La ley y la trampa
Autoría: Creación Colectiva. Con Camila Tabet, Nicole Kaplan y Sol Zaragozi. Música en vivo y composición musical: Catalina Telerman. Diseño y realización de escenografía y vestuario: Maricel Aguirre. Ilustración y Diseño Gráfico: Luciana Cámara. Diseño de iluminación: Augusto Sanguinetti. Colaboración artística: Martina Coraita. Video: Proyecto Excursus. Producción Ejecutiva: Sebastián Cáneva. Dirección: Violeta Marquis. Duración: 50 minutos
Sala: El Grito. Costa Rica 5459. Domingos, 18 hs.
Por Cecilia Inés Villarreal
La ficción en el siglo XIX, como tal en la Argentina, nace en el intento de representar el mundo del enemigo, del distinto, del otro (gaucho, indio o inmigrante) mientras que la clase se cuenta a si misma bajo la forma de la autobiografía. Todo esto lo sostiene Ricardo Piglia, cuando habla de los dos mitos fundacionales de la literatura autóctona, tal como «El matadero» y «Civilización y barbarie». Sarmiento y otros intelectuales conservadores de la época llamaban a la ficción «las mentiras de la imaginación». El discurso del coraje, el macho y la bravura tenían al gaucho como personaje enaltecido y romantizado por Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas. Ya no era el sujeto sin ley y desobediente de la primera parte del libro de José Hernández. Pasó de ser marca y estigma de una clase perseguida en la tradición del folklore a un emblema de la nacionalidad.
Las voces femeninas estaban ausentes en el siglo XIX, en el medio de la pampa y de la inmensidad. A caballo de una desobediencia narrativa de alta calidad, Gabriela Cabezón Cámara concibió su novela “Las aventuras de la China Iron”. Allí posibilita que lo femenino se visibilice. Del recorte de su primera parte, surge esta historia alternativa-teatral llamada «Desertoras».
Aqui también hay identidad, tradición y literatura gauchesca, pero entra en juego un discurso disidente y rupturista. El resultado es una parodia anacrónica y, asimismo, una hipótesis, una posibilidad. La China (mujer de Martín Fierro) nunca tuvo nombre. Es una mujer joven sola y librada a su suerte hasta que se encuentra con Liz, una escocesa de buenos modales y vestimenta de punta en blanco, pese a la polvareda rural. Liz le propone emprender un viaje, muy diferente a las historias de secuestros, violaciones y despojos, tan caros a la historia nacional. Ya lo dijo Pil en una de sus canciones en que la historia se escribe con carne, se escribe con tierras, se escribe con sangre, porque vamos de luto y creemos sus mismos relatos cobardes.
En los cuentos de hadas, el viaje es un tema recurrente: encarna un periplo de crecimiento, el pasaje de la infancia a la adultez, donde uno atraviesa peligros y obstáculos con mejor o peor suerte. En esta especie de versión femenina de “El inglés de los guesos”, de Benito Lynch, la visión burlona sarmientina de la civilización y la barbarie se desdibuja ante un encuentro fortuito, inocente y lleno de descubrimientos, pese a las diferencias de lenguaje y de cosmovisiones.
La dirección acertada de Violeta Marquis brinda los tempos necesarios de drama y comedia y hace que las prófugas se conviertan finalmente en artífices de su destino. El clima creado por la música maravillosamente interpretada por Catalina Telerman y por la narración omnisciente de Sol Zaragozi, presenta este no-lugar cuya geografía no cambia mucho en neta contraposición a los procesos íntimos de las protagonistas. Camila Tabet y Nicole Kaplan enaltecen a la China y a Liz con actuaciones de calidad. El público se convierte en cómplice de un delito y de este secreto que no debe ser revelado. Son fugitivos de un pensamiento que nos han inoculado desde hace siglos. La frontera es el límite, el lugar peligroso por excelencia y las marcas del terreno se vuelven cruciales para la supervivencia.
Como nieta de talabartero pampeano, comprendo el tipo de tradición y las operaciones de argentinización suscitadas por la intelectualidad. Crecí rodeada por el cuero y la mirada honda, mansa y sufrida de mi abuelo materno, quien fue peón rural y nos contaba las desventuras de su trabajo. Comprendo también las nuevas oleadas de revisionismo histórico y la pátina de patriarcado que cubre a la constitución del ser nacional, pero es tiempo de abrirse a nuevos relatos, a escuchar a esas mujeres que no pudieron elegir y que eran tratadas como animales. El cine, la literatura y la pintura han retratado este machismo en incontables ocasiones.
“Desertoras”, por suerte, es un granito de arena que propone una dinámica rupturista y una apertura. Un cuento que hubiese resultado imposible e innombrable en aquellas épocas pero que hoy es una realidad. Ya se lo dijo Segismundo a Clotaldo, «En este mundo todos los que viven, sueñan«.