Maestro de la farsa
Dramaturgia: Iván Cerdán Bermúdez. Con Yoska Lázaro y Fernando Dominguez. Voz en Off: Lezu Merino. Diseño de luces: Paula Fraga. Caracterización y Diseño de arte: Lula Rojo. Diseño De Sonido: Tian Brass y Fernando Garcia Valle. Redes Sociales: Lezu Merino. Realización de vestuario: Emilia Antonella Bacigaluppi. Realización de máscaras: Flavia Juárez. Fotografía: Nacho Lunadei y Melissa Merino. Arte En Video: Andric Vásquez. Diseño gráfico: Juan Pablo Rodríguez. Asistente de producción: Guido Inaui Vega. Arreglos musicales: Adrian Cappuccio. Producción general: TeatroatresVelas, Lpmproducciones. Coreografía: Noelia Vera. Puesta en escena y dirección: Fernando Garcia Valle. Duración: 60 minutos.
Itaca Complejo Teatral. Humahuaca 4027. Sábado, 20 h.
Philip Seymour Hoffman era un enorme actor. Un talento de aquellos que no abundaban. Su presencia nunca pasaba desapercibida. Era aquél que, con pocas apariciones, terminaba comiéndose la película. Dicen los que lo conocieron que «era un tipo común» aunque su vida estaba atravesada por consumos varios en los que canalizaba esa energía que se apreciaba en sus actuaciones. Claro está, con todos los daños colaterales que esto implicaba.
Sentado en la parte baja del tobogán de su vida, PSH va y viene en el tiempo, con sus pensamientos y deseos. El comienzo es lento, intrincado pero de a poco, capta la atención de los presentes. Quizás, esa misma incomodidad sea la que permita, a futuro, abrir la puerta a un mundo de sensaciones encontradas. Es la apertura a un cosmos de creatividad y autodestrucción. Un viaje a toda velocidad al centro del planeta Seymour Hoffman en el que desnuda sus miedos y debilidades, sin ninguna armadura que lo proteja de su peor enemigo, que era él mismo. La mirada sobre si mismo llama la atención a quienes eran testigos de su genialidad pero no de su sentir interno.
Pero ojo, a no confundirse. No se apela a una “pedagogía moralizante” o la moraleja en torno al carácter del reconocido actor. Por el contrario, se visibilizan aquellas existencias de sensibilidad a flor de piel que no reciben contención ni ayuda. Tampoco lo permiten. Debido a esta patología, la propia existencia se convierte en una cárcel de la cual es imposible salir. Un laberinto inaccesible para todos, inclusive para quien lo sufre. En consecuencia, el aislamiento será el paso siguiente por más amor y lazos que se tengan.
La atmósfera es lumínicamente ominosa. Su voz es clara en lo que refleja. Quien quiera oir, que oiga. Son sus reflexiones acerca de sus papeles, la relación con sus hijos y con Mimí, su pareja, las ocasionales entrevistas televisivas y sus diálogos con David Katz, su guionista amigo y confidente. Es por ello que comienza el desfile de su notable trabajo. Desde la explosión mediática que le dio «Capote» hasta la versión en teatro de «La muerte de un viajante», obra por la cual retoma un consumo etílico poco recomendable. Por esta razón, no es raro ver a algún espectador sentado en la punta de su asiento, atrapado por lo visto sobre tablas y el oído atento a cada palabra.
La precisa dirección de Federico García Valle hace culto del axioma «menos es más», con buenos resultados. Yoska Lázaro se luce con una actuación poderosa, que exhibe los callejones sin salida de una personalidad tan creativa como errática. La presencia silenciosa y efectiva de Federico Dominguez brinda un “aire” al devenir de los hechos transformándose en esa mano –literalmente hablando- que secunda a Lázaro. El vestuario y la escenografía conforman un mundo lejos del glamour que sería –para el gran público- el hábitat de una estrella hollywoodense pero adecuado para su derrumbe. La iluminación es fundamental en el ritmo de lo que ocurre en el escenario, conformándose en un personaje que establece los cambios de geografías y atmósferas.
En un unipersonal atractivo y revelador, “Off man” pone sobre tablas la pasión de un Philip Seymour Hoffman, único e irrepetible, para bien y para mal, consecuencias de por medio. Un sentido homenaje que trasciende al protagonista para poner la lupa en las exigencias de una sociedad tóxica y consumista en la que, tal como decía Charly García, «los que no pueden más, se van».