Strindberg en el siglo XXI
Autor: August Strindberg. Con Edgardo Moreira, Marcela Ferradás, Ana María Castel, Enrique Dumont, Luis Gasloli, Denise Gomez Rivero y Santiago Molina Cueli. Músico y música original: Alejandro Weber. Diseño y realización de vestuario: Paula Molina. Diseño y realización de escenografía: Ariel Vaccaro. Diseño de luces: Alejandro Le Roux. Fotografía: Alejandra Villers. Diseño gráfico: Ruth Miller. Asistencia de dirección: Blacky Di Desidero. Producción ejecutiva: Lucía Asurey. Coreografía: Veronica Litvak. Dirección: Marcelo Velázquez
Teatro La Carpintería. Jean Jaures 856. Miércoles, 20.30 hs.
Hay obras plantean preguntas más allá del tiempo que ha pasado de su estreno. En el caso de “El padre”, se da este caso pero será en relación a la temática que trata la pluma de Strindberg. En pleno siglo XXI, atravesada la sociedad por el #NiUnaMenos, sorprende la forma en que se puede establecer el diálogo con la misoginia del reconocido dramaturgo sueco. Pero estas son otras aristas a considerar.
Con un acertado e imaginativo diseño escénico en forma de un cruce de caminos, es ilustrativa la encrucijada (al mejor estilo Robert Johnson) en la que se verá envuelta la familia que tiene al Capitán y a su esposa Laura en plena discusión por el futuro educativo de su hija Bertha. Mientras que el padre desea que su hija vaya a la ciudad para que tenga una educación laica, su madre prefiere otro destino. Al respecto, es menester recordar que la legislación sueca de la época brindaba al padre la tutoría completa de sus hijos a menos que a aquél se lo declare incompetente para tal responsabilidad. Por ende, comienza la lucha entre ambos progenitores para ver quién se queda con los destinos de la hija.
Hete aquí un gran punto a tener en cuenta. La puesta gira en torno a la noción de poder que implica la posesión de derechos para el hombre en detrimento de la mujer con respecto a los hijos. Esta es una obra que da cuenta del carácter misógino de Strindberg como ninguna otra, en neta oposición a lo que sostenía Ibsen para la misma época. La lucha de los sexos pero recargando las tintas en el rol femenino, al constituirlo como ese ser que está al acecho para devorar al “pobre” hombre. En la creación de ese estereotipo es donde radica la observación sobre el diálogo con ese carácter que, al día de hoy, está en el centro de la escena.
La utilización de los más diversos recursos para hacerse cargo del botín llamado “hija”, será uno de los puntos más fuertes del texto. Más aún cuando se inyecta el germen de la duda respecto a su paternidad en quien tenía todo absolutamente controlado. La duda se alía con la obsesión en una lucha en la que el interrogante de si el fin justifica los medios impone su esencia en la respuesta. Ese vendaval que arrasa con toda la “seguridad” que podía brindar una institución como la del matrimonio. Esto se extiende a la puja entre el mantenimiento de las tradiciones frente a los nuevos aires. Y nuevamente el interrogante sobre el fin y sus propias justificaciones.
La puesta tiene en Edgardo Moreira y Marcela Ferradás, dos actuaciones de lujo, con fuerte presencia. Moreira pone toda la carne en el asador con un Capitán que, poco a poco, pierde la razón pero mantiene ese carisma al que dota a su personaje. En el caso de Ferradás, su Laura transita con maestría por los distintos estados que su personaje navega. Su ansia en pos de lograr sus objetivos es como la de la araña que teje su red para que caiga su presa. Sus ojos dan cuenta de una expresividad exacta a lo que requiere cada situación. Tanto Ana María Castel como Enrique Dumont y Luis Gascioli acompañan con solvencia.
El vestuario es preciso en tanto brinda el anclaje a una época determinada, que dialoga con una actualidad a partir del disenso y el cambio de paradigmas, mal que les pese a muchos. Al respecto también cabe la pregunta, ¿se podría hacer de otra manera la obra? Si, en una versión “libre” que distaría de lo realizado por su autor.
“El Padre” es de esas puestas que deben sortear los pruritos ideológicos y de época para poder expresarse en su esplendor. A partir de un dispositivo escénico tan simple como contundente y actuaciones como las de la dupla Ferradas-Moreira, se garantiza la tensión en el devenir de los acontecimientos.