Carta a los críticos y jurados de teatro

A mediados de año, nos convocó Paola Traczuk para formar parte del Ciclo de Cartas Públicas a personalidades vivas. En esa primera edición, nuestra dedicatoria tuvo como destinatario al impresentable de Claudio Avruj. Para septiembre, se realizó nuevamente el evento y ahí, nuestra creatividad e incontinencia escrita llevó dos cartas a falta de una. La primera, para con Avruj –actualizada ya que este imbécil da letra de manera constante- y  una segunda destinada a los colegas que responden al mote de “críticos y jurados” de teatro.

Quizás algún colega me tome de “traidor” y dirán “Ohhh, cómo osáis decir esto?”. Estimados y estimadas, permítanme decirle que lo están haciendo mooooooy mal.
Si…! Lo están haciendo muy mal pero déjenme decirles que no es por lo que ustedes piensan….

Son críticos y varios también son jurados en los premios de teatro. Primero y principal, tengan la decencia de hacer honor al “título” (muy entrecomillas) que tienen dentro de la comunidad artística.
Vayan y vean teatro, manga de vagos. Cuando me tocó –y toca- ser jurado (amén de mi profesión como periodista), fui –y soy- de la idea que, como tal, debe ir a ver teatro a TODOS lados. Dejar de lado los prejuicios y comodidades para embarcarse en la sana aventura de descubrir nuevas experiencias teatrales para después, eventualmente, nominarlas y/o premiarlas. Por este motivo, me sentía feliz con ver ternas por demás eclécticas, que reconocían los esfuerzos de artistas que persiguen sueños y deseos, con el único fín de “hacer teatro”.
El gran problema del crítico/jurado es cuando entra en esa lógica melosa, sensibloide, de ego malcurado del artista que exige que, no solo que le vean la obra sino que se la considere como la octava maravilla del mundo –aunque sea una garcha-. Ahí es cuando el crítico deja de serlo para ponerse el traje de “fan que cuenta lo que ve”. Defiende cualquier bosta amparándose la subjetividad del gusto. Lamentablemente, elogian a cada impresentable que, cuando ven algo realmente bueno, no tienen forma de escribir al respecto porque, automáticamente, se lo relaciona con la chupada de medias anterior. Por poner un ejemplo, elogiaste tanto a Aristimuño que, si escuchas la poética de Spinetta o Miguel Abuelo, no sabes que decir. ¡Un desastre!
En el mejor de los casos, sentirá un toque de culpa por decir que algo es “bueno” cuando no lo es, solo para que el agente de prensa lo siga invitando a ver sus engendros –digo, obras- a los que difunde y los actores/actrices, directores, etc no lo taladren o lo escrachen por Facebook porque tuvo el tupé de decir lo que pensaba. Claro….al artista solo le interesa que le soben el ego por más que haga una bosta tras otra. Perdón….estoy hablando de los artistas y el tema es los jurados y críticos.

Vuelvo

Recuerdo cuando me tocó ser jurado de los premios Trinidad Guevara, muchos de los ganadores agradecieron mucho que “los hayan ido a ver”. Este no es un detalle menor sino algo a tener en cuenta. Es necesario romper con esa ley no escrita que afirma que “en la calle Corrientes está el mejor teatro”. Más que una certeza, al día de hoy termina siendo una imposición sostenida por producciones costosas, “nombres conocidos” y periodistas timoratos que no se animan a decir en voz alta lo que dicen en voz baja (sin omitir los que directamente, no dicen nada y son “fieles reproductores de lo que dice el establishment teatral”).
El teatro independiente siempre estuvo ahí, trabajando y llevando adelante puestas de alta calidad, aunque, al día de hoy, en menor número que hace cuatro años. Igualmente, la “invisibilización” corrió por cuenta de otros.

Lo bueno de pertenecer a un jurado es cuando se pueden debatir ideas y propuestas pero siempre a partir de ver lo que ocurre en el ámbito teatral en ese momento, desde su propia visión, sin creerse dueño de la verdad ni ofenderse porque ésta no coincida con que este aconteciendo. En el caso que nos compete, -periodistas en relación con el teatro-, hay una tendencia a respetar a las “vacas sagradas” del medio. Periodistas con ciertos saberes y prestigios que han trascendido a través del tiempo, como si fueran leyes casi inquebrantables. Lo mismo con actores, directores o dramaturgos que hacen todo bien (como mínimo). Asi se reproduce, una “tradición” donde nada se pone en duda y todo está bien de antemano. Llega un momento en que el periodista prefiere –sobre todo en los grandes medios-, confirmar su saber a lo que lo contradice. Hay un dominio del espíritu conservativo y el crecimiento se detiene.
No se debe atrasar años al decir que una obra de menos de una hora no puede considerarse como tal o que llame la atención el carácter “social” del teatro. La trayectoria debe servir para abrir nuevos caminos y no cerrarse ante el paso del tiempo. Caso contrario, se entraría en una postura similar a la de un viejo chiste que cuenta que un hombre iba por la autopista y escuchaba en la radio que “había un loco que va en contramano por una autopista”. El conductor del auto pregunta “¿Uno? ¡Son millones!”.

Un jurado debe plantear preguntas, desafíos y debates y no votar siempre de manera conservadora. Los miembros del mismo deben renovarse constantemente y no eternizarse en un cargo a través de los años. No le hace bien a un premio tener a un regimiento de jurados que va a un teatro y deciden solo nueve de los cincuenta que son, aunque siempre respondiendo a las prerrogativas de una “mastermind” que lo gobierna todo (a la cual los teatristas le chupan las medias aunque después hablen mal de JD en voz baja). Personalmente, dije en un reportaje que Dubatti ya no tiene kioskos sino una cadena de Farmacity a la cual los propios teatristas le rinden pleitesía y también le legitiman toda la chantada que se manda. Pero…perdón, estoy yendo para otras latitudes… y no está bien.

Vuelvo.

Después tenemos premios de tres letras en lo que los jurados hacen “ta-te-tí” para premiar a todas las “caras conocidas” y “figuritas” que pisan la calle Corrientes. Estimados, ir a Almagro para ver una obra de teatro no es una excursión a la Franja de Gaza. Es, solamente –en el caso de ustedes- que cumplan seriamente su función de jurados. Ante la extrema necesidad, podrán contar con una guía de la Ciudad o un GPS para que no se pierdan.


Si escriben en un diario de prestigio y tienen la dicotomía de escribir sobre obras que detestan pero (pareciera) tienen que escribir bien, hagan algo. Dejen que rote la bolilla hasta que caiga en algún compañero/a que le guste pero, por favor, no sean orejas de tener un “doble discurso”. Si no se lo pueden bancar, abran un blog y se ponen un nombre de fantasía. Espero que no haya pasado eso y después que el crítico haya sido deglutido por aquello que solía criticar, ¿no? Je!

A todo esto, me gustaría verlos más seguido en las salas de teatro, tanto para tomar algo como para charlar de estas cuestiones. Muchos se enojan por hacer “periodismo de periodistas” pero eso implica mantener un statu-quo detestable que ampara y cobija a varios que usan nuestro oficio con el único fín de conseguir entradas gratis. Y si se ofenden…tendrán un doble trabajo: ofenderse y desofenderse porque es muy raro que alguien te diga algo en la cara sobre estas cuestiones. Ja!

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