen diseño del espacio y la forma en que se ubican los personajes, como una postal de algo que sucedió y se desarrolla frente a nuestros ojos. La escenografía es de sencilla contundencia, formando con la iluminación, un escenario bucólicamente real y fabuloso. Las actuaciones son excelentes. Emotivas y francas, cada quien tiene un personaje, con un texto riquísimo para desarrollar con todos los matices que se pueda. Ellos cantan y rien. Se miran y continúan cantando, al igual que uno lo hace para sus adentros, a viva voz. Incluso, intentando ocultar una lágrima desobediente que quiere escapar a su globo ocular.
“Aviones enterrados en la playa” responde fehacientemente a lo dicho por Luis Cano de “escribo teatro pero pienso poesía”. Pero me tomo el atrevimiento de decir que una obra como la concebida hace que el teatro sea poesía, en su mayor y mejor expresión. Verla más de una vez, es una obligación tan grande como aquella de abrir el corazón para aprehender los visto sobre tablas y vivirlo de manera única y personal.