Dramaturgia: Carlos Pais. Con César André y Martín Portela. Diseño de escenografía: Miguel Nigro. Fotografía y Diseño gráfico: Andrea De Giovanni. Asistencia de dirección: Rodrigo Ochonga. Dirección: Pino Siano.
Teatro de la Fabula. Agüero 444. Viernes, 20.30 hs.
Dos hombres en un bar que transcienden la ubicación geográfica del mismo. Uno está sentado, mira y espera mientras que el señor está en la barra, con un vaso de whisky. Cada uno con una personalidad muy determinada. El que está sentado, se muestra tímido y reservado. Podría ser un personaje kafkiano pero con su impronta tanguera que chocará con el “señor”, que sería quien encarne la “ley” aunque no se policía –¿o si lo será?- pero con su personalidad arrolladora, pasa por encima de todos. Inquiere, pregunta pero no responde si alguien le hace un interrogante.
Esta relación de desigualdad es la que domina la primera parte de la obra en el que la tensión se hace palpable e incluso puede llegar a establecer diálogos con textos y épocas de un pasado no muy lejano. Más aún por las características de ese hombre pequeño, avasallado por los gritos que retumban desde una fortaleza aunque sin argumentos sostenibles.
No obstante, a partir del vínculo establecido por los personajes, se da paso a una parte más amena en su contenido –pero igual de interesante que la primera- en la que se da paso a la humanidad de cada uno de los dos comensales del bar. Sus deseos ocultos asi como la represión de los mismos –y el miedo que puede provocar el placer por desarrollarlos- son moneda corriente entre las personas más estructuradas en tanto haya un “deber ser” a respetar y cumplir a rajatabla. Y eso que estos deseos ocultos no son para nada nocivos pero igualmente, el componente simbólico de esa necesidad y su concreción es palpable. Es respecto de esta situación que el hombrecito –que puede ser cualquiera de nosotros-, debe debatirse entre el mantener el statu quo o el seguir sus propios deseos. Hombrecito que es tal en tanto y en cuanto educación y crianza recibida le brinde límites más que herramientas para desarrollarse en la vida.
Con una escenografía acorde y dos actuaciones dinámicas a cargo de César André y Martín Portela, “El Hombrecito” brinda un sentido homenaje a la puesta de Carlos País.